𝕽| 𝒄. ₀₅₀
—𝓒.𝓑─
—Sí, Camila, cálmate.
Después de asomar la cabeza por la puerta y asegurarme de que no había nadie cerca, lo tomé del brazo y cerré la puerta rápidamente. Mi expresión mostraba mucha más preocupación en comparación con la mirada sarcástica de Draco, que parecía estar burlándose del ataque de pánico que estaba teniendo en ese momento.
—¡¿Entraste por la puerta principal?! —susurré con enojo, asegurando el pestillo rápidamente.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó confundido, observando cómo aseguraba la puerta.
—No querrás que mis padres te vean, ¿verdad? —inquirí, cruzando los brazos. Draco rodó los ojos y me palmeó la frente. No perdiendo la oportunidad de provocar mi reacción, me atrajo hacia él y me besó, riendo por lo bajo cuando, aun así, mi ceño se frunció aún más—. No me comprará con tus tentadores besos, señor.
—¿Ah, no? —cuestionó, jugueteando con la piel expuesta de mi cintura. Mantuvo su rostro cerca al mío, rozando nuestros labios peligrosamente—, ¿estás segura de eso?
Mi mirada me traicionó al buscar sus carnosos labios, y dejando de lado los impedimentos, solté un suspiro y lo tomé del cuello. Draco inclinó su cabeza, recibiendo mis labios con confianza, impregnándome con su esencia en tan solo segundos. Lentamente, me presionó contra la pared, intensificando el beso al inclinarse sobre mí. Su cabello acariciaba mi rostro, sus dedos recorrían mi piel expuesta y sus labios expresaban lo que ambos ocultábamos en lo más profundo de nuestras almas. No quería que eso terminara.
—¿Y ahora? —musitó sobre mi boca, presionando mi cuerpo contra el suyo. Ante mi silencio, mantuvo una mano en mi cintura y volvió a besarme; esta vez fue diferente, más ansioso. Sin embargo, mi atención se desvió cuando noté que su mano exploraba mi cuerpo más allá de lo debido.
—Controla esa mano, Malfoy —lo reprendí, separándome de él. Draco contuvo una sonrisa, levantando las manos en señal de inocencia.
—Perdón —se disculpó, dejando un pequeño beso antes de finalmente separarse de mí—. Quería ir a la terraza, pero veo que tu balcón también es encantador —dijo entonces, lanzando una mirada rápida hacia el otro lado de mi habitación.
Una hermosa puerta de estilo francés daba la bienvenida a un espacio diferente en la habitación, perfecto para disfrutar de una tarde apreciando la belleza de la naturaleza, aunque la estación actual no le hacía justicia. Aun así, la mansión lucía como una auténtica viña navideña, con decoraciones precisas que gritaban "Navidad" incluso en el arbusto más sencillo. Aunque estaba claro que la magia había intervenido en cada una de ellas, proporcionaba una sensación hogareña y familiar que uno espera en esta época del año.
—¿Por qué? —pregunté mientras avanzábamos a través de la habitación.
—Ten paciencia —aconsejó en un tono burlón, abriendo la puerta de par en par.
Una helada ventisca nos dio la bienvenida, robándome al instante la cálida temperatura al dar un paso en el amplio balcón. Draco acarició mi mano con el pulgar al notarlo, atrayéndome hacia él cuando tomamos asiento en uno de los sillones que nos esperaban. Sorprendentemente, no había ni rastro de nieve en el lugar.
—La luna se ve hermosa hoy, ¿no crees? —musitó, desviando la mirada hacia mí después de observar el cielo.
Al imitar su acción, una pequeña risa escapó de mis labios. La luna no se veía tan clara como debería, pero las estrellas, que parecían opacar a la verdadera protagonista de casi todas las noches, estaban deslumbrantes. Al parecer, sentarse aquí ofrecía mucho más que la belleza de la naturaleza. Ciertamente, había más para apreciar.
—Este lugar me transmite mucha paz —confesé, bajando la mirada lentamente hacia él—. Me siento en paz —corregí, observándolo a los ojos.
—Lo sé —musitó Draco, acercándose a mí y besando la punta de mi nariz—, y yo me siento igual.
—Me parece que las estrellas nunca brillaron tanto como esta noche —comenté, estirando mis piernas sobre el sillón y recostándome sobre su pecho. Draco me recibió, envolviéndome con sus brazos y reposando su mentón sobre mi cabeza.
Mi mirada volvió a recorrer el cielo nocturno, cargada de todas las cosas que me habían atormentado durante este largo día, liberándolas en unas cuantas lágrimas. Me había repetido a mí misma cuánto deseaba ser normal, y ahora, estar con Draco mientras observamos las estrellas es lo más normal que puedo tener. Algo tan simple como apreciar la belleza de los astros.
—¿Qué carrera planeas seguir? —lo oí preguntar, llevando su mano a mi cabeza y dando suaves masajes con las yemas—. Hoy mi padre no dejó de insistir en que debería tomar todos los exámenes, a pesar de que no esté inscrito en los cursos. Dice que me daría una muy buena impresión.
—¿Aún quiere que sea Ministro de Magia? —Giré mi cabeza hacia él, esperando su respuesta. Draco hizo una mueca en su lugar, dejándome claro su posición al respecto.
Sí, Lucius podía ser una molestia a veces.
—No entiendo por qué se refleja en mí, si su sueño es gobernar la comunidad, hubiera optado por eso en lugar de perder el tiempo con...
—¿Voldemort?
Draco asintió, rígido.
—Creo que ni siquiera le gusta la idea de serlo, sino el respeto que eso conlleva —agregó entonces, tratando de cambiar el tema—. De todas formas, tiene a Fudge comiendo de su mano y puede tener a cuantos más le plazca... ¿Cuál es su fijación...
—Que no todos son corruptos como Fudge —dije, separándome de él—. Bueno, decir que ningún político es corrupto es una gran mentira, pero ya sabes... No todos estarán a disposición de tu padre.
Draco y yo cruzamos miradas, y nuestra conclusión pareció alinearse al hacerlo.
—Y él necesita a alguien que sí —finalizó, dejando caer su mirada—. ¿Es un delito querer forjar mi propio destino? Estoy cansado de seguir lo que tienen predispuesto para mí. "Draco, di esto, Draco, haz aquello". Ser perfecto en todo lo que hago, ser el mejor. Nunca pensé que diría esto en voz alta, pero a veces es agotador intentar serlo. Solo quiero un día normal, lejos de todo esto, donde pueda ser yo mismo, sin la presión constante que cargo, sin la odiosa voz de mis padres en mi cabeza con cada decisión que tomo. Es como si estuvieran impregnados en mí para siempre, no importa lo que haga.