Rebelión

Capítulo VII El Séptimo Sello

CAPÍTULO VII

El séptimo sello

 

 

A la noche siguiente, Ana me estaba esperando en la cabaña. Había estado patrullando toda el día intentando recordar algo de la conversación que había escuchado. Estaba seguro de que existía un punto clave en aquello, algo que no cuadraba, que estaba fuera de lugar, pero por más que lo intentase las imágenes eran demasiado confusas, y mientras más insistía, más se distorsionaban en mi mente.

-Harás todo lo que te diga – Le ordené mientras me miraba decidida – Si digo "corre", correrás, no importa lo que me suceda a mí o a tu hermana – Estuvo a punto de discutir, pero no le di tiempo de hacerlo – Si te digo que huyas, lo harás sin mirar atrás ¿Has entendido?

Esperaba que refutara cada una de mis palabras, pero en cambio asintió en silencio.

-Dilo – Le ordené.

-Si me dices que corra o huya, lo haré sin mirara atrás – Repitió automáticamente sin mucho convencimiento.

-Promételo.

Tomó aire resignada.

-Lo prometo.

La guié hasta fuera de la cabaña. Una vez que salimos del perímetro de la protección, la tomé por el hombro concentrándome en la dirección que me acababa de dar. La casa quedaba en los suburbios. La calle principal estaba completamente sola. Las luces de las farolas alumbraban poco. Caminamos por la parte más oscura para resguardarnos en las sombras. Parecía sacado de una de esas películas antiguas donde siempre se veía a las familias perfectas con la vida de ensueños. Era como entrar en un mundo bizarro ajeno a todo lo que sucedía, como si estuviesen en una especie de burbuja que podría romperse en cualquier momento. Los esposos debían de estar trabajando todavía y las pocas amas de casa que quedaban estaban refugiadas bajo la seguridad de sus techos.

Caminamos por todo el sendero hasta la casa número siete. Sus blancas paredes eran la réplica de todas las demás: estaba impecable, el jardín verde esmeralda perfectamente podado con rosales a los lados, una bicicleta roja dejada a un lado sin que nadie la tomara en cuenta. Todo parecía demasiado perfecto para ser cierto. No se veía nada en el interior. Aquel lugar era lo opuesto al modesto apartamento de Ana, me costaba creer que la mujer que vivía ahí estuviese relacionada de algún modo con ella.

-Podría ser una trampa – Aventuré. Mi sentido del peligro estaba parpadeando como un botón de encendido y apagado.

Ana me ignoró y corrió hasta la puerta, comenzaba a arrepentirme de haberla traído. Se detuvo unos segundos con el dedo a pocos centímetros del timbre.

-¿Crees que...? – Era incapaz de terminar la pregunta, tragaba con dificultad - ¿Crees que esté...? ¿Qué algo...?

Podía escuchar ruidos dentro de la casa, fuese lo que fuese, su hermana seguía con vida. Negué con la cabeza a la pregunta, sin formular, de Ana.

El timbre sonó. Los ruidos de vajilla cesaron al instante y una mujer delgada y minúscula con pequeños ojos color miel y cabello rojizo cayendo hasta los hombros abrió la puerta. Llevaba un vestido canela ceñido al cuerpo, y unas pequeñas sandalias del mismo color.

-Eva.

-¿Ana? – Parecía unos años mayor, y de no haber sabido previamente del parentesco, habría jurado que no eran familia, la única similitud que podía conseguir eran los ojos - ¿Qué haces aquí?

-Necesitaba verte.

-Mi esposo debe de estar por llegar – Parecía asustada, no dejaba de mirar a los lados desde que había abierto la puerta.

-Solo serán unos minutos – Dijo Ana apesadumbrada, mientras su hermana se debatía entre dejarla pasar o no.

Al final, dio un paso a un lado. La seguí por el umbral unos pasos detrás de Ana. La casa estaba igual de cuidada por dentro que por fuera. Eva no tomó asiento una vez que llegamos a la sala, por lo que supuse que no esperaba que nos quedáramos mucho tiempo.

-Y bien – dijo cruzándose de brazos una vez que entramos - ¿A qué has venido?

Sí, no se parecían en nada. Los rasgos finos de Eva estaban contraídos en una mueca de irritación, algo que nunca había visto en el rostro de Ana.

-Vine a despedirme.

-¿Te vas a algún lado? – La pregunta mostraba un interés puramente cordial.

De vez en cuando la veía mirándome de reojo tratando de descubrir quién era yo y por qué estaba en su casa con su hermana. Eran gestos despectivos que tuvieron el efecto de hacerme sentir casi un completo extraño, como si no debiera estar en ese lugar; y tal vez tenía razón, pero no estaba ahí por ella, si no por Ana.

-Puede que no nos volvamos a ver – dijo lentamente – Voy a... salir del país un tiempo, y no sé si volveré.

Un asomo de sorpresa cruzó el rostro de Eva, pero fue tan rápido que incluso dudé al segundo de haberlo.

-¿No podías decírmelo por teléfono? – Inquirió amargamente – No tenías que haberte molestado en venir hasta acá. 

No entendía lo que estaba sucediendo, sentía que me estaba perdiendo de algo, una parte importante en el rompecabezas ¿Por qué Eva odiaba tanto a su hermana? Ana se había arriesgado a salir de la protección y poner su propia vida en peligro solo para verla, y ella simplemente no la quería ahí.




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