Creo que no me falta nada…
Tal vez sí.
—Mathewn, ¿cuánto falta para llegar?
—No mucho jefa.
… Haber, el sábado está lleno, tal vez cambie la reunión con la administradora social para el lunes… o…
—¿Tienes todo listo?
—Algo así… —miro de nuevo la tablet.
—¿Nadie va a faltar?
—No, está noche estarán todos —froto mis manos con fuerza.
—Bueno.
El auto se detiene frente al edificio.
La manija de la puerta está fría. Helada. Me quema la nariz.
La señora Ricci sale del auto con elegancia sin mirar atrás.
—No te quedes en el aparato. Sígueme y no te atrases.
—Sí señora —detesto está época del año.
El edificio por dentro está más cálido.
Voy a morir de hipotermia.
¿Por Qué anda enojada?
Siempre así, no la entiendo.
… Será que…
Doy un respingón cuando mi mano hace contacto con la baranda de las escaleras. Está fría. Cómo si fuera hielo.
—Acelera el paso, Bucciarati —usó mi apellido. Literalmente está brava.
El tac Tac tac de sus tacones van a abrirme un hueco en el cerebro.
—¡Sacate la mano de la boca! —dejo de morderme la uña.
—Sí señora.
Ella camina al frente de mí y yo atrás. Es un buen trabajo ser asistente pero algo cansativo.
El corazón se me va a salir del pecho. ¿Voy a llorar? Probablemente. Esto… es demasiado para todos.
Corro un poco más rápido y me adelanto. Abro la puerta y ella entra en la sala de reuniones.
Todo se hunde en un silencio. Los presentes se ponen de pie.
—Buenas noches, señora Ricci —saluda el joven pelirrojo.
Charles Devani: representante del ministerio social de cultura del país.
—¡Ve al punto Charles! —le exige mi jefa al joven sin mirarlo.
—¿Cuánto tiempo tomará encontrar una solución? —El joven pregunta mirado fijamente a mi jefa que solo se mira las puntas de su melena rubia —. Necesito dar la cara y llevar algo ante mis superiores, lo sabe ¿Verdad?
—¡Ya la hay! ¡Y se llama Bianca D’angelo! —Marcia es la siguiente en levantar la voz.
—¡Que no! ¿Cuántas veces tengo que rechazar tu propuesta? Solo porque representas a la filarmónica Toscana no significa que se te va a dar ese honor. Además tu chica no me sirve —giro la cabeza lentamente hacia mi jefa que está bien distraída en su teléfono.
Respiro profundo.
Calmate Mathewn.
—Necesito a alguien que sea capaz de ser la pieza exacta para ganar está guerra —deja el teléfono en la mesa y por primera vez desde que entró en la sala noto que levanta la vista.
Todos se quedan callados. Remojo mis labios y trago saliva.
—Esto no es una guerra, es una competencia, Margaret, esto es muy serio—alzó la voz otra mujer.
—No hay ninguno que iguale al joven Materazzi, y la única persona capaz de pisarle los talones es la señorita D’angelo —habló la directora del conservatorio de la ciudad.
Mi jefa respiró profundo y se pasó las manos por la cara.
—¿Cómo te digo que no quiero a esa sifrina respirando el mismo oxigeno que yo junto con otros músicos?
Nadie respondió nada.
Mi jefa lleva meses buscando la pieza faltante de su equipo. Partiendose el cráneo buscando la manera, la forma. Debía de haber alguien.
Y yo aguantando me sus quejas.
¿Porqué elegí esta carrera? O mejor dicho este trabajo.
Paso mi mano por mis labios quemados.
Esto va a salir mal.
—Puede… que haya alguien… Pero no sé si aceptará —una mujer vestida de rojo levantó la cabeza enfocando su mirada en Margaret.
Hasta ahora no me había percatado de su presencia.
—¿Quien? —preguntó Margaret mirándola y una chispa de esperanza nació.
La mujer desconocida al otro lado de la gran mesa tomó una pequeña hoja y con un bolígrafo escribió algo.
La mujer se ajustó sus lentes y le extendió la hoja.
El pelirrojo vio la hoja y sus ojos se abrieron de par en par. Su rostro empalidecio.
El joven pasó lentamente el papel boca abajo hasta mi jefa.
Ella agarra el papel con delicadeza y le da la vuelta.
Mis ojos se abren de golpe. Todo se detiene.
¡No!
¡No!
Ella no.
Margaret leyó y sus ojos se abrieron de par en par al leer.
Una sonrisa tan grande se formó en su cara.
—Soleil Vitale. ¡Mejor conocida como la libertad! La única que puede tocar el violín al mismo nivel que el joven Cassian Materazzi —La mujer de rojo se levanta y exclama en voz alta con la sonrisa más maliciosa y maniática que jamás había visto.
La mirada de mi jefa se paseó por todos en aquella sala analizandola antes de hablar.
—¡Señores! ¡Este año restauraremos el honor de nuestro país!
Sonrisas cómplices, caras de disgusto de gente que no se atrevía abrir la boca. Gente disgustada con la decisión.
Mi mirada se centra en un hombre al final de la mesa. Viste demasiado elegante. ¿Quién es? No lo reconozco. El hombre sale por la puerta pero nadie se da cuenta.
—Soleil Vitale. ¿Porque no había pensado en ella? —murmura mi jefa para sí misma.
Mi mirada se vuelve a clavar en el nombre escrito en aquella hoja.
¿Por qué ella?
Ella no.
No.
Esto no está bien.
¡Prima mía tenía que ser!
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Editado: 16.06.2025