Rebelión

Capítulo IX Apocalypse Now

CAPITULO IX

Apocalypse now 

 


No supe en qué momento dejé la protección atrás. La camioneta brincaba descontrolada sobre el camino irregular de tierra. Mis manos seguían temblando; pero ya no tenía miedo. Había aceptado la realidad, tenía que morir. No sé por qué razón el corazón se empeña en latir aun con más fuerza cuando siente que sus horas están contadas. Es como si se negara a dejar de existir, como si quisiera darme más vida. Nunca antes había sido tan consciente de lo que me rodeaba, de la persona que era. Dicen que cuando estás a punto de morir todas las imágenes de tu vida aparecen ante ti como una película; pero para mí no era así. La única imagen que invocaban mis recuerdos era una, Edrian, solo podía pensar en él. Intenté dejar a un lado los pensamientos de culpa que me embargaban y me concentré solo en recordar su mirada, sus besos, su rostro. Había conocido al hombre de mis sueños y había sido absolutamente feliz, aunque fuese solo por unos días. Toda mi vida lo había estado esperando y la realidad resultó mucho más perfecta que los sueños; era más de lo que había deseado. Tal vez, cuando algo tan maravilloso te ocurre el destino intenta equilibrar la balanza, nadie puede tenerlo todo en la vida.

Ya no me importaba el final, estaba segura de que había tomado la decisión correcta. No importaba lo mucho que doliese, sabía que lo habría vuelto a hacer si pudiese echar el tiempo atrás. Me estaba encaminando a mi propia muerte y ese parecía ser el paso más lógico. Por primera vez en mucho tiempo pude ver con claridad. Había amado y me habían amado también, este solo era un pequeño sacrificio que tenía que hacer.

La lluvia comenzó a caer apenas salí del bosque y toqué la carretera. Parecía que el mismo clima se ponía de mi parte, la noche estaba triste al igual que yo y lo estaba demostrando. Los rayos y relámpagos estallaban sobre mí oscureciéndolo todo. El fin se acercaba y podía sentirlo. Estaba tan cerca. No había más lágrimas, ni más dolor. Una extraña paz comenzaba a crecer dentro de mí eliminándolo todo, mi cuerpo se preparaba para su fin y le daba la bienvenida.

El pavimento estaba resbaloso y más de una vez perdí el control de la camioneta, pero no estaba preocupada; mi muerte no sería así, al menos de eso estaba segura. Hoy moriría, pero no de esa manera. Seguí el camino recto, solo estaba a unos kilómetros de la playa, debía llegar a ella antes de que Edrian descubriera que había dejado la cabaña. Pisé el acelerador con todas mis fuerzas. El motor rugió quejumbrosamente. La carretera estaba completamente sola, como si hubiese aparecido de la nada solo para mí. Me concentré en mi objetivo para evitar que el miedo acudiera a mí nuevamente, nadie podía detenerme ahora, estaba sola en la oscuridad como siempre había estado.

Las filosas puntas de los riscos asomaban frente a mí iluminados por los rayos. Parecían las garras gigantescas de una bestia. Solo faltaban minutos. Giré a la derecha a mitad de camino. Una reja de acero con un letrero que rezaba PERLIGRO cercaba la entrada a la playa. No había forma de que pudiese entrar en ella con la camioneta. Estacioné en la orilla de la carretera y apagué el motor. Me tomé unos minutos antes de bajar de ella. Para estas alturas Gabriel y Azahel deberían de haber sentido mi energía. Edrian me había explicado que así era como los encontraban y como él me había encontrado a mí. Cada cuerpo emite una especie de fuerza que denominan materia o energía, es distinta en cada persona, como una especia de olor o esencia que no se repetía. Había dejado la protección hacía ya casi una hora, tiempo suficiente para que ellos me detectaran.

Bajé de la pick up y respiré profundamente. Mi corazón volvió a latir con fuerza, pero lo ignoré. Me encaminé hasta la reja y comencé a escalarla. De niña siempre trepaba árboles y ya cuando fui adolescente solía escaparme del orfanato por la ventana; era algo común para mí, y llegar al otro lado no me tomó mucho tiempo.

Caí de rodillas al otro lado de la reja, la arena entró en mis zapatos enseguida. Me los quité y los dejé a un lado, a donde iba no los necesitaría. Llevaba puesto un pantalón blanco y un suéter del mismo color con un abrigo grueso negro. La briza golpeaba mi rostro helándolo y las gotas de lluvia no tardaron en mojarme toda. Corrí por la arena hasta llegar a la orilla de la playa, que quedaba lo suficientemente alejada de la carretera para evitar la mirada de cualquier curioso. Quería que fuese rápido. Los llamaría, si no me estaban esperando ya, y me rendiría. Me entregaría y rogaría que tuviesen la suficiente misericordia como para acabar todo enseguida, antes de que el miedo me venciera y me arrepintiese.

La arena estaba mojada y me facilitaba correr sobre ella. Las fuertes olas de la playa rompían ensordecedoramente contra los riscos trayendo pedazos de rocas con ellas. El cielo negro se precipitaba sobre mí, llenándolo todo; no había estrellas esta noche, solo oscuridad. Los rayos parecían impactar contra los acantilados formando figuras demoniacas que me observaban.

Me quité el abrigo empapado y grité con todas mis fuerzas al vacío, tratando de sacudir de mí todo el miedo que comenzaba a aparecer. Debía ser fuerte, tenía que soportarlo. El frío me entumeció el cuerpo mientras las gotas de agua seguían resbalado incesante por mi rostro. ¿Dónde estaban? ¿Por qué no aparecían de una vez? Estaba ahí, había ido por ellos, para darles lo que querían, mi vida.

-¡Aparece! – grité enfurecida con los labios temblando del frio. Me costaba pronunciar palabra pero era necesario - ¡Estoy aquí!




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