Razones para no morir

Capítulo 6. Que más dá.

Soleil

¿Cuántas horas llevo así?

Muevo mis ojos hacia otra dirección.

Hago una mueca cuando intento levantarme de la cama.

No me levanté. Me rendí. Me quedé acostada. En fin, que más dá.

Se me durmió el cuerpo.

Anoche solo entré, cerré la puerta y me fui a dormir. Ni si quiera se que horas son… solo sé que ya es de día.

El sol entra por la ventana que ni cortina tiene. No voy a hacer nada para cambiarlo.

Me he dejado las maletas al lado de la puerta, los zapatos por ahí y el teléfono no sé dónde.

Lentamente giro mi cabeza y está vez mis ojos se fijan en el estuche del violín.

Verlo hace que sienta que se mueve mi estómago, que burbujea, que se mueve incómodo.

Creo… creo que voy a dormir de nuevo.
Cierro mis ojos lentamente y…

Alguien golpea la puerta.

Un suspiro es lo que escapa de mi.

Ahí si hago esfuerzo por levantarme hasta que lo consigo.

Arrastro los pies hasta la puerta. Levanto mi mano y tomo la manija girandola rápidamente.

Al abrir la puerta me encuentro con una pelirroja…

Sí, una pelirroja… waos.

Que me mira con una sonrisa bien tétrica.

La miro. Ella me mira.

Parpadeo dos veces.

—Así que… tu eres la famosa Soleil Vitale —Empezamos mal, empezamos mal.

Dios tenga misericordia de mí.

La chica me mira de arriba abajo mientras se pone las manos en la cintura.

—No pareces tan increíble y tampoco tan bonita como muchos creíamos… ahora Andrew me debe 10€ —carcajea.

—Buenos días —intento saber qué está pasando —. Disculpa… ¿Te conozco?

—No. Pero… yo sé mucho sobre ti—responde con esa sonrisa que ya me está asustando.

—¡¡LO PRIMERO QUE TE DICE MARGARET, LO PRIMERO QUE HACES!!—le grita alguien desde el otro lado del pasillo.

La chica la mira y suelta una risita.

—Es que… tenía curiosidad. Además quería conocer a la persona que según supera a Bianca— Y dale con la Bianca otra vez pues. Dios mío ¿Quien rayos es Bianca? La chica que se acerca que fue quien había gritado antes, cuando por fin la pelirroja me habla—. Me presento, mi nombre es Scarlett y ella es mi mejor amiga Siena.

Miro por encima del hombro de Scarlett.

Miré a la chica y solo apareció un nombre en mi cabeza: Adam Sandler.

Scarlett se hizo a un lado, dejando ver a su amiga.

La miré de arriba abajo. Su camisa blanca de una banda de rock demasiado holgada. Bermudas que le llegaban por las rodillas. Medias en los pies para el frío bien gruesas que se veían muy suaves y cómodas.

Esa chica Siena, era la versión de Adam Sandler mujer.

—Oye, disculpa las molestias. Cuando alguien le dice a Scarlett que haga algo hace lo contrario y me refiero a siempre —se disculpó Siena empujando a la pelirroja.

—No te preocupes. Un gusto conocerlas —silencio.

Siena cambió su expresión a seriedad total. Me miró de arriba a abajo como yo hice con las dos.

Luego me miró a los ojos. Ella buscaba algo. Me miró fijamente a los ojos de una forma muy extraña.

Me concentré en analizar su cara. Cabello castaño que le llegaba por encima de los hombros, con flecos de cada lado color blanco y lentes redondos que se podría comparar muy muy bien con los de Harry Potter.

—Que tengas un buen día —dijo y se fue empujando a Scarlett que protestaba algo.

Me quedé ahí parada. Mi estómago se agitaba de una forma no agradable.

Conocía esa sensación demasiado bien como para saber que que pensaba mi cuerpo con respecto de estar en Italia en aquel momento y no en Curitiba allá en Brasil dando vueltas perfectas en las aulas de ballet.

Lentamente retrocedí y cerré la puerta de mi habitación.

Quiero irme.

Me tiro en la cama con planes de dormir.

Así fue. Dormí. Dormir durante horas.

******

Cuando abrí mis ojos consideré la idea de quedarme ahí estática en la cama hasta que mi estómago hizo glo glo.

Hay hambre en el pueblo. Me levanté y di vueltas por toda la habitación en busca de mi teléfono hasta que estuve mi búsqueda y enderecé mi espalda.

Mirando a la nada recordé que mi teléfono había quedado dentro de la chaqueta de frío que dejé guindada en el perchero de la entrada.

Suspiré. Pues eso significaba que tendría que salir del cuarto e ir a buscarla.

Mire a la ventana. Ya era de noche.

¿Hora? Ni idea.

Respiré profundo. Me puse chanclas y recaudé toda la valentía que quedaba empolvada en lo más profundo de mi aunque no quedaba casi nada y salí del cuarto.

Cada paso intentaba que fuera silencioso. El bajar las escaleras. El cruzar la sala. Hasta llegar a la puerta. Al perchero. Metí la mano en el bolsillo de la chaqueta y agarre mi teléfono.

Pensé… que sería bueno evitarme el camino largo. Miré a mi alrededor y en la pared había un espejo gigante que llegaba casi al suelo pegado a la pared.

Quien entrara por la puerta al mirar a su izquierda iba a encontrarse con su reflejo.

Levanté mis manos y mis dedos tocaron el delicado vidrio. Llevé mis dedos hasta el marco del espejo luego jalé hacia mi.

El espejo se abrió como una puerta en la cuel entré. Aquel camino que solía usar cuando era niña era mi favorito.

Mi atajo favorito.

Cerré lentamente el espejo/puerta y respiré una cantidad de polvo que inhalé haciendo que me comenzara a picar la nariz y se me secara la garganta.

Aguanté la respiración, me mordí la lengua y estrujé mi nariz.

No iba a hacer ruido. Me moví en la oscuridad. Mi estómago seguía haciendo ruido.

¿Cuando había sido la última vez que comí?

Me desvío y me agacho empujando hacia un lado una puertita corrediza. Enciendo la linterna de mi teléfono y alumbro.

Lo primero que veo son ollas, ollas, tapas
y bandejas.

Lentamente busco como salir por la puerta de aquel gabinete donde me estaba metiendo.




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