Pierre
—¡Esa mierda duele Dalena! —grito sin mirar mientras ella me sigue curando— ¿no podías sólo darme algún brebaje para tomarlo y ya?
La alquimista termina de vendar y poner todo lo necesario para que la herida sane lo más pronto posible. No responde a mi pregunta y eso me deja desconforme.
—Estoy haciendo lo necesario, hago esto por tu bien… el brebaje podría tardar más, no tengo los ingredientes necesarios para prepararlos.
Me tumbo en el sofá, suspiro sin remedio cubriendo mis ojos con el brazo que no ha sufrido alguna lesión.
Mis pensamientos sólo viajan hacia el castillo, donde el rey ha muerto y yo he sido el culpable de todo. La necedad de mi padre y su intento por controlarlo todo ha fallado conmigo. Pienso en mamá, mi corazón comienza a oprimirse con solo saber lo deshecha que está. Se supone que me toca ahora ocuparme de los asuntos del reino, pero sin Price a mi lado no me siento todavía preparado.
—¿En qué tanto piensas Pierre? -se coloca la bolsa de pieles y guarda las flechas en ella— ¿quieres que Price ya sepa todo lo que sientes aun sabiendo que nunca te ha visto en su vida? ¿es por la muerte de tu padre y tu incierto futuro? ¿es por Abela y lo nuevo que es para ti lo que pasó?
—Son bastantes preguntas —respondo con desgano.
Dalena, alguien bastante ocupada, me deja solo cuando escucho que no tarda en volver.
Chasqueo los dedos tres veces pronunciando simern y el pergamino con el mensaje de Rushkin aparece flotando a mi lado con una tenue llama color verde. Cuando lo abro, fue inevitable no preocuparme.
Su Majestad:
Como ya es de su conocimiento el fallecimiento de su padre, inmediatamente vamos a comenzar con los preparativos del funeral y luego, los de su boda con su prometida.
Su Alteza, la reina sigue devastada por lo trágico que fue todo esto y me pide su retorno al castillo.
Rushkin.
¿Boda con mi prometida? Mamá ha terminado por ponerse de lado de papá.
***
1 semana después
—Su majestad… quiero decir, Pierre… tómese las cosas con calma, no permita que toda esa turbulencia de pensamientos lo hagan caer.
Rushkin hablaba y hablaba, prefería mirar por la ventana hacia el jardín. Todo me parecía marchito desde que supe la estupidez que cometió Abela.
Sabía que algo así podía pasar, y no hice nada por retener a Price antes de que esto pasara. Respecto a Raphael… de ese ratero y traidor no me esperaba menos, todo aquello viene de familia.
—Ellos están en las afueras de Irsac Rushkin, pero no lo suficiente lejos como para escapar de mí —sonrio para mis adentros.
—Ya buscamos por todos lados, no encontramos nada, es como si la tierra se los hubiera tragado.
—O la tierra sí se los tragó, alguien los ayudo —ideas venían a mi mente, pero había algo más importante de lo que tenía que ocuparme primero—. ¿En dónde está Abela? Necesito que no le pierdas el rastro.
—Sigue oculta en la casa del profesor, esa chica no tiene a donde ir.
Y tampoco puede hacerlo, aunque lo quiera, Dalena fue tan buena ayudando a que esa tonta esté en mi poder.
—Su majestad, el banquete va a comenzar —el aviso del guardia me hace girarme y señalarle que en un momento voy para allá.
—Recuerde que su madre hace todo por su bien Pierre, ella ya ha sufrido bastante, dele un descanso -dice Rushkin antes de separarse.
A pesar de la muerte del rey y del luto latente, el banquete estaba yendo bien. Mi madre forzaba su sonrisa en una que otra pregunta y cuando volvía a lo suyo su mirada se perdía de nuevo, todos parecían estar disfrutando de la comida y la charla.
—Quiero anunciar a todos el matrimonio de mi hijo haciendo un brindis en su honor, en honor a la felicidad que esto nos traerá… que este día sea recordado para siempre —mi madre se levantó mirando a todos, sus ojos se dirigieron hacia mí, pidiéndome mucho.
Cuando todos bebían de su copa, sucedió lo que menos pensé.
Mamá había caído en su asiento de manera estrepitosa, sus ojos se colocaron en blanco y su rostro estaba perdiendo color. Todos los presentes empezaron a gritar con horror diciendo que había un enemigo, aquel envenenó a mi madre y trataba de deshacerse de mí.
—Su majestad deje que lo lleve a un lugar seguro —se acercó Rushkin sacándome del trance en el que estaba—. Debemos llevarlo con la alquimista Dalena porque el médico atenderá a su madre y veremos si alguien más no está envenenado, por favor, deje que l-
—¡Suéltame Rushkin! Estaré con mi madre hasta que venga el médico, yo estoy bien —me contengo—. Trae a Dalena para que atienda a mi madre y deja de verme así.
Corro hacia donde ella y grito a todos que salgan inmediatamente de la sala. Una lágrima resbala por mi mejilla mientras acuno el rostro frío de mi madre entre mis manos.
El médico llega, sólo para confirmar que mi madre murió y que nada se ha podido hacer para salvarla de su cruel destino.
Grito con todas mis fuerzas, el dolor recorre todo mi cuerpo, no entiendo porque no han decidido matarme a mí y no ha mi madre.
—Pierre… aquí están los sirvientes y cocineros…
No dejo que Rushkin termine lo que iba a decir, comienzo a amenazar con mi daga y a interrogar hasta que confiesen.
—Su majestad —me decía una mujer pequeña y regordeta llorando-, le puedo jurar por mi madre que no hemos sido nosotros.
—No sabemos que paso, probamos la comida y bebida —decía otro con miedo mientras se ocultaba.
Le pedí a Rushkin que trajera a los guardias, ninguno de ellos vio entrar o salir a alguien sospechoso. Mi dolor y coraje solo aumentaba conforme pasaban las horas.