Real Psycho

9-. Intercambio de miradas

El hombre observó con furia cómo Adam Coil caminaba por la escena del crimen junto al jefe de la policía, para luego comenzar a hablar con uno de los agentes; y a pesar de que le resultaba imposible saber lo que decían, dedujo que intercambiaban información valiosa acerca del caso.

Haber desechado el cuerpo en aquella zona fue un muy mal movimiento que podría salirle caro, y él estaba muy consciente de ello. Además, tarde o temprano Coil encontraría alguna evidencia decisiva que lo vinculara con los crímenes, tal como en todos sus casos anteriores, y eso era un lujo que Jake no podía permitirse.

El psicópata se metió la mano en un bolsillo del suéter y aferró el cuchillo que guardaba allí. Quería sacarle los ojos al detective, arrancarle los órganos del cuerpo y desfigurarle el rostro a puñetazos, pero debía contenerse, al menos por ahora, o de lo contrario sospecharían de él.

Después de luchar contra sus ansias por hacerle daño a Coil, el hombre logró contenerse. Apretó los puños con todas sus fuerzas y observó al detective con odio, aunque, por desgracia, esto último jugó en su contra. Ambas miradas se cruzaron por breves instantes y el rostro de su rival pareció iluminarse. ¿Habría sido casualidad? Antes que tan siquiera pudiera planteárselo, Jake notó cómo Adam intercambiaba algunas palabras con el jefe de la policía para luego dirigirse a su posición.

Con el corazón palpitándole a toda velocidad, el psicópata se dio media vuelta y empezó a caminar con rapidez. Se abrió paso entre la multitud de personas que se cernía a su alrededor, y al mirar hacia atrás, se dio cuenta que el detective había acelerado el paso, estando solo a unos metros de distancia de él.

En seguida, el hombre aferró el mango de su cuchillo, y aun estando listo para abrir en canal a su perseguidor, optó por correr. Empujó a un sujeto alto y fornido para quitarlo del medio, y volvió a girarse por precaución, solo para ver cómo una multitud de periodistas molestos se atravesaban entre él y Coil.

—¡Quítense, idiotas! —rugió Adam, con la piel enrojecida por la carrera—. ¡No se metan en esto!

El psicópata esbozó una amplia sonrisa al observar cómo aquellos reporteros, en lugar de colaborar con él, continuaban estorbando en la persecución. Entonces, para aplacar un poco las ganas de ponerle las manos encima a su perseguidor, alzó su dedo medio hacia él y continuó alejándose del lugar.

No obstante, cuando creía que ya estaba bastante lejos de los ojos de Coil, distinguió por el rabillo del ojo cómo este daba largas zancadas en su dirección, y para empeorar las cosas, venía acompañado por el jefe de la policía. Un hombre alto y corpulento, temido por su costumbre de ser excesivamente agresivo durante los arrestos.

—Corre —susurró la voz gutural en su oído—. Hazlo o todo se habrá terminado.

—Voy a matarlos —musitó Jake, ignorando la orden—. Solo así podré quitármelos de encima.

—¡Huye! —el conjunto de voces retumbó en su cabeza, causándole así una fuerte migraña.

—No, me encontrarán, me quitarán a Emma —el psicópata se cubrió las orejas, y entre jadeos, detuvo el paso.

—¡Corre! —insistió la voz gutural con tanta fuerza, que él no tuvo de otra que obedecer.

Haciendo acopio de todas sus energías, se deslizó a toda velocidad entre los árboles y comenzó a buscar rutas alternativas con la mirada. No era la primera vez que recorría la orilla de aquel río, y sabía que tanto para entrar como para salir hacia la ciudad habían varias rutas.

—¡Izquierda! —le indicó la voz más aguda, haciendo que el hombre diera un giro brusco en esa dirección.

Por cuestión de centímetros, estuvo a punto de estrellar el rostro contra la corteza de un árbol, pero gracias a sus reflejos pudo evadirlo, y al cabo de un par de minutos trotando, logró llegar a una de las calles principales de Londres, donde podría confundirse con las demás personas y volver a casa de forma segura.

No podía estar seguro si el detective sospechaba de él desde que cruzaron miradas o desde que decidió huir de su alcance, aunque fuera como fuera, eso estuvo increíblemente cerca, y ahora no le quedaba de otra que mantener un perfil bajo; casi inexistente, o de lo contrario podría atraer la atención de su perseguidor.

Mientras le daba vueltas al asunto, su mirada se posó en una niña pequeña que iba de la mano de su madre. Probablemente no pasaba de los seis años, y su ondulado cabello rubio le caía por la espalda, al igual que a su mamá.

Fue en aquel momento cuando, con una sonrisa perversa en el rostro, se le vino a la mente una gran idea. Una que le aseguraría la victoria en esta batalla.



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Editado: 23.02.2018

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