Rebelión: La ciudad de los caídos

Caminos cruzados

El gélido aire de la noche calaba hasta mis huesos acrecentando mi melancólica divagación entre instantes donde imaginaba conocer lo que es vivir sin el destino que se me había impuesto. Soportando los ápices de ansias de muerte que me azotaban como ya era costumbre. A este punto de mi larga existencia ya había perdido la cuenta de todas las veces que deseé morir y aunque le evocaba una y otra vez cada noche y cada día seguía sin tener oportunidad alguna.

—Octubre— susurré frotando mis manos buscando la forma de generar calor con ellas mientras la luna alumbraba sobre mi cabeza acompañando mis pasos. Envidiaba la eterna calma con la que me observaba desde el cielo de Antrum. Ella era capaz de revivir la eterna y agobiante soledad que se instalada en mi pecho, sensación que nunca me dejaba respirar en paz. El saber que no podía acabar con mi propia existencia era tortuoso, se me había maldecido al nacer como una Agfin, una que terminó siendo odiada a muerte por su propia raza, lo que tuvo como consecuencia que fuese capaz de ver como los días morían con la noche y uno nuevo nacía al amanecer, siendo así por cientos de años mientras vagaba sin rumbo fijo atormentándome con los fantasmas de mi pasado. ¿Qué más podía intentar? Mi imaginación ya se había agotado de buscar la forma de al fin morir por cuenta propia, si, como si fuese posible hacerlo.

Suspiré dándome cuenta que la noche estaba más fría de lo normal debido al vapor que de mi boca salía. Como ya era costumbre caminaba sin rumbo, con el cabello alborotado por la brisa fría de octubre. Andaba a paso perezoso por las calles sombrías y húmedas de la zona uno de Antrum, la ciudad de los caídos, donde llevaba muchos años rondando después de algunos infortunados acontecimientos.

Mi mirada viajó con pereza hacia el otro lado de la calle donde pude divisar el bosque que dividía la zona uno de la dos. Sé por experiencia que para llegar de un lugar a otro eran días de viaje, claro, si se conocía a la perfección el camino, de lo contrario podría ser mucho más tiempo con suerte o nunca salir de ese bosque maldito. Me quedé un momento de píe observando el bosque como si lo más interesante del mundo estuviese ahí, hasta que algo llamó rápidamente mi atención, entre los árboles una enorme bestia corría hasta perderse en la densidad del lugar.

— ¿Qué demonios? — mascullé entornando mis ojos. Volteé a ver a cada lado de la calle buscando encontrar a alguien cerca, pero todo se encontraba desolado «No vayas» dijo una voz en mi cabeza prediciendo lo impulsiva y estúpida que a veces podía ser. Decidí cruzar la calle e ir en dirección al bosque. Cuando ya estaba dentro de este una fuerte corriente de frío relampagueó en mi columna intensificándose mientras más me adentraba, un presentimiento que algo se acercaba golpeteo en mi pecho y mi valentía se vio totalmente interrumpida. Escuché un gruñido entre los árboles y mis pies no esperaron ni un minuto más cuando estos emprendieron la huida de su vida. Presentía que algo andaba o iba a ir mal — ¡Oh no, no! — mascullé con ahogo mientras trataba de llenar mis pulmones con aire después de correr.

Y fue ahí donde un golpe de realidad me abofeteó, mi marcha de escape tuvo como dirección adentrarme mucho más a la zona boscosa de la ciudad.

— ¡No puedes ser más estúpida Gabrielle! — farfullé colérica regañándome a mí misma, hasta que escuché como una rama se quebraba a mis espaldas — ¡Sal de una maldita vez! —alcé la voz con falso valor mientras el fuego ascendía de la punta de mis dedos hasta cubrir por completo mi brazo derecho. Le elevé al frente apuntando a la nada. Fue entonces que entre las sombras de los imponentes árboles se dieron paso dos hombres con apariencias extrañas, pero lo que más llamó mi atención fue que uno de ellos tenía horribles cicatrices por todo el rostro, pero eso no era todo, este arrastraba consigo a una mujer que lloraba de una forma escandalosa la cual lucia sucia y golpeada.

— ¿Pero que tenemos aquí? — preguntó con burla el hombre de las cicatrices —¿Nos acompañas a la fiesta? —dijo con evidente sarcasmo en su voz.

—No estoy aquí para buscar problemas— respondí mientras retrocedía unos pasos.

— Detente, no tienes por qué irte tan pronto— sonrió y sus ojos se fueron tornando completamente negros.

— ¡Corre! — la mujer gritó a todo pulmón. No dude ni un minuto más en hacerlo. Corrí sin saber por dónde ir, escuchaba las risas de ambos hombres a mi espalda, sabía que estaba tratando con caídos ya que sé de memoria cada característica que estos poseían y el cambio del color de sus ojos me había dejado más que en claro de lo que ellos eran. En un momento de descuido tropecé y rodé por el suelo golpeando mi cabeza en la raíz de un gigantesco árbol provocando que comenzara a sangrar. Traté de ponerme rápidamente de píe, pero el golpe me había dejado mareada cayendo de trasero nuevamente al suelo. Maldecí con terror mientras sostenía mi cabeza sintiendo un agudo dolor.

— ¿Eso es todo hermosa? — escuché preguntar al pelinegro que acompañaba al hombre de las cicatrices —Veo que ya te has cansado— caminó en mi dirección —Deja que te ayude—.

— ¡Aléjate! — grité comenzando a irradiar fuego de pies a cabeza.

— ¡Carajo mira esto! — le dijo a su compañero. El hombre de las cicatrices se acercó hacía él, mis ojos se abrieron con horror al ver su ropa manchada de sangre —Creo que nos darán mucho más dinero por esta— se carcajeó el pelinegro mientras su compañero imitaba su acción.

Me quede petrificada en mi lugar. Las palabras de ese caído me llevaron de inmediato hacia los recuerdos de la tortuosa vida que tuve a lado de uno de los traficantes más poderosos de la zona dos. Recordé el día en que escapé de él y como casi perdía la vida. Regresar a esa parte de la ciudad no era una opción ya que esta vez sería imposible volver a escapar con vida de ahí. La agobiante impresión que me provocó esa simple idea de saber que volvería a ese asqueroso lugar no me permitió darme cuenta a tiempo que el hombre de las cicatrices se había acercado a mí, hasta que un fuerte golpe me hizo reaccionar. Mi cuerpo se estampó contra el árbol por la fuerza del puñetazo que el hombre me había propinado en el rostro; provocando que el fuego que había cubierto mi cuerpo desapareciera por completo dejándome totalmente indefensa. Sentí un sabor metálico en mi boca haciéndome escupir sangre manchando mi sudadera.




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