𝕽| 𝒄. ₀₀₈
—𝓒.𝓑─
Rita me miró con curiosidad y sonrió mostrando a la perfección sus dientes postizos.
—¿Y tú que ves? —espetó de mala gana.
—Oh, tiene algo en el cabello —le dije señalando su cabeza.
—¿Ah sí? ¿Dónde?
Con un movimiento rápido, tomé mi jarra de cerveza de mantequilla y la vacié sobre su cabeza. La mujer soltó un estruendo chillido y varios flashes por parte de su camarógrafo me cegaron, pero aún así pude notar cuando esta se me lanzó encima y empezó a tirar de mi cabello, arañando mi rostro.
Dios, que mal golpea.
La empujé y comencé a golpearla con todas mis fuerzas, usando puñetazos, arañazos, golpes con las palmas abiertas y lo que fuera necesario. Pero en un momento, Rita agarró una jarra vacía y cerré los ojos instintivamente. Cuando los abrí de nuevo, me di cuenta de que mis golpes no estaban llegando a ningún lado. Harry y Ron me tenían sujetada por los brazos mientras Rita escribía furiosamente con su pluma y hablaba con su camarógrafo.
—¿Qué tal esta primicia? —exclamé, haciendo un gesto grosero con la mano y sonriendo ante su cámara, que capturaba la imagen. Ron y Harry aún me mantenían sujetada.
—¡Niña tonta! —chilló Rita, acercándose nuevamente.
Le saqué la lengua y di patadas en el aire, tratando de zafarme.
—¡Vieja sapa desabrida! —grité mientras Ron me cargaba sobre su hombro y me sacaba de la taberna. Lo último que pude ver fue cómo algunos clientes tomaban a Rita y la apartaban de mí.
—¡Ya bájame! —demandé, golpeando la espalda de Ron, mientras este aún me tenía cargada por las piernas. A pesar de que sólo tenía vista a su espalda, podía sentir como se reían.
—Ahora la tomará contigo, Camila —dijo Ron con voz baja y preocupada mientras subían la calle, deshaciendo el camino por el que habían llegado.
—¡Que lo intente! —repliqué con voz chillona al momento en que Ron me bajó y me acercaba una botella de agua—. Gracias.
Noté que Hermione temblaba de rabia de rabia—. ¡Ya verá! ¿Conque soy una estúpida? Pagará por esto. Primero Harry, luego Hagrid, y ahora Camila... ¡Es una salvaje! ¿Como por que tendría que ir a los golpes?
—En realidad yo empecé —confesé con las mejillas sonrosadas. Hermione me miró de rojeo y suspiró, pasando un brazo alrededor de mis hombros.
—De todas formas, esa mujer nos duplica en edad.
—No hay que hacer enfadar a Rita Skeeter —añadió Ron nervioso—. Te lo digo en serio, Hermione. Te buscará algo para ponerte en evidencia...
—¡Mis padres no leen El Profeta, así que no me va a meter miedo! —contestó Hermione, dando tales zancadas que nos costaba trabajo seguirla. Según Harry, última vez que Harry había visto a Hermione tan enfadada, le había pegado una bofetada a Draco Malfoy.
—Pero los míos sí... —agregué pensativa.
¿Que tan malo podría ser que una portada con mi rostro?
—¡Y Hagrid no va a seguir escondiendo la cabeza! ¡Nunca tendría que haber permitido que lo alterara esa imitación de ser humano! ¡Vamos!
Hermione echó a correr durante todo el camino de vuelta por la carretera, a través de las verjas flanqueadas por cerdos alados y de los terrenos del colegio, hacia la cabaña de Hagrid.
Las cortinas seguían corridas, y al acercarse oímos los ladridos de Fang.
—¡Hagrid! —gritó Hermione, aporreando la puerta delantera—. ¡Ya está bien, Hagrid! ¡Sabemos que estás ahí dentro! ¡A nadie le importa que tu madre fuera una giganta! ¡No puedes permitir que esa asquerosa de Skeeter te haga esto! ¡Camila le dio su merecido, debiste ver como la golpeó! ¡Sal, Hagrid, deja de...!
Se abrió la puerta. Hermione dijo «hacer el...» y se calló de repente, porque acababa de encontrarse cara a cara no con Hagrid sino con Albus Dumbledore.
—Buenas tardes —saludó el director en tono agradable, sonriéndoles.
—Que... que... queríamos ver a Hagrid —dijo Hermione con timidez.
—Sí, lo suponía —repuso Dumbledore con ojos risueños—. ¿Por qué no entran?
—Ah... eh... bien —aceptó Hermione.
Los cuatro entramos en la cabaña. En cuanto Harry cruzó la puerta, Fang se abalanzó sobre él ladrando como loco, e intentó lamerle las orejas. Harry se libró de Fang y miró a su alrededor.
Hagrid estaba sentado a la mesa, en la que había dos tazas de té. Parecía hallarse en un estado deplorable. Tenía manchas en la cara, y los ojos hinchados, y, en cuanto al cabello, se había pasado al otro extremo: lejos de intentar dominarlo, en aquellos momentos parecía un entramado de alambres.
—Hola, Hagrid —saludó Harry.
Hagrid levantó la vista.
—... la —respondió, con la voz muy tomada.
—Creo que nos hará falta más té —dijo Dumbledore, cerrando la puerta tras ellos.
Sacó la varita e hizo una floritura con ella, y en medio del aire apareció, dando vueltas, una bandeja con el servicio de té y un plato de bizcochos. Dumbledore la hizo posarse sobre la mesa, y todos se sentaron. Hubo una breve pausa, y luego el director dijo:
—¿Has oído por casualidad lo que gritaba la señorita Granger, Hagrid?
Hermione se puso algo colorada, pero Dumbledore le sonrió y prosiguió: —Parece ser que Hermione, Harry, Ron y Camila aún quieren ser amigos tuyos, a juzgar por la forma en que intentaban echar la puerta abajo.
—¡Por supuesto que sí! —exclamó Harry mirando a Hagrid—. Te tiene que importar un bledo lo que esa vaca... Perdón, profesor —añadió apresuradamente, mirando a Dumbledore.
—Me he vuelto sordo por un momento y no tengo la menor idea de qué es lo que has dicho – dijo Dumbledore, jugando con los pulgares y mirando al techo.
—Eh... bien —dijo Harry mansamente—. Sólo quería decir... ¿Cómo pudiste pensar, Hagrid, que a nosotros podía importarnos lo que esa... mujer escribió de ti?
Dos gruesas lágrimas se desprendieron de los ojos color azabache de Hagrid y cayeron lentamente sobre la barba enmarañada. Golpear a Rita se sintió más que satisfactorio entonces; Hagrid no merecía aquella injusticia.