𝕽| 𝒄. ₀₁₆
—𝓒.𝓑─
El mundo parecía un torbellino caótico a mi alrededor mientras avanzábamos por los pasillos del castillo. La cabeza me daba vueltas y me dolía intensamente, pero gracias a Ron y otra poción de Hermione, lograba mantenerme de pie. Ron fue el que me agarraba del brazo para poder caminar, mientras Bill veía por Molly. La mujer se encontraba profundamente apenada por todo lo que sucedía, preguntándose cómo se encontraba Harry ante todo esto, sintiéndose culpable a la vez, por ser tan egoísta de pensar en el bienestar del muchacho e ignorar por completo que, en algún rincón del castillo, los padres de Cedric lloraban por su ausencia.
Cuando Dumbledore abrió la puerta, todos se abalanzaron sobre él cuando entraron, y la señora Weasley soltó una especie de grito amortiguado:
—¡Harry! ¡Ay, Harry!
Fue hacia él, pero Dumbledore se interpuso.
—Molly —le dijo levantando la mano—, por favor, escúchame un momento. Harry ha vivido esta noche una horrible experiencia. Y acaba de revivirla para mí. Lo que ahora necesita es paz y tranquilidad, y dormir. Si quiere estar con él —añadió, mirándonos detenidamente a cada uno—. Pueden quedarse, pero no quiero que le pregunten nada hasta que esté preparado para responder, y desde luego no esta noche.
La señora Weasley mostró su conformidad con un gesto de la cabeza. Estaba muy pálida. Se volvió hacia nosotros con una expresión severa, como si estuviéramos haciendo bulla, y nos dijo muy bajo:
—¿Han oído? ¡Necesita tranquilidad!
—Dumbledore —dijo la señora Pomfrey, mirando fijamente el perro grande y negro: Canuto—. ¿Puedo preguntar qué...?
—Este perro se quedará un rato haciéndole compañía a Harry —dijo sencillamente Dumbledore—. Te aseguro que está extraordinariamente bien educado. Esperaremos a que te acuestes, Harry.
—Volveré en cuanto haya visto a Fudge, Harry —dijo Dumbledore—. Me gustaría que mañana te quedaras aquí hasta que me haya dirigido al colegio.
Salió. Mientras la señora Pomfrey lo llevaba a una cama próxima, estaba Moody acostado en una cama al final de la sala. Tenía el ojo mágico y la pata de palo sobre la mesita de noche.
—¿Qué tal está? —preguntó Harry.
—Se pondrá bien —aseguró la señora Pomfrey, dándole un pijama a Harry y rodeándolo de biombos.
Él se quitó la ropa, se puso el pijama, y se acostó. Ron, Hermione, Bill, la señora Weasley y yo, nos sentamos a ambos lados de la cama, y el perro negro se colocó junto a la cabecera. Ron, Hermione y yo lo mirábamos con cautela, casi como asustados. Pero era inevitable. ¿Que fue lo que sucedió?
—Estoy bien —nos dijo—. Sólo que muy cansado.
A la señora Weasley se le empañaron los ojos de lágrimas mientras le alisaba la colcha de la cama, sin que hiciera ninguna falta.
La señora Pomfrey, que se había marchado aprisa al despacho, volvió con una copa y una botellita de poción de color púrpura.
—Tendrás que bebértela toda, Harry —le indicó—. Es una poción para dormir sin soñar.
Harry tomó la copa y bebió unos sorbos. Antes de que pudiera terminar la poción, antes de que pudiera añadir otra palabra, la fatiga lo había vencido.
• • •
—¡Van a despertarlo si no se callan!
—¿Por qué gritan así? No habrá ocurrido nada más, ¿no? —pregunté, cuando entraba rápidamente hacia la enfermería seguida de Hermione y Ron, le acercamos algo de comida y bebidas a Bill y Molly, ambos agradecieron tratando de sonreír.
—Es la voz de Fudge —susurró la señora Weasley—. Y ésa es la de Minerva McGonagall, ¿verdad? Pero ¿por qué discuten?
—Ya sé que es lamentable, pero da igual, Minerva —decía Cornelius Fudge en voz alta.
—¡No debería haberlo metido en el castillo! —gritó la profesora McGonagall—. Cuando se entere Dumbledore...
Se abrió de golpe las puertas de la enfermería. Sin que nadie se diera cuenta, porque todos miraban hacia la puerta mientras Bill retiraba el biombo, Harry se sentó y se puso las gafas.
Fudge entró en la sala con paso decidido. Detrás de él iban Snape y la profesora McGonagall.
—¿Dónde está Dumbledore? —le preguntó Fudge a la señora Weasley.
—Aquí no —respondió ella, enfadada—. Esto es una enfermería, señor ministro. ¿No cree que sería mejor...?
Pero la puerta se abrió y entró Dumbledore en la sala.
—¿Qué ha ocurrido? —inquirió bruscamente, pasando la vista de Fudge a la profesora McGonagall—. ¿Por qué están molestando a los enfermos? Minerva, me sorprende que tú... Te pedí que vigilaras a Barty Crouch...
—¡Ya no necesita que lo vigile nadie, Dumbledore! —gritó ella—. ¡Gracias al ministro!
No había visto nunca a la profesora McGonagall tan fuera de sí: tenía las mejillas coloradas, los puños apretados y temblaba de furia. Sigilosamente me senté en una silla al lado de Harry y tomé su mano. Harry me miró de una forma peculiar, parecía cansado, adolorido... roto.
—Cuando le dijimos al señor Fudge que habíamos atrapado al mortífago responsable de lo ocurrido esta noche —dijo Snape en voz baja—, consideró que su seguridad personal estaba en peligro. Insistió en llamar a un dementor para que lo acompañara al castillo. Y subió con él al despacho en que Barty Crouch...
—¡Le advertí que usted no lo aprobaría, Dumbledore! —exclamó la profesora McGonagall—. Le dije que usted nunca permitiría la entrada de un dementor en el castillo, pero...
—¡Mi querida señora! —bramó Fudge, que de igual manera parecía más enfadado que nunca—. Como ministro de Magia, me compete a mí decidir si necesito escolta cuando entrevisto a alguien que puede resultar peligroso...
Pero la voz de la profesora McGonagall ahogó la de Fudge:
—En cuanto ese... ese ser entró en el despacho —gritó ella, temblorosa y señalando a Fudge—, se echó sobre Crouch y... y...
Sentí a Harry tensarse y mirarme preocupado, en cuanto la profesora McGonagall buscaba palabras para explicar lo sucedido.