Rebelión

Capítulo VIII Decisión

Libro Segundo

Ana

CAPÍTULO VIII

Decisión

 

-¿Las reglas de quién? ¿De nuestro padre? Dudo mucho que lo haya visto alguna vez en su vida, no creo ni siquiera que exista.

El grito de Edrian se escuchó en toda la cabaña. Asustada me acerqué al umbral de la habitación, nunca antes lo había escuchado discutir de aquella manera y mucho menos con Emil. Estaban frente a frente sin decir nada, uno enojado y el otro conmocionado.

-Sé que no hablas en serio – Dijo Emil en un tono sombrío que no le había escuchado antes – Intentarán matar a Ana para lograr lo que quieren.

Sus palabras hicieron mella en mí, pero no estaba asustada, sabía que estaba marcada desde hacía mucho tiempo ya. Edrian me lo había contado, era el objetivo número uno de Gabriel y Azahel, no era ninguna novedad que quisieran verme muerta.

-No los dejaré –Aseguró Edrian – Primero tendrán que asesinarme a mí.

-Entonces lo harán. Solo Mikael puede detenerlos – Replicó Emil – Si no lo haces por mí, al menos hazlo por ella. Protégela, mantenla a salvo y deja que Mikael se encargue de ellos.

-No soy un cobarde.

-Lo sé. Pero has perdido tu fe, y un hombre sin fe no es nada.

Emil salió de la habitación y se encaminó a la cocina. Di media vuelta y me puse a terminar la comida distraídamente, evitando su mirada.

-Tengo que irme, chica – Dijo a modo de despedida dándome su usual palmadita en la espalda – Cuídate.

Se detuvo como si quisiera decirme algo más, pero negó con la cabeza, apesadumbrado, y siguió su camino fuera de la cabaña hacia el auto que lo esperaba en la carretera fuera de la protección.

No había tenido la intensión de escuchar la conversación, pero me alegraba de haberlo hecho. Edrian estaba decidido a hacer lo que fuese con tal de salvarme, aunque eso significase que tuviese que morir él. Antes me había dicho que él no podría existir si yo no existía, pero era yo la que no podía hacerlo. Se había convertido en todo para mí, era la única persona que me comprendía, que me veía como si fuese hermosa a pesar de todos mis defectos. No quería perder eso, no podía perderlo a él.

Edrian tomó la decisión más difícil a la que tuvo que enfrentarse, eligió entre el alma de la mujer que amaba y mi propia vida, y me había escogido a mí. Había renunciado a todo por salvarme y ahora quería pelear hasta la muerte por mantener la promesa que me había hecho. El problema era que yo era una egoísta, lo amaba demasiado como para soportar vivir sin él, el sufrimiento sería descomunal, no podría resistirlo, lo necesitaba demasiado. Tenía que hacer algo, cualquier cosa con tal de mantenerlo a salvo de sí mismo.

Entré a la habitación. Edrian estaba en silencio mirando a través de la ventana; llevaba todavía la misma ropa de ayer, una camisa negra, al igual que su pantalón, y su cabello azabache estaba iluminado por los rayos del sol que se colaban por la ventana; era tan perfecto, como una especie de visión, su amplie espalda estaba enmarcada por fuertes brazos, me quedé contemplándolo por largo rato sin decir nada, luego caminé decidida hasta él y lo rodeé con mis brazos por la espalda en un fuerte abrazo que significaba mucho más. El me estrechó las manos en su costado cariñosamente y se dio la vuelta para verme a la cara.

-¿Estás bien? – Me preguntó tiernamente. Asentí con la cabeza sin dejar de mirarlo.

Era tan hermoso. Su piel traslúcida como la de un fantasma, con pequeños matices color bronce, como una estatua, pero tan llena de vida... su cabello negro azabache como la misma noche, le caía sobre los intensos y penetrantes ojos azules. Su fuerte mandíbula estaba tensa al comienzo, pero poco a poco se fue relajando para formar una sonrisa, que resaltaba aún más la pequeña cicatriz irregular que le surcaba el labio superior. Cualquiera podía perderse en el azul intenso de sus ojos que parecían nunca acabarse. Podía pasarme la vida admirando su rostro y su cuerpo de Adonis. Era mi ángel guardián, mi protector. No lo merecía y aun así estaba conmigo. Me amaba, a mí, a una simple mortal cuyo destino estaba escrito en sangre.

Me dedicó una de las sonrisas de medio lado que me deshacían y pasó sus dedos por mis cabellos mientras me miraba a los ojos. Mi cuerpo se llenó con una tensión inhumana que me hizo perder el control. Acerqué mis labios a los suyos y los besé delicadamente. Edrian me abrazó aun más fuerte, mientras los besos se intensificaban. Sus manos jugueteaban seductoramente con mi cuerpo provocando que mi temperatura se elevara y se me hiciera casi imposible respirar. Me quitaba el aliento dejándome desarmada, impotente ante la intensidad de sus caricias.

Subí mi mano por su pecho en busca de uno de los botones de su camisa. En parte estaba esperando que me detuviera cuando se diera cuenta de lo que estaba intentando, pero una porción de mí aun tenía la esperanza de que él también deseara lo mismo. Llegué al botón y lo solté. Edrian seguía besando mis labios y mi cuello como si la vida se le fuera en ello. Solté los botones que quedaban y aparté la camisa de su pecho. Su piel ardía al contacto con la mía como si fuese fuego, lo deseaba. Sus manos consiguieron el camino hasta mi espalda y las introdujo bajo mi camisa; la fina tela apenas era capaz de disimular la temperatura de mi cuerpo. Rozó mi piel con fuerza atrayéndome aun más a su cuerpo, como si quisiera fundirlos en uno solo.




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