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—𝓓.𝓜—
El día en que iríamos a investigar la Bóveda dentro del castillo había llegado, y aunque la ocasión ameritaba de gran emoción y concentración como lo demostraban mis amigos, no lograba coincidir con ni uno de ellos. Por el rostro que puso Pansy durante el desayuno, deduje que ella fue la única de los tres en descifrar y armar el rompecabezas por sí sola en cuestión de tiempo. Mientras salíamos del comedor luego de almorzar, no dudó en acorralarme contra una pared y golpear mi pecho como si no hubiera un mañana.
—Maldita sea, ¿qué quieres? —exclamé tomándola de la muñeca y mirándola con resentimiento. Ella bufó e hizo un ademán de dar un último golpe con su otra mano, pero se retractó en cuanto vio mis intenciones de irme— No tengo tiempo —mentí desviando la mirada.
—¿Ya me dirás que sucedió? No ha salido de su habitación en todo el día, Draco. No necesito ser una gran observadora para notar que algo no está bien entre ustedes.
Solté un suspiro con cansancio y negué, rehusándome a tocar el tema. Era demasiado pronto y sería muy descarado si dijera que lo sucedido la noche anterior no me dejó más afectado de lo que ya me encontraba.
Algo que aprendí a las malas, es que Pansy Parkinson es una de esas personas que jamás se conformarán con un «no» por respuesta.
—Lo que ves es lo que hay —dije finalmente.
Aunque era una respuesta escasa, también era precisa.
¿Qué quería descubrir que no fuese obvio? Camila estaba saliendo con Weasley, y esa realidad eclipsaba y sepultaba lo que compartimos en verano; si es que alguna vez tuvimos algo real. La facilidad con la que olvidó todo me resultaba cruel e irreal, como si los momentos que pasamos juntos fueran efímeros y desechables. Pero ayer todo dio un giro radical a lo que creí o percibí desde que regresamos de Francia.
Era consciente de que la dureza de mis palabras la lastimó, y en mi defensa, no supe cómo expresar lo que realmente sentía. La confusión y la frustración se mezclaban en mi interior, formando un torbellino de emociones que solo empeoraba la situación entre nosotros.
Aunque nunca aspiré a la perfección, siempre procuré que los demás me vieran de esa manera. No era de los que bajaban la guardia fácilmente ni de los que admitían derrotas, incluso cuando ya no había más que hacer. Ciertamente, Camila sacó facetas de mí que jamás pensé conocer ni tener. Fue como un remolino de ideas y pensamientos, una fuerza que, proveniente de otra persona, habría rechazado sin pensarlo dos veces.
Quien solía ser hace un año estaría demasiado avergonzado y asombrado de la persona en la que me estaba convirtiendo. Aunque me cueste aceptarlo, Camila sí logró cambiar algo en mí, pero lamentablemente, no pudo presenciarlo, ya que me negué a demostrarlo. Las transformaciones internas que experimenté, las lecciones aprendidas a raíz de nuestras interacciones, quedaron enterradas en mi interior, como capítulos no leídos de un libro inconcluso.
En este momento, todo era un caos, y cada situación me dejaba cuestionándome durante extensos periodos, gracias a la cambiante marejada de ideas que experimentaba. La entrada de Camila en mi vida fue tan sutil como avasallante, trastocando mi mundo en un breve lapso. Nada ha sido igual desde entonces.
—¿Qué? —Pansy mostraba una creciente inquietud, consciente de que había muchas explicaciones pendientes. Pero, ¿por dónde empezar? La complejidad de la situación se reflejaba en los ojos inquisitivos de mi amiga, y me vi en la encrucijada de buscar las palabras precisas para desentrañar el enredo emocional que estaba viviendo.
Solía recriminarme diariamente por no haber actuado antes y por esperar a que las vacaciones terminaran para abordar la situación con seriedad. La sombra de la duda se cernía sobre la realidad que vivimos, y me atormentaba la idea de cómo todo podría haber sido diferente de haber actuado con prontitud. Sin embargo, si las cosas son como ella dijo, ¿por qué siempre corría a los brazos de Weasley cuando algo no le gustaba? ¿Es justo? No lo creo.
Jamás me dio la oportunidad de expresar una palabra, ya que ante cualquier error, perdía ese derecho.
Yo no puedo equivocarme porque será lo único que notarán de mí; ella, en cambio, puede equivocarse y ser perdonada.
Mis errores siempre me definirán; los de ella la harán humana y real. En medio de la injusta balanza de expectativas y juicios, me sentía atrapado, cuestionando la equidad de la situación que pintaba mi realidad con trazos desiguales y arbitrarios.
El crecer con prejuicios es confuso; al convivir con personas diversas, se desentraña otro lado de la historia que no querías o no te permitieron ver; en mi caso, lamentablemente, ambas cosas. La observación de Camila interactuando con los nacidos de muggles, mestizos o traidores a la sangre siempre me suscitaba la misma inquietante pregunta: ¿Por qué?
Nunca antes había entablado una conversación con alguien así hasta que conocí a Margaret Blakeley, una nacida de muggle de Hufflepuff que va en nuestro mismo año; ella era similar a Camila, o a Pansy... incluso a mí. Entre numerosas visitas a la biblioteca y escasas palabras intercambiadas, empezamos a compartir tiempo juntos —era gratificante y refrescante, ya que ella es buena escuchando a los demás y me aconseja con sensatez. Su madre trabaja en el mundo muggle ofreciendo consejería, aunque me parece un tanto absurdo.
¿Por qué deberías pagarle a alguien por darte consejos? Qué tontería.
Margaret se convirtió en el catalizador necesario para confirmar lo que llevaba tanto tiempo reflexionando: los nacidos de muggles no eran tan diferentes a nosotros como creía. Las palabras de Camila resonaban en mi mente cuando afirmaba que eran iguales a nosotros. Me sentí como un completo ignorante cuando, en un punto de mi vida, llegué a pensar que los muggles nos robaron la magia y eran tan atroces y salvajes como mi padre decía. Aunque eran diferentes, sí, no se distanciaban tanto de nosotros. Al final, eran como cualquier otra persona en la comunidad mágica; ambos mundos estaban corrompidos por donde quisieras verlo, y ser parte de la atrocidad que existe en el mío fue la lección más cruda que pude haber experimentado. Todo gracias a las experiencias que compartí con Camila.