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—𝓒.𝓑─
Aquel día, en la noche, Hermione y yo nos encontrábamos en la Biblioteca antes de que esta cierre, charlando sobre algo que a Harry le sucedió durante clase de Adivinación, y luego presenció en la oficina de Dumbledore. Aquello fue casi opacado cuando le conté sobre lo sucedido con George, Hermione se encontraba muy sorprendida.
—No pensé que ustedes...
—No tenemos nada, no somos nada de hecho —me apresuré en decir—. Solo... me ofendió la forma en que me vio y se dirigió a mi —confesé alzándome de hombros.
—Comprendo... nunca pensé que sucedería algo así, no creí que George fuera ese tipo de muchacho —repuso Hermione, soltando un suspiro y tocando mi hombro—- Lo lamento mucho, no tenías que pasar por una situación así.
—Gracias, pero... realmente no importa, apenas lo conozco —repetí soltando una pequeña risa. Ella asintió y luego continuó con el tema de Harry.
—¿Entonces Dumbledore también cree que Voldemort está recobrando fuerzas? —musité, dejando mi pluma al lado del libro que leía y mirando a Hermione. Su rostro se tensó y su sonrisa se congeló, pues, ella aún no se estaba acostumbrada a oír su nombre.
—Harry dice que sí —respondió con calma, cerrando el libro y observando la portada unos segundos, antes de posar su mirada sobre mí y decir—. Camila, tenemos que estar alerta... si algo le sucediera a Harry...
—Ayudemos a Harry, entonces. Hay que ayudarlo a entrenar para la prueba, no podemos bajar la guardia.
Antes de que alguna pudiera decir algo más, una lechuza irrumpió la biblioteca, dejando caer sobre mi libro una carta firmada por el director. Hermione entrecerró los ojos y luego me miró con confusión.
Estimada señorita Bellerose,
Espero que esté teniendo un magnífico día. Me dirijo a usted con el fin de informarle que tenemos programada una cita en mi oficina para discutir su situación. Sería un placer poder reunirnos hoy y abordar los asuntos que necesite tratar.
Reciba mis más cordiales saludos,
Albus Dumbledore
Doblé la pergamino y la guardé en mi mochila rápidamente.
Había olvidado por completo aquel asunto. Nuevamente.
—¿Qué sucede? —preguntó Hermione, luciendo aún más confundida.
—Dumbledore —respondí mostrando una nerviosa sonrisa.
—¿Estás en problemas? —inquirió, dejando su libro de historia al lado y empezando a guardar sus pertenencias al igual que yo.
—Espero que no.
Dicho esto, ambas nos despedimos y cada una se hizo camino hacia donde debía ir. Últimamente mi mente estuvo enfocada en cosas que realmente no importaban, al menos no por ahora; aquello que era crucial en mi vida empezaba a ocupar un pequeño e insignificante lugar en mí.
—Sabía que vendrías.
Oí decir a Dumbledore en el momento en que estaba por tocar a su puerta, la cual se abrió antes de que si quiera mi mano se acercara lo suficiente, al entrar, la sensación de aquella vez me abrazó como a una vieja amiga.
Lista para mí.
—Supongo que sabrás porqué te cité el día de hoy —dijo mientras dejaba de acariciar a Fawkes y volteaba a verme.
Asentí levemente. Los nervios se hicieron aún más presentes cuando pude sentir mi respiración haciéndose cada vez más pesada.
—¿Recuerdas el pensadero? —repuso Dumbledore, dejando de lado los rodeos y bajando la pequeña escalinata para reunirse conmigo.
—Casualmente, Harry casi ve aquel recuerdo que iba a enseñarte hoy —me informó acercándose a un armario al lado de donde el pensadero reposaba. Este, se abrió casi al instante cuando este acercaba su mano y con nada de dificultad tomó un frasco de vidrio, en donde algunos finos hilos dorados bailaban dentro de este.
—Acércate.
Las palabras se quedaron atascadas en mi garganta, pero mis piernas se movieron en respuesta.
—¿Por qué? —fue lo único que pude articular.
—Paciencia, Camila.
Dicho esto, acerqué mi cabeza hacia el pensadero. Era como ver desde unos binoculares una situación en específico, o taparse los oídos y hacer un gran esfuerzo por oír algo. De un tirón cerca al ombligo, sentí ser consumida por el pensadero y tener la sensación de caer sobre el aire por algunos segundos, hasta que noté nuevamente estar dentro de los recuerdos de mamá.
Aquella vez, Camila regresó a la mansión Bellerose, en el mismo lugar donde su madre había estado charlando con Narcissa Malfoy en el recuerdo anterior.
Sin embargo, en lugar de Narcissa, se encontró con una mujer que se parecía mucho a Josephine, aunque su rostro lucía más maduro y su sonrisa era más amplia que la de su madre. Las similitudes entre ambas eran sorprendentes.
—Es solo una niña... —murmuró Josephine con la voz temblorosa—. ¿Cómo podrá lidiar con esto cuando regrese? Sola... sin tener idea de lo que está sucediendo. Ella necesita estar aquí, conmigo, con Nathaniel. Podemos guiarla.
—Hemos hablado de esto muchas veces, Jo —insistió la mujer, tomando las manos de Josephine—. Sabes el riesgo que corre. La profecía es clara, ella está en peligro...
—¿O acaso tienes miedo? —respondió en tono lúgubre. Su mirada era diferente, desquiciada—. La profecía no solo habla de que ella está en peligro.
El semblante de la acompañante cambió, y Camila pensó que se marcharía por su expresión, pero en su lugar frunció el ceño y pudo darse cuenta de lo que sucedía. Estaba enfadada.
—Camila es mi sangre, Josephine —masculló con amargura—. Al igual que tú, también velo por su bienestar. Así que no te atrevas a insinuar siquiera que puedo traicionarte.
—¡Mi propio primo! —exclamó Josephine, abandonando las máscaras y derrumbándose en ese mismo momento. Se veía muy herida—. Mi propia familia intentó atentar contra su vida... ¿Cómo se supone que debo confiar si los únicos en quienes deposito mi fe se vuelven contra mi hija? ¡Su propia sangre, Kendra!