Razones para no morir

Capítulo 7. Suzuki.

Soleil

Ha pasado una semana desde que llegué. Retomar el violín es extraño. Me duelen las manos. Le he puesto esfuerzo, tiempo y dedicación. Le he puesto paciencia y siento que no avanzo nada.

No es momento para que me dé el síndrome del estancado. Le pasa a todo músico. Aquel momento de su vida musical donde parece que ha caído en un hueco y no consigue evolucionar a la hora de la práctica ni en el intento de subir de nivel. Me ha pasado, especialmente cuando era niña, pero no es momento para que me pase ahora.

Respiro profundo. No me voy a estresar. Coloco delicadamente el violín sobre mis piernas y me echo el largo cabello hacia atrás. Muevo mis manos hacia mi rostro y me tapo la cara.

¿Dios mío, qué estoy haciendo mal? ¿Qué me falta? ¿Qué necesito? Siento que me falta algo más, además del gran hueco que tengo por alguna razón en mi corazón.

Osea ¿dónde he fallado?

Trago saliva y me paso de nuevo las manos por la cara. Extiendo mi mano derecha para tomar de nuevo el arco, está vez no voy a tocar, voy a gastar mi tiempo pasándole resina al arco.

Agarro la resina y la comienzo a frotar contra las cerdas. Me recuesto de la silla.

¿Dónde está Margaret? Dijo que volvía en 1 minuto, ya pasaron 13.

De repente mi teléfono suena. Mi cuerpo se tensa. Doy un respingón poniéndome derecha en la silla. El corazón bate contra el pecho a mil y mis ojos se abren de par en par.

Suelto el arco y agarro el violín con la otra mano para que no se caiga. Extiendo la mano desocupada y agarro el teléfono esperándome lo peor.

Es una llamada.

De…

Mi cuerpo se relaja al ver que simplemente es spam. Vuelvo a recostarme de la silla y echo la cabeza hacia atrás.

Doy un suspiro de alivio. Ay Dios mío, qué falsa alarma. Gracias.

Intento calmar la tensión de mi cuerpo para volver a hacer lo que estaba haciendo.

Desde que llegué a Brasil he evitado dar mi ubicación, informar a cualquier persona de mi vida, dar detalles. He bloqueado a mucha gente. Cerré varias redes sociales, colocando muchas otras al privado.

Cada vez que suena el bendito teléfono siento que se me va a salir el corazón. Pienso que es mi hermano mayor el que me llamaría en cualquier momento y yo espero lo peor.

Tengo pesadillas de vez en cuando. Valerian Vitale, el primogénito entre mis hermanos no puede saber nada. Estoy sentenciada desde hace 9 años. ¿Que rayos hago yo aquí? No debería haber venido nunca. Ni siquiera recuerdo porqué vine.

Me quedo mirando la partitura, un Suzuki. Detesto el Suzuki.

Escucho que la puerta corrediza del cuarto se abre.

—¡Al fin llegas! Margaret, tengo dudas… —me callo al ver que quien ha entrado a la habitación no es Margaret.

—¿Qué duda? —me pregunta Cassian con un tono burlón.

—Nada, olvídalo. No eres Margaret —trago saliva y aparto la mirada.

Cassian comienza a moverse por el cierto y fijo mi mirada en él de nuevo. Quiere hacerme una pregunta.

¿Cómo lo sé? Tal vez… sea la forma en la que sonríe, o tal vez el hecho de que siempre caminaba así cuando iba a hacerme una pregunta cuando éramos niños. Puede ser cualquier cosa. Coincidencia. Es eso.

Cassian llega al rincón del fondo y agarra el único atril que hay aparte del mío, lo levanta sin tanto esfuerzo y lo pone al lado del mío. Luego busca la otra silla negra para orquestas y la pone a mi lado.

Sigue caminando hasta que se detiene detrás del atril que trajo. Lleva sus dedos hasta la superficie y la comienza a acariciar.

—Sabes, ayer… teníamos una reunión, una muy importante. Tenías que estar ahí ¿Lo olvidaste? —el chico no me mira pero yo si lo miro.

Un mechón ondulado negro le cae en la frente casi tampandole el ojo.

—La reunión no se dió. El que nos citó era un hombre importante —chasquea la lengua, su tono de voz es suave, amenazante a la vez. Su enojo se cuela en su voz.

—Soleil ¿Que hacías que no estuvistes? —preguntá con lentitud levantando sus ojos hacia mí. Seco, enojado, tosco.

—Estaba dormida —le respondo con un tono suave y educado.

Cassian frunce el ceño. En sus ojos se asoma una especie de confusión e incredulidad.

—¿Estabas dormida, o te quedaste dormida? —levanta las manos moviéndo las.

—Estaba dormida.

Cassian parpadea tres veces y me mira como… como… como si no me reconociera.

—No sabías que había reunión.

—Creo que sí… creo haberlo escuchado en el avión, no recuerdo bien, tenía la cabeza en otra parte —le respondo con normalidad.

Cassian respira profundo.

Nos quedamos en silencio. ¿Qué estará pensando? No sé, voy a olvidarlo.

Se me escapa un bostezo y Cassian me mira de nuevo.

Giro mi cabeza para mirar a Cassian para que sin saberlo encontrarme con una mirada de asco y repulsión.

Frunzo el ceño.

—¿Qué me ves? —le pregunto con sequedad.

—No te importa ¿Verdad? No te importa la competencia.

No le respondí y lo miro con indiferencia.

—Das asco —rezonga con arrogancia y sale del cuarto de ensayo.

Siento una punzada en el estómago. La sangre me hierve.

¿Le doy asco? ¿Qué se cree? Pues es obvio, se cree el mejor. Porque él es Cassian Materazzi.

Es un Materazzi.

Mi respiración acelerada no hace más que aumentar. Escucho un crujido e inmediatamente abro mi mano para ver cómo convertí en migajas mi amada resina.

No debería sorprenderme. Es lo que hace Cassian.

Creo que lo había olvidado.

Me vale madres que haga Cassian, el no afecta mi vida.

Solo intentaré sobrevivir… una vez más en mi vida.

Yo puedo con esto.

¿A quién engaño? No puedo con esto.

*****

El grito de Margaret me sobresaltó como si hubieran matado a alguien.

—¡¡¡Esto… Esto es increíble Soleil!!! —dice eufórica.

La miro de arriba abajo.

¿Es enserio?

—¿Por qué gritas? —le pregunto en voz baja. Los gritos me aturden.




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