Razones para no morir

Capítulo 8. Cargas.

Cassian

—¡Oye, Cassian! —me doy la vuelta y escucho que Yasmim me llama —. ¡No olvides traer los platos!

—Esta bien —le grito para que me pueda escuchar.

Esquivo a unas cuantas personas que conozco desde que era pequeñito y entro en la cocina.

—Yasmim me está pidiendo los platos —le explico al hermano Edcarlo que guarda los utensilios de cocina en sus respectivas cajas.

—¿Los de vidrio o los de plástico? —me pregunta.

—No lo sé, no especificó. Tal vez los de vidrio —él me los entrega y salgo otra vez para encontrarme con Yasmim en el autobús.

—Aquí están —le entregó la pila de platos envueltos en plástico de burbuja, aunque dudo que eso impida que se quiebren.

—Muchas gracias, Cassian. Junior quiere que los jóvenes estén con los encuentristas en el autobus rojo. Eso significa que tú vas allá —apuntó al otro autobus.

Yo asiento inmediatamente.

La ayudo a guardar las cosas en el carro de su papá (el pastor).

Cuando entro en el autobús me encuentro con una mezcla de voces de todo el mundo hablando al mismo tiempo.

—¡Cassian! —Esteban, el hermano menor de Yasmim me hace señas para ir hasta el.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

—Quédate aquí, me están acribillando a preguntas —se va.

—Esperate… Esteban.

—Hola —saludo. Mirando a los encuentristas que me miran expectantes.

—Hola, ¿te unes a nuestra conversación? Estamos hablando de huir —me dice una chica y los demás esperan mi respuesta.

—¿Cómo así huir? —pregunto y me siento de lado para poder mirarlos.

—Sabes, no mintieron cuando dijeron que el encuentro iba a ser…

— TREMENDO — grita la gente al unísono después de que el chico dejara sus palabras al aire a propósito.

—Antes de venir todos huíamos de algo o de alguien —comenta un rubio.

—Yo huía del alcohol —dice otra chica.

—Yo le huía a las mujeres —comenta otro chico.

—Yo le huía a mi mujer —dice un hombre y nos echamos a reír.

—Yo le huía a la verdad —confiesa una mujer mayor.

—En estos tres días conocí a Dios, no pensé hacerlo nunca. No pensé que existiera o que me amaría. Sabes, hemos tratado de huir de cosas simplemente porque necesitábamos cambiar o por miedo. En mi caso es el miedo.

—Exacto, el mío también, por miedo a chocar con la realidad y sentir un dolor que alguna vez conocí—comenta una chica de cabello trenzado y frunciendo el ceño. El corazón se me paró en seco.

—Son tantas cosas para contar. Me alegra haber venido a este encuentro cara a cara.

—Igual yo.

—Sentí como si soltará una gran carga.

—Bueno, Dios dice en su palabra: venga a mí todos los que están cansados que yo los haré descansar —les digo con una sonrisa a los chicos.

Giro la cabeza y veo llegar a Sofía, la hija mayor del pastor. Me mira con seriedad y pregunta.

—¿Y… qué pasa con los que no la quieren soltar? —mi sonrisa se desvanece.

—¿Cómo dices? —la miro de hito en hito.

Se me seca la garganta.

¿Qué dijo?

Mi cabeza quedó tipo: procesando.

—Oye, Cass —levanto la cabeza al escuchar la voz de Aster.

—¿Qué pasa? —le pregunto.

Aster camino disimuladamente y se agacha al lado de mi asiento.

—¿Puedes convencer a la peli azul de que cambien de asiento conmigo? —susurra —. No te va a decir que no, te hace ojitos.

Pongo los ojos en blanco y respiro profundo.

—No.

—¿Cómo que no? Quiero sentarme al lado de mi novio —refunfuña en susurros y hace un puchero.

Suspiro.

—Dejame ver que puedo hacer.

—¡Gracias, Cass! ¡Eres el mejor amigo del mundo! —ella se pone de pie con una sonrisa.

—No fue nada, además ni que tuvieras otro mejor amigo. Bueno… era el único hasta que me cambiaste por Lowell.

—Él es mi amigo y mi amor, tú eres mi hermano —levanta su mano y me revuelve el cabello.

En mi cara se forma una mueca. No me gusta que me toquen el cabello y ella lo sabe.

Aster se aleja un poco y pienso rápido que puedo hacer. Me paso las manos en el cabello hacia atrás.

Me levanto del asiento y camino unos pasos al fondo del autobús.

—Hola —saludo a la chica de cabello azul tejido que no recuerdo cómo se llama —. ¿Te molesta cambiar de asiento con mi amiga?

La chica me mira y asiente con la cabeza.

Se levanta y cambia de asiento con Aster.

Aster se sienta al lado de Lowell quien ya hace años que desde que subió está dormido, Aster se recuesta un poco de él y cierra los ojos.

La comisura de mis labios se levantan un poco formando una sonrisa.

Vuelvo a mi asiento y me recuesto. Cierro los ojos por un momento y recuerdo que después de la iglesia está noche debo volver a “casa”.

Volver a ver a Margaret. No voy a estresarme. Respiro profundo.

Pero de la nada llega ella.

Ella está allá.

Abro los ojos y bajo la cabeza un poco. En ese instante veo marcas rojas en mis manos al quitarlas del reposabrazos.

Estaba apretándolo con fuerza.

Froto mi mano contra el pantalón para disipar el pequeño dolor.

Mi estómago se contrae al simple hecho de pensar en Soleil.

Tengo tantas cosas en mi cabeza.

Tanto que hacer y estudiar como para que ella no se interese.

Cierro de nuevo los ojos. Voy… voy a tranquilizarme. Saco mi teléfono y abro la aplicación de libros. Hoy comenzaré a leer uno nuevo.

*******

—¡Me duele el cuerpo! Y mañana tengo que ensayar—confiesa Aster en voz baja cuando bajamos del auto.

—Calma, ya estamos aquí —Le dice Lowell a Aster.

Solo que ella lo único que hace es sollozar.

Abro la puerta con una maleta en mi mano derecha y otra con la mano izquierda.

Lowell trae las de Aster y yo la de él y la mía.

Llega un momento dónde después de entrar y dejar las maletas, no entiendo cómo es que me quedé solo en la cocina. Lowell y Aster tienen la manía que después de cada encuentro salen al patio en el pequeño invernadero y se quedan solos allá hablando sobre cosas que pasaron en el encuentro. Ya que allá en la chacara no conversan mucho.




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