Rebelión

Capítulo IV

CAPÍTULO IV

Preguntas y respuestas


 

La lluvia seguía cayendo a su propio ritmo. Decidí verificar la zona para comprobar que nadie nos había seguido y así buscar lo que necesitaba. Cientos de hectáreas de bosque nos rodeaban alejándonos por completo del mundo entero, como si fuésemos los únicos sobrevivientes de un cataclismo; todavía no me acostumbraba a la compañía, por eso me alejaría esa misma noche si era posible; ya había cumplido mi misión, la había mantenido viva y a salvo, ahora tenía que volver a la realidad y conseguir a Azahel, él era el único capaz de llevarme hasta lo que más deseaba...Elena. 

Escudriñé entre la oscuridad. El antiguo arco que delimitaba la línea invisible que había dividido a ambos bandos al firmarse el pacto, había sido una de las últimas creaciones; justo en el lugar donde se había dibujado la línea se erguía ahora una especie de entrada de piedra sólida en el medio de la nada, dividiendo para siempre las dos mitades que me representaban, mi ángel y mi demonio interno. La primera vez que ambos se habían encontrado en la tierra había sido en ese lugar.

Me acerqué a la estructura con un extraño sentimiento de pena, arrepentimiento y odio hacia aquella parte de mí a la que, por más que quisiera, no podía renunciar; la maldad siempre iba a estar dentro de mí, consumiéndome con odio cada vez que una pequeña chispa de felicidad apareciera en mi camino.

Aquel pacto había sido mi perdición, era el que había arruinado mi futuro, toda mi existencia, y ahora estaba de frente al lugar en el que mis peores enemigos habían firmado siglos atrás mi sentencia de muerte.

Tomé el puñal que siempre llevaba escondido en el cinto del pantalón, la luz de la luna se reflejó en el frio metal y me dio en los ojos sacándome de mi ensimismamiento. Debía dejar mi pasado atrás, más era como un fantasma persiguiéndome, aferrado a mi esencia como un castigo.

Corté la piel de la palma de mi mano y la sangre brotó de la herida. Solo ese puñal entre dos armas más, era capaz de cortar la piel de diamante de un ángel o un demonio; era mi arma favorita, me había costado demasiado conseguirla, pero mejor en mis manos que en las de ellos. 

Acerqué la cortada al frío arco de piedra y afinqué la mano en él, justo sobre la runa tallada en la roca; una extraña forma circular con lo que parecía un óvalo dentro; la sangre escarlata rodó por las piedras, inacabable, habría sido capaz de jurar que el mismo arco sangraba también, y luego, cuando separé mi mano, la sangre desapareció, como absorbida mágicamente por un guerrero invisible, no quedó ni una sola gota sobre la superficie. 

Estaba completamente solo en la nada, a cientos de metros estaba la cabaña y también la única persona humana con la que había convivido más tiempo en todo mi existencia. Traté de detectar cualquier energía extraña en el ambiente, pero por mucho que me alejara, la única energía que sentía, fuerte y latente, como si estuviese a mi lado, era la de Anabel. Cerré los ojos y me concentré en ella, su imagen se formó en mi cabeza en unos cuantos segundos, me sorprendió la facilidad con la que me estaba acostumbrando a su energía, aquello no estaba bien, no debía acercarme mucho a ella, solo era un medio para obtener respuestas, nada más.

Emprendí el camino de regreso entre la maleza; la lluvia aún caía pero ya casi sin fuerza. La pick up estaba vacía; me acerqué en silencio a la cabaña; estaba sumida en la penumbra más obscura, solo un pequeño foco de luz se asomaba por una de las ventanas, Anabel había conseguido la linterna que había guardado en el bolso. Me quedé inmóvil a unos metros, una súbita sensación de miedo me invadió y el dolor en el pecho me atacó peor que nunca; el rostro de Emil se formó en mi cabeza, pero no era a él a quien recordaba, era su enfermedad; el dolor que había sentido cuando la absorbí; no era el pecho lo que me dolía sino el corazón. Un puyazo agudo y fuerte penetró en él haciéndome caer nuevamente de rodillas al suelo, me costaba respirar, cada bocanada de aire era más dolorosa que la anterior. Por primera vez en mi vida sentí pánico. Esperé y rogué por que los recuerdos acudieran a mí, si ese era mi fin quería verla a ella. El rostro de Elena era lo único que deseaba ver por siempre; pero no fue ese el que acudió a mí mientras agonizaba, no eran unos ojos azules los que me devolvían la mirada, había olvidado cómo se veía el cielo desde la tierra, aquel iris café era un pedazo de paraíso, me sumergí profundamente en su mirada como hipnotizado, y extrañamente fue lo único que me calmó.

Respiré el aire como si fuese la primera vez que lo inhalaba. Lo habría dado todo hace siglos por haber experimentado aquella sensación aunque fuese solo una vez, porque no podía ignorar lo que acaba de ocurrir, mi corazón había latido, por una fracción de segundo fui más humano de lo que nunca había sido. No entendía cuál era la relación de todo, ni por qué o cómo había pasado, de lo único que estaba seguro era de que solo podía reducirse a una única pregunta ¿Quién era ella? 

-¿Quién eres?- Susurré desde la oscuridad con la mano aun sobre el pecho, ya no tenía miedo. El pánico había sido suplantado por esa extraña sensación de alivio que se siente cuando lo peor ya ha pasado y te maravillas de haberlo superado, y parte de ti, aunque no lo quiera admitir, desea volver a experimentar esa adrenalina recorriendo tu cuerpo, haciéndote sentir vivo.

Vi su imagen, cubierta por las sombras, asomarse por una de las ventanas. No necesitaba luz para verla claramente, estaba apoyada sobre una especie de repisa con su rostro en dirección a la puerta, esperando por mí. Salí de entre la oscuridad y me encaminé hacia la entrada, pero mi mano dudó un momento suspendida en el aire, ya no estaba seguro de querer atravesar el umbral; aquella mujer me intrigaba de manera que ni yo mismo entendía, pero lo que era capaz de hacerme sentir me asustaba más que todo, había irrumpido en mi mundo y lo había cambiado sin darme cuenta; nunca antes había jugado de esa forma con mis recuerdos, atrayéndolos y alejándolos en un vaivén peligroso, nadie como yo debería pasar nunca mucho tiempo con el pasado.




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