Realities | Draco Malfoy

Capítulo 28

𝕽| 𝒄. ₀₂₈
—𝓒.𝓑─

Unos chillidos provenientes de un lugar distante me pusieron alerta. Caminando lentamente descalza sobre la densa hierba, sentía leves cosquilleos en las plantas de mis pies, pero aún así, continué corriendo hacia donde los gritos se hacían más estridentes.

—«¿Dónde estás?»

Escuché mi voz carraspear por mi garganta, obligándome a aumentar la velocidad. Pero luego, la sensación de cosquilleo en el pasto se volvió intensa e insoportable. Caí de bruces al suelo, mis manos tocando mi estómago mientras reía sin control. La picazón se extendió por mis piernas, dejándome inmovilizada y cegando mi vista, hasta que finalmente me tumbó al suelo por completo. Mi cuerpo entero se vio invadido por esa desagradable e intensa sensación.

—«¡AYUDA!»

Aquella voz resonó nuevamente en mis oídos. Traté desesperadamente de rasgar mi ropa mientras seguía retorciéndome en el suelo, arañando mi propia piel y gritando con ferocidad. Solo quería que todo acabara.

Gismey seguía gritando pidiendo ayuda, y yo me sentía impotente, atrapada en ese maldito pasto que se había convertido en un tormento.

Necesitaba llegar hasta ella.

Otro gemido se hizo presente, pero esta vez, más cerca que las anteriores, como si estuviera acercándose a mí. Los gritos resonaban dentro de mi cabeza de manera abrumadora. La picazón se había vuelto dolorosa, como si miles de cuchillos candentes estuvieran perforando cada centímetro de mi piel. Mi cabeza pareció apretarse en un tormento insoportable, y sentí que mis cuerdas vocales se destrozaban mientras emitía súplicas desgarradoras.

Los gritos eran míos.

—¡Camila! —la voz de Draco resonó de repente. El inmenso dolor desapareció. Una suave manta cubría mi cuerpo, y una sensación completamente diferente a la anterior me invadió; experimenté calma, a pesar de que mi corazón latía con fuerza y sentía un extraño apretón en los brazos.

Abrí los ojos de golpe y mis manos rápidamente exploraron mi cuerpo, dándome cuenta de que estaba en la cama.

Solo había sido un sueño.

El rubio me miraba con preocupación, inclinado sobre mí, sosteniendo mis brazos con ambas manos. Una gota de sudor frío resbaló por mi cuello, y sin decir una palabra, Draco me soltó y me abrazó con fuerza, tembloroso. Leves espasmos sacudieron mis articulaciones cuando intenté hablar. Simplemente no podía.

—Calma, solo fue una pesadilla. Calma —repetía él, pegándome tanto como podía a su cuerpo. Aunque sus caricias parecían estar a millas de distancia, noté que su mano se dirigía hacia mi cabello.

—Draco... —susurré con temor en un susurro apenas audible, alzando la mirada y encontrándome con la suya, llena de angustia y preocupación. Él me silenció casi de inmediato cuando uno de los elfos domésticos apareció con una poción. Draco la arrebató sin mucho cuidado y me obligó a beberla.

—Esto te ayudará.

Fue lo único que escuché antes de volver a caer sobre la suave cama, que se sentía como miles de nubes envolviendo cada centímetro dolorido de mi cuerpo, llenándome de paz y tranquilidad.

No recuerdo qué soñé después de eso.

Los cálidos rayos del sol acariciaron mi rostro, dejando una agradable sensación de calor durante unos segundos, antes de que reuniera el valor necesario para esconderme bajo la almohada que había retirado previamente. Pero la razón detrás de esto me hizo saltar de la cama de golpe, dejándome con un sabor amargo en la boca que desapareció cuando escuché lo siguiente:

—Date una ducha y luego iremos a almorzar en la ciudad —Salía del cuarto de baño, lanzando un hechizo con su varita para secar su cabello mojado por completo.

Vagos recuerdos de eventos poco claros invadieron mi mente, en ese momento no podía entender por qué, pero ahora recordarlos era tan doloroso como aquel sueño.

—¿Cómo está Gismey? —murmuré, bajando la cabeza y tratando de sofocar un sollozo que parecía inminente.

—Trabajando. Mi madre quería darle el resto del día libre, pero tu abuela se negó. De todos modos, parece estar bien ahora —respondió mirándose en el espejo de cuerpo entero de mi habitación y luego fijando su mirada en mí a través de él—. Ella se negó a que le quitaran un día de trabajo, así que no hay mucho que podamos hacer al respecto —añadió, ajustando los botones de su camisa.

Suspiré resignada y asentí. A pesar de haber insistido en que Gismey no trabajara hoy después de lo que sucedió ayer, sabía que para ella sería un tormento aún mayor. Mi abuela había insistido en enseñarnos la Maldición Cruciatus, Draco había accedido con ciertas reservas, pero yo me había negado rotundamente, lo cual no pareció complacer a mi abuela. Sin ningún reparo, llamó a Gismey, mi elfina, y la sometió a la Maldición hasta que accediera a hacerlo. Claro está que no duró ni diez segundos bajo su influencia, pero a pesar de mis protestas y del cambio de opinión de Draco, mi abuela nos obligó a practicarla. La señora Malfoy se enojó con mi abuela por su actitud, argumentando que éramos solo unos niños; sostenía que debería ser nuestra elección usar magia oscura o no, pero como madre de Draco, se negaba a que él aprendiera ese tipo de magia a tan temprana edad. Mi abuela consideró que eso era una gran falta y no tuvo reparos en hacérselo saber a Narcissa, a quien acusó de ser débil y emocional. Lamentablemente, ese pequeño enfrentamiento no nos eximió de practicar después de la hora del té hoy.

Después de terminar mi ducha, me apresuré a mi vestidor y elegí un conjunto rápidamente. Opté por un overol corto y holgado de mezclilla, una camiseta a rayas sin mangas en un tono verde musgo y unos tenis que combinaban con la camiseta. Me rocié un poco de perfume, me puse joyería simple y casual, y finalmente agarré una bolsa de tela que había comprado en un bazar durante una feria en Brujas.



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Editado: 31.08.2024

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