La primera vez que escuché su voz, solo pude pensar en lo insoportable que sonaba. Cuando cruzó el umbral, la vi llevar torpemente unas flores para mi madre y noté que había tropezado con el escalón de la entrada. Con sus pantalones holgados, el cabello mal recogido en una coleta alta y sus tenis desgastados, Savannah Spencer era todo lo contrario a lo que yo consideraba una mujer atractiva. Siempre la miraba por debajo del hombro. Sin embargo, no me quedaba más que tragarme el orgullo y aceptar lo que por tanto tiempo me pareció impensable: me había enamorado de Savannah Spencer. Y aunque quería negarlo a toda costa, ella, con su actitud libre, solo me daba más y más razones por las cuales amarla.