Razones peligrosas | Libro 3

1

Seguía en la ciudad de Trujillo.

Desde el extraño acercamiento que tuvimos Bags y yo en la cocina hacía solo un par de días atrás, no podía decir que estaba de lo más familiarizada, no lo había vuelto a tocar y no me había quedado a solas con él, llamémoslo remordimiento de conciencia luego de la visita del psicólogo, gracias tío Benito.

―Margot, vamos al malecón. ―Bags me atacó de improviso con aquella invitación, y me hizo fallar en el último lanzamiento del pollo bomba. Sí, pasaba mis últimos días enfrascada en ‘Angry Birds’.

Lo miré frustrada―. No quiero. ―Era mi última semana de vacaciones y aún estaba confundida, admito que cuando lo besé estaba afectada por el maldito imbécil que había tratado de desprestigiar a su hermano, por otro lado, todavía tenía miedo de Bags.

¿Y si se volvía igual de psicótico que su hermano por los celos? ¿Si encontraba el amor en otro hombre?

Eso sin duda lo ponía a discusión.

―¿Alguien quiere helado?

Eli entraba bien campante por la puerta principal, cargaba una simpática caja de veinte litros de helado, sería imposible rechazar semejante oferta, dejé la Tablet a un lado y lo atajé.

―¿Es de sabor princesa?

Lo acosé hasta que llegamos a la cocina, Bags entró tras nosotros solo para servirse un vaso con agua, podía ser tan inexpresivo cuando se lo proponía, era imposible saber si planeaba algo.

―Por supuesto que NO ―respondió Eli en tono agrio. Le golpeé en el estómago―. Soy…un guerrero, no… ―Le di otro golpe y cerró el pico.

―Vamos, no la tortures. ―Connor ingresó con otra caja de conos de helado bañados en chocolate―. Es sabor princesa, Margarita ―dijo animado, yo comencé a sacar las dulceras y cucharitas muy emocionada.

―¿Bags, cuántas bolas tienes? ―Eli sonreía socarrón, pero no hubo respuesta salvo de mi puño.

―¡Ay!

―So pedazo de animal, ni se te ocurra olvidar que soy una chica ―lo amenacé y estaba planeando acusarlo con Bags, pero él ya no estaba.

―Aporrear a su hermano que admira tanto no ha sido bueno para él ―murmuró Connor abriendo la caja de los conos―. Bruno me dijo que esos dos siempre se hacen alguna broma negra entre ellos, y que aterrarte de muerte no le había cuadrado al jefe.

Eli asentía meditabundo.

―Sí, además que tiene demasiado tiempo sin torturar a alguien ―agregó Elías; Connor y yo lo aporreamos sin el más mínimo miramiento.

En el aeropuerto, Bags se había asegurado de que abordara antes de irse, su vuelo era en otra aerolínea por temas de espacio, no quise preguntarle la hora o fecha; no me había percatado hasta ahora que él se había retraído un poco y no había bromeado con Eli como de costumbre, aunque también estaba el asunto de mi inminente rechazo.

―¿Está bien que vaya solo Elias? ―Connor parecía tan extrañado como yo.

―Era eso o sufrir su mal humor, ayer le aplicó la taser a una rata ―Eso sí me sorprendió.

―Un informante, Margarita ―aclaró Connor abochornado―. Eli idiota, explícate bien.

¿Eso debería alegrarme?

―No, era una rata que se había meado en su maleta de viaje―insistió Eli.

Oh!

―Pensé que estaba dolido porque nos íbamos al chalet―. Ese ‘íbamos’ estaba de más, así que le di un coscorrón a Connor.

―¿Qué dije? ―Como si fuera a explicarle a este idiota.

El tío Benito se había hecho cargo del asunto, fue muy enfático al decirle a papá que tenía que estar en un entorno seguro. Y que el chalet era lo mejor que podría optar si ellos querían exponerme a todos los peligros del mundo.

Sí, exponerme al mundo.

―Señores pasajeros, por favor abrocharse los cinturones… ―Y de esa forma extraña, volvimos a casa.

Salir del aeropuerto fue un incordio, Maiky se había perdido en la terminal y se hizo un revuelo buscando a todo el mundo después.

―No puedo creer que haya tres fuentes en ese lugar ―murmuraba Connor saliendo del taxi.

―Lo que digas, pero Eli, en serio, no tenías que venir ―agregó Maiky terminando de sacar las maletas, mientras el otro solo apreciaba el lugar.

―Bags se tardará un siglo y de seguro que no llegará hasta bien tarde ―murmuró restándole importancia con una mano.

Me dirigí a la casa sin prestarles atención, aún tenía que pensar en las cosas que había hecho y en las otras estupideces que me costaba admitir, y qué rayos, no sabía qué haría ese sujeto con el rechazo, porque sí o sí planeaba dejarle en claro que era mejor no empezar algo que al final terminaría mal. Suficiente con la acalorada discusión que tuve con mi tío y psicólogo Benito. No está demás decir que ha tenido serios problemas postraumáticos por mi culpa, y no ha dudado en decírmelo.

―Solo para que lo sepan chicos: ustedes apestan ―exclamé.

Abrí la puerta principal y me quedé de piedra al ver el interior; había globos y un cartel de bienvenida, incluso un arreglo de rosas estaba sobre la mesita del recibidor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.