El hombre caminaba por la ciudad deseando volver a casa. Había sido un largo día de trabajo y solo deseaba estar con Emma, su prometida. Recorrió la calzada con paso firme, centrado en sus pensamientos, y entonces su mirada se posó en el otro lado de la calle.
Allí estaba Emma, hermosa como siempre. Era bajita, de preciosos ojos café, y una larga cabellera negra que le caía hasta las anchas caderas. Vestía con un pantalón negro al cuerpo, y una camiseta del mismo color. También caminaba de vuelta a casa, cuando de pronto se le aproximó un sujeto por la espalda.
Era alto, delgado y de piel morena. Utilizaba un ridículo corte de cabello moderno, corto en la parte inferior y largo arriba; además de unos enormes anteojos cuadrados con marco negro.
Este saludó a la chica con un apretón de manos, intercambiaron palabras, y cuando ella bajó la guardia, intentó robarle un beso. Sus labios se rozaron por segundos, pero Emma logró apartarse, le dio un empujón y huyó calle abajo, con aquel sujeto pisándole los talones.
—Mata a ese bastardo —ordenó la voz.
El hombre sintió una oleada de ira recorriendo cada centímetro de su cuerpo, sus músculos se tensaron, y salió corriendo detrás de ambos. Cruzó la calle mientras evadía algunos automóviles, dio largas zancadas y alcanzó a aquel cretino. Lo agarró por el cuello de la camisa con todas sus fuerzas, y este se giró nervioso.
—¿Quién eres? —jadeó el sujeto, intentando soltarse.
—Tu asesino —respondió su perseguidor, propinándole un fuerte puñetazo en la sien.
Aquel cretino despertó encadenado de manos y pies en el sótano del psicópata. Su camiseta estaba desgarrada, y aún le colgaban algunos jirones de tela de los hombros. Un hilo de baba le caía de la boca y su vista estaba borrosa. La luz intermitente de una bombilla iluminaba parcialmente el lugar, dándole así un aire más lúgubre.
—Najher, ¿eh? —el psicópata sostenía su identificación en la mano izquierda.
—¿Dónde estoy? Creo que... —hizo una breve pausa—. ¡Ayuda! ¡Que alguien...! —recibió una fuerte patada en la mandíbula.
—Si te hablo no grites, ¡cierra la boca!
—¿Por qué me haces esto? —gimoteó Najher.
—Es curioso que lo preguntes, porque tú mismo te lo buscaste.
—No creí que... —una bofetada hizo que dejara la frase a medias.
—Voy a hacerte daño, mucho mucho daño.
—Por favor, no me hagas nada, tengo dinero en mi billetera, es tuyo si me dejas ir.
El psicópata recogió la billetera del suelo, sacó los billetes y se los guardó en el bolsillo sin contar. Najher abrió la boca para gritar, pero antes de que lo hiciera, su captor le conectó una segunda bofetada.
—Usaré esto para comprarte un regalo, espera un segundo —el psicópata le metió la billetera en la boca a su víctima, y salió del sótano.
Al cabo de unos quince minutos, Najher escuchó pasos en las escaleras del sótano, y sintió un vacío en el estómago al ver que su captor traía una bolsa en cada mano, las dejaba en el suelo, y se arrodillaba junto a él.
—¿Sabes qué clase de gente odio con cada parte de mi pútrida alma? A esos que tocan a la pareja de otro, son asquerosamente despreciables.
Mientras hablaba, metió la mano en una de las bolsas y extrajo un alicate pequeño.
—Tranquilo, no me gusta lastimar a los inocentes, eso es repugnante —el psicópata negó con la cabeza—. Pero tú eres mierda, escoria, un ser asqueroso que solo merece agonía.
La víctima intentó hablar, pero la billetera desempeñaba bien su papel como mordaza. Su captor le dedicó una mirada divertida, y se acercó a él con lentitud. Colocó el alicate en uno de sus pezones, lo retorció con fuerza, y dio un fuerte tirón, haciendo que la piel se desprendiera.
—¿Por qué tiemblas? No voy a matarte todavía —cerró el alicate sobre el otro pezón—. Primero conocerás la agonía.
Lágrimas de dolor bajaron por las mejillas de Najher cuando su captor le arrancó el otro pezón de cuajo. El psicópata lo contempló satisfecho, devolvió el alicate a la bolsa, y extrajo un largo flagelo. Sin pender tiempo, azotó la espalda de su víctima con ímpetu, hasta que después de unos veinte golpes, devolvió el arma a la bolsa.
—Veo que te gusta besar chicas como un campeón, ¿eh? —le dio la espalda, y comenzó a revisar la otra bolsa.
De improviso, levantó la cabeza de una de sus víctimas por el cabello, y se la acercó al rostro.
—Una hermosa pelirroja, ¿no crees? —el psicópata soltó una carcajada—. ¡Bésala, cretino!
Le sacó la billetera de la boca, y antes de que aquel pobre desgraciado pudiera decir algo, su captor apretó la boca de aquella cabeza contra sus labios por varios segundos. Acto seguido, la utilizó para golpear al cretino repetidas veces, y luego colocarla a un lado.
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Editado: 23.02.2018