—Así es, detective, yo los maté a todos —admitió el psicópata, mirándolo a los ojos—. Arranqué partes de sus cuerpos, los mutilé, molí sus huesos; y no me arrepiento en lo absoluto.
El hombre se pasó una mano por el cabello y sonrió con orgullo.
—Aclaro que jamás violé a nadie, ni tampoco pensé hacerlo, los violadores son seres repulsivos y lo único que merecen es la muerte.
El teléfono del detective empezó a sonar, pero este no le hizo el menor caso.
—Tampoco le hice daño a su hija, ella no tiene la culpa de que usted se entrometiera en mis asuntos y no va a pagar por ello.
Coil lo observaba atentamente, escuchando cada palabra con detenimiento.
—Es una pena que todo termine así, pero sé que tiene que hacer su trabajo, y espero comprenda que yo también —Jake suspiró con pesadez—. Cuando estés lista, Emma.
Dicho esto, la chica aferró el mango del hacha, tomó impulso y clavó la hoja en el cuello de Coil, desgarrándolo por completo. A su vez, el cadáver cayó hacia el frente, y un chorro de sangre empezó a manar de la herida, manchando así gran parte del suelo.
—Es hora de ir al aeropuerto, cariño, nuestro vuelo sale a las ocho —indicó el hombre, tomando la mano de su prometida—. Ya no podemos quedarnos en Inglaterra.
—Está bien —asintió ella, dejando caer el arma y siguiendo los pasos de su pareja.
Ambos subieron las escaleras para salir del sótano, tomaron sus maletas y huyeron hacia el aeropuerto, con rumbo a otro país.
—Nos vemos cuando aterrices, Jake —le susurraron las voces al unísono, mientras que el avión iniciaba su despegue.
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Editado: 23.02.2018