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—𝓒.𝓑─
La noche precedente a la segunda prueba, fue un caos total. Tenía la loca teoría de que Harry nos transmitía su preocupación y ansiedad.
Luego de lo sucedido con Malfoy, no volví a dirigirle la palabra por el resto del día; el día de hoy, solo me limité a ignorarlo por completo. Ahora mismo me encontraba junto a Harry, Ron y Hermione, quitando cualquier otra preocupación y centrándonos en el enigma de la segunda prueba.
—Creo que es imposible —declaró Ron—. No hay nada. Nada. Lo que más se aproxima a lo que necesitamos es este encantamiento desecador para drenar charcos y estanques, pero no es ni mucho menos lo bastante potente para desecar el lago.
—Tiene que haber alguna manera —murmuró Hermione, acercándose una vela.
Tenía los ojos tan fatigados que escudriñaba la diminuta letra de Encantamientos y embrujos antiguos caídos en el olvido con la nariz a tres dedos de distancia de la página.
—Nunca habrían puesto una prueba que no se pudiera realizar —dije yo, tirándome contra el respaldar de la silla.
—Ahora lo han hecho —replicó Ron—. Harry, lo que tienes que hacer mañana es bajar al lago, meter la cabeza dentro, gritarles a las sirenas que te devuelvan lo que sea que te hayan mangado y ver si te hacen caso. Es tu opción más segura.
—¡Hay una manera de hacerlo! —insistió Hermione enfadada—. ¡Tiene que haberla!
Parecía tomarse como una afrenta personal la falta de información útil que había sobre el tema en la biblioteca. Nunca le había fallado.
—Ya sé lo que tendría que haber hecho —dijo Harry, dejando descansar la cabeza en el libro Trucos ingeniosos para casos peliagudos—. Tendría que haber aprendido a hacerme animago como Sirius.
—¡Claro, así podrías convertirte en carpa cuando quisieras! —corroboró Ron.
—O en una rana —añadí con un bostezo. Estaba exhausta.
La verdad es que no había podido dormir lo suficiente. El constante pensamiento de lo sucedido con Draco me invadía en cuanto dejaba mis pensamientos vagar libremente. Lo que más me incomodaba, y en cierto punto, enojaba, era que Draco actuaba con tanta normalidad; llegué a pensar que eso sucedió netamente en mi imaginación.
Claramente no era así.
—Lleva unos cuantos años convertirse en animago, y después hay que registrarse y todo eso —dijo Hermione vagamente, echándole un vistazo al índice de Problemas mágicos extraordinarios y sus soluciones—. La profesora McGonagall nos lo dijo, ¿recuerdan? Hay que registrarse en el Departamento Contra el Uso Indebido de la Magia, y decir en qué animal se convierte uno y con qué marcas, de qué color... para que no se pueda hacer mal uso de ello.
—Estaba hablando en broma, Hermione —le aclaró Harry cansinamente—. Ya sé que no me puedo convertir en rana mañana por la mañana.
—¡Ah, esto no sirve de nada! —se quejó Hermione cerrando de un golpe los Problemas mágicos extraordinarios—. Pero ¡quién demonios va a querer hacerse tirabuzones en los pelos de la nariz!
—A mí no me importaría —dijo la voz de Fred Weasley—. Daría que hablar, ¿no?
Los cuatro levantamos la vista. Fred y George acababan de salir de detrás de unas estanterías.
—¿Qué hacen aquí? —les preguntó Ron.
—Buscarlos —repuso George—. McGonagall quiere que vayas, Ron. Y tú también, Hermione.
—¿Y que quiere?
—Ni idea... pero estaba muy seria —contestó Fred.
—Tenemos que llevarlos a su despacho —explicó George.
—Nos veremos en la sala común —le dijo Hermione a Harry al levantarse con Ron. Los dos parecían nerviosos—. Llévate todos los libros que puedas, ¿si?
—Bien —asintió Harry, incómodo.
A lo mejor se había dado cuenta de lo mucho que lo ayudaban, cuando se suponía que tenía que arreglárselas él solo. Pero también me hubieran llamado a mi en ese caso.
—Supongo que Camila te ayudará —musitó Ron mirando a Harry algo apenado.
—De hecho —interrumpió George—. Camila también viene.
—¿Yo por qué? —me quejé despegando mi vista del libro.
Definitivamente estaba en problemas.
—Solo dijo que trajéramos a Ron y Hermione —murmuró Fred mirando confundido a George, parecía sorprendido.
—¿Crees que desaprovecharé la oportunidad? —susurró George dándole un leve codazo.
—En ese caso... tú también, Camila.
—No iré con ustedes —repliqué rodando los ojos y volviendo mi vista hacia el libro que estaba leyendo.
—Vamos... George quiere conocerte mejor —insistió Fred tirando un poco de mi bata.
—Tengo que ayudar a Harry —les recordé señalando el libro que me encontraba repasando.
—Será en otra ocasión entonces —dijo George acercándose a mi—. Fue un gusto de charlar con usted, señorita —musitó el pelirrojo besando mi mano, la cual desconocía el porqué estaba a su vista para lograr hacer eso.
Harry soltó una carcajada, tratando de tapar su boca lo más rápido que pudo, ya que la señora Pince nos asesinaría por todo el alboroto que hicimos y probablemente porque lo asesinaría.
—Deja de burlarte o me iré ahora mismo, Potter, y creo que me necesitas —advertí. Nunca nadie me había cortejado tan directamente como George Weasley lo acababa de hacer.
—Supongo que luego de la prueba podré burlarme sin culpa alguna —musitó Harry negando con la cabeza lentamente, mientras volvíamos a concentrarnos en el libro que escudriñábamos.
Y ni siquiera con eso pude borrar los sucesos de hace algunas noches. ¿En realidad sucedieron? ¿O sólo lo imaginé?
Hacia las ocho, la señora Pince había apagado todas las luces y nos metía prisa para que saliéramos de la biblioteca, algo frustrados, Harry y yo salimos del lugar, con esperanzas de que pueda hallar algo que lo ayude en la prueba de mañana.
—Si Hermione y Ron no encuentran nada, tal vez volvamos más tarde —me dijo Harry al momento de despedirnos—, ¿Podrás venir?
—Por supuesto... si es que la señora Norris o Peeves no están por las mazmorras —repuse bajando la voz en cuanto esas posibilidades me atravesaron.