Rebelde por una noche

4. Conde

Dejando a la desconocida con Ada, solo pude respirar tranquilo en el baño. Me lancé agua fría en la cara para recobrarme un poco. Me miré en el espejo. La camiseta estaba mojada, así que me la quité y la eché al cesto de ropa sucia.

Sí, no me veo menos desquiciado que mi dama asustada en bata: el pelo revuelto, los ojos encendidos. No sé quién de los dos está más en shock, si ella o yo.

Yo pretendía mantenerme firme. Bueno, ¿firme? Bastaba con un poco de neutralidad, pero ¿qué obtuve en su lugar? Me derrito como un adolescente de secundaria.

Pero no quiero que parezca que me estoy aprovechando de la situación de una mujer en apuros. Aunque, maldita sea, ¡eso es exactamente lo que parece!

Al principio pensé que solo quería llamar la atención. Pero luego noté que era su manera de ocultar su dolor, de salir de algún círculo vicioso...

– Demid… – araña en la puerta del baño como un gato.

– ¡Ahora! – gruño con más brusquedad de la que quisiera. Su voz me oprime el pecho y… los pantalones. Mi amigo tenía razón, no hay que jugar con esto. Busca alguien temporal, me decía. No te tortures. Pero no, soy terco.

– Aquí Ada necesita salir… – susurra de nuevo Lada, con su sola presencia volviéndome loco.

Suspirando y limpiándome la cara, salgo. De verdad, Ada tiene su caja de arena en el baño, como un gato. Por si acaso me tardo. Y ahora es uno de esos momentos. La buena de Lada quiso ayudar.

– Uf, solo quería salir... – Lada levanta los ojos y se sonroja. Mierda, ¡estoy sin camiseta! Bueno… voy al gimnasio regularmente, estoy en buena forma, que mire. ¿Por qué solo yo tengo que sufrir con sus malditas medias?

– ¿Se llevan bien? – dije lo primero que se me ocurrió. Solo para no quedarme callado. Saqué una camiseta del armario, pero no me la puse de inmediato. Pensé un momento, y sacando otra camiseta, se la entregué.

– ¡Toma! – se la lancé. – Lo siento, no tengo ropa de mujer, pero para la mañana le pediré algo a Lilia. Ella tiene buen corazón, aunque es mordaz.

– Gracias… – mi huésped bajó la mirada con timidez…

Cuando mi invitada desapareció en el baño con la camiseta y luego salió rápidamente sin la bata, comprendí que había cometido un error. Sí, también se quitó las medias, pero la camiseta… Era blanca, ligera y se transparentaba como una hoja de papel barato bajo el sol.

Y su ropa interior era negra, de encaje…

¡Rayos! ¡No sé donde mirar!

Aunque la diferencia de altura hacía que la camiseta le llegara casi hasta las rodillas, la bata cubría más sus piernas. Pero ni modo, no le voy a decir que se quite la camiseta y se vuelva a poner la bata, ¿verdad?

Espero que Lilia regrese pronto, le pediré algo para Lada. Quizás así se alivie la situación. Y mañana no puedo llevarla en bata a Dmitrivka.

Mientras pensaba febrilmente, Lada y Ada jugaban con la pelota. ¡Menuda sorpresa! Ada no se la confiaba a nadie. Ni siquiera a mí me la comparte con entusiasmo. Pero aquí están, como si fueran grandes amigas. Al menos mientras juega, no pone atención a mi aspecto torpe.

O tal vez sí lo nota, porque en cuanto entro en su campo de visión, se sonroja como las piedras de sus pendientes.

Finalmente, para no incomodarla con mi torso desnudo, decidí ponerme la camiseta.

A tiempo, porque alguien tocó la puerta. Pensando “¿Quién vendrá a estas horas?” fui a abrir.

– ¿Qué quieres, viejo? – Lilia y su hermano estaban en la puerta.

– ¿Qué pasó, no los dejaron entrar al club nocturno? – bromas sobre la edad eran nuestra costumbre desde el primer día que nos conocimos. Lilia y su hermano Arsen son hijos del socio de mi padre. Nos veíamos con frecuencia y luego nuestros padres nos compraron apartamentos en el mismo complejo residencial.

– Dime qué necesitas, antes de que cambie de opinión. – Lilia sonrió.

– Mira, tengo una petición… Mi amiga Lada viene de una fiesta temática, tipo pijamada. Se olvidó de su ropa. Y mañana tiene que volver a casa. ¿Le prestas algo de tu armario? Vi tu guardarropa, puedes vestir a medio pueblo.

– ¡Sin problema! ¡Vamos a mi casa! – me gustaba la facilidad y la decisión de mi vecina.

– ¡Ahora! – ya me estaba preparando para salir cuando Lilia me detuvo. – Oye, ¿y quién va a elegir y probar la ropa? ¿Tú? ¡Llama a tu amiguita! De paso, nos conocemos mejor, quiero ver quién derritió tu corazón de hielo.

– Ahhh bueno… Tienes razón. Hay que probarse… – accedí con timidez y llamé a Lada. Y de inmediato me arrepentí, al notar la mirada hambrienta de Arsen sobre ella.

Aunque quería ocultar a Lada de todos y no dejar que nadie la mirara (¿qué demonios me pasa?), tuvimos que ir juntos a casa de Lilia. La chica ya había hecho amistad con Lada mientras yo no apartaba la vista de Arsen. Todo un Don Juan juvenil, siempre con nuevas novias, ¡y además mirando a las ajenas!

Aunque espera, ¿a dónde voy con esto? Lada ni remotamente es una novia, y menos mía. Mañana (si sobrevivo) nos despediremos y ya. Pero entonces, ¿por qué tengo la sensación de que es mía?

– Propongo jeans, un suéter de cuello alto y una chaqueta. ¡Un conjunto versátil! – por suerte, sin notar mi estado, Lilia anunció y se llevó a Lada con ella en cuanto cruzamos el umbral de su apartamento. Tienen un piso de tres habitaciones; una es la sala, que también es el salón, y dos más son sus habitaciones individuales. Incluso lograron dividir la sala. Una parte tiene un estilo puramente “femenino” con un interior beige suave y acentos de lavanda en los accesorios y cojines del sofá, mientras que la otra es más minimalista y en tonos más oscuros.

– Tú antes no traías a nadie a casa... – comentó Arsen con desconfianza mientras se acomodaba en un sillón.

– ¡Pues ahora sí he traído a alguien! – le respondí de manera algo brusca.

– Por eso digo que es raro. – me lanzó una mirada analítica.

– Eso no es asunto tuyo. – contesté con mayor firmeza, ya que parecía no entender en buenos términos.




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