𝕽| 𝒄. ₀₂₇
—𝓒.𝓑─
—¡No puedo creer que seas tan mala! ¿Qué acaso nunca te has batido en duelo? —su pesada voz apareció a mis espaldas mientras veía mi varita brincar unas cuantas veces sobre el suelo antes de impactarse por completo. Draco me tomó del antebrazo y me levantó al cabo de unos segundos.
—Me temo que eso no es algo que solemos hacer en Hogwarts —respondió Draco mirando severamente a mi abuela, quien rio por lo bajo y rodó los ojos.
—Y por eso están aquí, para aprender —repuso Narcissa rápidamente, tratando de aliviar el ambiente. Me entregó la varita y sonrió dulcemente, para luego retroceder unos pasos junto a mi abuela, quien no volvió a replicar.
Llevábamos casi una semana entrenando. Los primeros dos días tardamos horas en descubrir a qué varita correspondía cada uno, causando un gran revuelo en la sala que se nos otorgó para practicar. Lamentablemente, no nos coordinamos para ello, por lo que el primer día fue de Draco y el segundo completamente mío. En el tercer día, Narcissa nos indicó que practicáramos algunos hechizos básicos, pero mi abuela llegó al instante, y las siguientes prácticas fueron duelos con Draco, en los que claramente perdía de formas muy embarazosas.
—¿Cómo piensas enseñarle a defenderse cuando apenas puede mantener la varita diez segundos? —exclamó la señora, ya bastante harta de mis constantes derrotas—. ¿Qué tan buena eres bailando? —me preguntó bastante seria.
—¿Qué?
—Algo que tu abuelo me enseñó es que ser un buen bailarín te facilita mucho al momento de batirte en duelo. Los movimientos precisos son la clave de todo, y claro, el vals está lleno de velocidad y fluidez —repuso ella juntando ambas manos sobre su regazo—. ¿Qué esperan? —Nos miró con avidez.
—Si lo pones de esa forma... Draco y yo pasamos gran parte del Baile de Navidad bailando, tal vez podría...
—¡Entonces manos a la obra! —exclamó ella, yendo a un rincón junto a Narcissa.
—¿Cómo le decimos que mis dedos de los pies terminaron morados ese día? —musitó Draco, volviendo a tomar su varita y saludándome de forma adecuada.
—Mejor cállate —espeté cansinamente, rodando los ojos.
Siguiendo las recomendaciones de mi abuela, pude esquivar muchos de los hechizos y algunos cuantos maleficios por parte de Draco. La noche nos golpeó luego de haber permanecido largos minutos defendiéndome y esquivando a Draco, pero al final, logró vencerme. Llegamos a mi habitación y nos adentramos a ella como de costumbre, ya que no habíamos dejado de dormir juntos desde que iniciamos a hacerlo. Los días fueron aburridamente lentos, hasta que, por fin, mi abuela y Narcissa optaron por entrenarnos cuando llevaba mi segundo día venciendo a Draco en un duelo.
—¿Alguna sugerencia? —preguntó Narcissa, moviendo su varita por la habitación y cerrando las cortinas de golpe, mientras la sala se iba asegurando en cortos segundos.
Miré a Draco rápidamente y pude notar que ambos pensábamos lo mismo.
—Estaba pensando en... ¿el encantamiento Flipendo?
—¿Es una pregunta o una afirmación? —cuestionó Narcissa alzando una ceja. Mi rostro cambió por completo, sintiendo mis mejillas sonrojarse al instante. Ella rió entonces— El maleficio rechazo (Flipendo) se puede usar para aturdir a varios enemigos, repeler físicamente a un oponente, derribar un objeto, destruir objetos frágiles y activar interruptores mágicamente encantados —explicó ella, caminando por la habitación como si estuviese impartiendo una clase.
Con un movimiento de varita, hizo aparecer una especie de armadura, la cual golpeó la pared más cercana de manera abrupta cuando una luz azul salió de la varita de Narcissa. La mujer volteó con una gran sonrisa y se inclinó mientras Draco y yo aplaudíamos.
—El movimiento de varita es realmente fácil. Necesito que apunten al maniquí y pronuncien de forma clara y firme ¡FLIPENDO! —El maniquí volvió a estallarse contra la pared en cuanto fue tocado por la luz azul proveniente de la varita de Narcissa.
Nos llevó horas dominar el encantamiento. Cuando finalizamos la sesión de hoy, finalmente lo habíamos perfeccionado. En el camino hacia mi habitación, Draco pasó su tiempo repeliendo y arreglando jarrones que apuntaba con su varita.
—Eres un presumido —me quejé cuando lanzó el último 'reparo' a una vasija de porcelana que había caído al suelo.
—Soy el mejor, ¿qué puedo decir?
Cuando cerré la puerta de mi habitación, Draco entró al cuarto de baño como si fuera algo completamente normal, aparentemente iba a tomar una ducha. La incomodidad que solíamos sentir al compartir habitación por elección propia se había desvanecido con el tiempo, tanto que incluso tenía algo de ropa en mis cajones. Nunca había imaginado que llegaríamos a este punto, pero no me quejaba; era reconfortante tenerlo a mi lado. Ambos parecíamos al borde de un abismo, con las palabras de Lucius resonando en nuestras mentes durante las noches. No había considerado cuánto Draco y yo compartíamos esta situación, pero aquí estábamos, pretendiendo que todo estaba perfectamente bien, sin abordar el hecho de que ambos habíamos dejado nuestras vidas en pausa.
—¿Has escuchado algo sobre Potter? —preguntó suavemente cuando ya estaba a punto de quedarme dormida. Me giré en la cama y lo miré. Estaba mirando el techo con las manos cruzadas sobre su pecho.
—No —mentí.
—¿Tus queridos amigos no te han dicho nada? —El tono burlón en su voz fue suficiente para hacer que rodara los ojos y bufara con cansancio.
—No tengo ganas de responder a ninguna carta, para ser honesta —confesé, jugando con mis dedos. Y era cierto, tenía montones de cartas guardadas en una caja de zapatos.
Durante esos días, mis ánimos estaban por los suelos; no tenía ganas de responder a nadie. Apenas leía los primeros párrafos de las cartas para asegurarme de que todo estaba bien y luego las guardaba casi al instante. Todo parecía tan confuso, sin importar cómo lo mirara. Me encontraba aliada con los 'enemigos' en mi entorno actual. Mi lealtad siempre había sido clara, pero desde la perspectiva de quienes me rodeaban, podría ser vista como una infiltrada enemiga. Desde la perspectiva del otro bando, no era más que la hija de mortífagos, y probablemente no confiarían en mí si revelaba mi verdadera lealtad hacia Harry. No pude evitar sentirme apática hacia las personas con las que debería estar cerca, y, en cambio, empezaba a tomarles cariño. Me sentía terriblemente culpable, como si les mintiera descaradamente con cada segundo que pasaba. ¿Cómo podría mirarles a los ojos cuando terminara el verano? ¿Qué pensarían mis padres o los Malfoy si descubrieran que mi lealtad siempre había estado con Harry?