Dedicado a aquellas personas que alguna vez tuvieron miedo o tienen miedo de volver a algo que les apasionó una vez, y con mucho dolor abandonaron.
Espero que disfruten este capítulo. Si tienen la posibilidad de comentar digan cuál fue su parte favorita.
Soleil
Yo puedo.
Un pie tras otro pie.
Un pie en cada escalón. Con cuidado.
Vamos, yo puedo.
Mis manos se estremecen mucho. La debilidad en las piernas para bajar unas simples escaleras no es algo bonito.
Siento un nudo en la garganta. No quiero llorar.
Detesto llorar.
A medida que voy descendiendo en la oscuridad del polvoriento sotano levanto mi mano izquierda lentamente y la acerqué a la pared. La deslizo a medida que bajo más.
Hasta que hace contacto con algo que toco bien y luego presiono levemente.
De repente dentro de este sótano tres luces se encienden.
Paseo mis ojos por la estancia en busca con la mirada.
Me acerco a un closet alto y le quito la sabana que lo cubre.
Sin querer inhalo el polvo que suelta la tela blanca polvorienta.
Se me tracan la respiración y mis pulmones luchan para respirar correctamente.
Luego llegan los estornudos.
Abro rápidamente el armario.
Decido de hacerlo de una sola.
Nada. No hay nada.
Levanto lentamente la cabeza y volteo y coloco mi mirada al fondo del sótano.
Hay otro armario…
Me quedo ahí.
Inmóvil.
Trago saliva y camino hasta el.
Muevo una mesita. Muevo una silla. Muevo unas cuántas cajas.
Tres bombillos en el techo y aunque iluminan no ilumina completamente.
El armario cubierto por la sabana blanca que está pegado a la pared de piedra del fondo que no se ve completamente.
Mis pasos son lentos. Inseguros.
¿Por qué?
Porque tengo miedo.
¿Desde cuándo soy esclava del temor?
¿Desde cuándo me da miedo abrir un armario?
Un tonto armario.
Tonta, lo que te da miedo no es el armario… es lo que hay dentro del armario, o simplemente las consecuencias de sacar lo que hay dentro, porque esa cosa no te va a hacer nada.
Respiro profundo.
Levanto lentamente mis manos hasta que mis dedos hacen contactos con la sedosa tela.
Inhlao y atraigo con fuerza la sabana hacia mi.
Una nube de polvo cae encima de mi.
No respiro.
Aguanto la respiración hasta que mis pulmones reclaman el aire.
Levanto mis manos y me echo el cabello suelto hacia atrás.
Trago saliva.
Y… abro el armario.
Me quedo mirando.
Lo que buscaba.
Mi mirada se clava ahí inmediatamente.
Luego… llega.
Un llanto. Bajo la cabeza lentamente.
Una punzada se clava en mi corazón.
Duele.
De repente veo una niña en frente de mi. En el suelo. Al frente del armario arrodillada.
No para de llorar.
Un llanto amargo. Grita, gime, se le dificulta respirar.
El suelo está un poco mojado.
Ella llora y nadie la escucha.
Sus ojos cada vez más rojos. Si rostro totalmente mojado… mojado por lágrimas que no paraban de salir.
Y gritos… gritos de desesperados, gritos afónico.
Abrazada a un estuche negro con bordes dorados.
Un estuche que lleva dentro un violín de color vino escarlata.
Una niña que no sabe soltar.
Se aferra tanto la estuche como si pudiera así evitar dejarlo ir.
Pero… dejo de escuchar su gritos y ella desaparece.
Era un recuerdo.
Una niña que había estado aquí hace 9 años atras.
Esa niña... Era yo.
Acerco una caja que está demaciado atrás de mi y la traigo más al frente.
Lentamente me siento.
Apoyo mis codos en las rodillas y mi cabeza en mis manos.
Con la mirada fija en el violín.
Ladeo un poco la cabeza.
¿que voy hacer después de esto?
No importa, igual me voy a morir.
Esto va a costarme la vida.
Lo haré por Italia… por mi familia.
Que mentira…
Una risa seca y amarga se escapa de mi boca.
Llevo mi mano derecha al bolsillo de mis vaqueros y saco mi teléfono.
Lo enciendo. Tengo mil mensajes.
Sabrina, la pastora de la iglesia, la directora del teatro, de la señora Morales, de la madre de Lucas… incluso una nota de voz del propio Lucas.
Decido entrar en el chat de la madre de Lucas.
Una nota de voz que se que es de Lucas porque su madre avisa en aquel mensaje desesperado.
¿Ahora quien va a darle clases a su hijo?
Miro la nota de voz. Levanto un poco el teléfono y lo coloco cerca de mi oreja.
La parte de abajo y le doy play al audio.
—Hola señorita… soy Lucas ¿Se acuerda de mi? ¿No me ha olvidado cierto? Mamá me contó que va a volver a Italia. Mamá también contó que usted era violinista, no lo sabía. Aunque, lo intuía, pues me gusta a mucho ese instrumento. Mi abuela tocaba el violín, ella tiene uno y usted tiene los mismos rasgos que ella en sus manos y también su forma de caminar… soy un genio ¿verdad?... Señorita espero que pueda llegar bien. Toque mucho. La quiero mucho. Prometa que va a escribirme y llamarme... La voy a extrañar mucho. Buen viaje.
Alejo lentamente el teléfono. Algo húmedo en mi cara hace que mire al techo.
Levanto mi mano y la acerco, es una lágrima.
Mi corazón se encoje y mi garganta se cierra. Más lágrimas comienzan a salirme.
Duele.
Paso mis dedos por los ojos para cerca las lágrimas pero siguen saliendo más.
Respiro profundo y vuelvo a mirar el el estuche.
Reúno toda la valentía y dignidad que me queda y saco el estuche negro cubierto de polvo.
Lo hice.
Está en mis manos.
Parece… irreal.
Me levanto en silencio y camino de salida.
En silencio. Con cuidado.
Cómo si un movimiento pudiera destruir todo.
Esperando que alguien aparezca en la puerta.
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Editado: 19.07.2025