Pierre
—¡Estás enfermo si crees que haré eso!
Abela podría ser astuta, pero también tan desagradable como un afiu .
—¿Quieres decir que no quieres salvar a tus padres? —pregunto con tono fingido de desaprobación.
Clous quería cortarme en pedazos cada que la miraba, luego de proponerle el trato se ha puesto más agresiva.
Cuando los animales se ponen agresivos hay que tranquilizarlos hasta que obedezcan a sus amos.
—Considera el trato como un castigo más para mí que para ti —menciono caminando hacia Rushkin—. Ninguno de mis padres está vivo y todo es tu culpa, en especial la muerte de mi madre.
—¿Qué culpa puedo tener yo de la muerte de la reina?
No respondo a su pregunta, agarro el pergamino que tiene Rushkin y empiezo a revisarlo.
—Tienes para pensarlo hasta la noche, mañana por la mañana vendré a verte y me dirás lo que has decidido.
—Nunca me casaré contigo, ¡nunca lo haré! —intenta liberarse, pero el encantamiento es más poderoso.
Le susurro en el oído que la ponga en una jaula y deje a cuatro Merdoys custodiando su entrada. Nadie puede enterarse que ella estaba ahí.
Llegando a la sala común me encuentro con la alquimista, a quien no le ha hecho gracia que venga del pasadizo secreto.
—Libera a Abela ahora mismo.
No me sorprende que ella sepa todo lo que ocurre en el castillo, al fin y al cabo, tiene a sus informantes.
—Esa pueblerina es la culpable de todo Dalena —me acerco a ella en tono amenazador, no se inmuta-. Voy a darle una lección en la que nadie intervenga —remarco lo último.
—Lo que ordene su ma-jes-tad —da media vuelta, sabe que acabaremos gritando y peleando por esto—... si algo sale mal, te las verás conmigo Pierre. Deja en paz a Abela.
Las amenazas y malas miradas de quien es mi amiga de la infancia no me inmutan en lo absoluto. Ella sabe todo lo que ha sucedido y aún así prefiere ponerse de lado de una pueblerina que no está a la misma altura que nosotros, es decepcionante.
Me dirijo hacia el calabozo como lo he hecho estos últimos tres días, no ha ocurrido nada fuera de lo habitual y Abela va cediendo de a poco. No será mucho que tarde en aceptar ser mi esposa y así poner en marcha el plan que tengo en mente.
—Querida mía —me acerco dejando la bandeja del desayuno en el piso, a su lado—. ¿Qué tal dormiste? Te noto cansada y no es digno de una mujer de la realeza que tu piel luzca tan... horrenda.
Abela me mira de arriba abajo, el tormentoso llanto del afiu es la razón por la que sus ojos lucen cansados.
Su aspecto es espantoso que a este punto me provoca carcajadas y nauseas, mientras la alquimista no es entere de mi travesura estoy seguro de que podré seguirme divirtiendo.
El llamado de mi leal hace que salga de mis pensamientos y regrese de inmediato a la sala común, donde encuentro a una Dalena furiosa, amenazante y apuntando una de sus flechas empapadas de lerín hacia mí. Mis guardias optan por la posición de defensa y Rushkin se pone delante de mí con una de las filosas espadas que tiene en su colección.
De la forma en que tienen los guardias rodeada a la alquimista, ella solo se acerca a paso lento, cazándome mientras su mirada recorre el salón, a los guardias y a mí. No se detiene, aunque mi cara refleja una autoridad hacia ella.
—Señorita Dalena a orden del rey baje el arco y flecha que se halla en su posesión o nos veremos obligados a obedecer nuestras leyes de defensa hacia el príncipe.
Se detiene, pero no baja la guardia, parece que la flecha va a encontrarse justo con mi rostro porque no se encuentra ya a distancia.
—Lady Dalena baje retire esa flecha porque no responderé de la mejor manera si algo le sucede al...
Con mi mano hacia arriba interrumpo a Rushkin, salgo de su lado y me paro justo en frente de ella, retándola a que me clave la flecha.
—Todos, —alzo mi tono de voz para que puedan escucharme— salgan ahora mismo de la sala, eso te incluye Rushkin —tengo conocimiento de la cara que ha puesto este último—. Déjenme sólo con la alquimista.
Escucho murmullos, pasos y al final la puerta cerrándose, dejándonos quietos, esperando que movimiento hará el otro.
Dalena baja su instrumento de ataque, la observo sin pestañear que lo deja en el piso y se acerca a la ventana. Ahora ya no me mira, permanece inmóvil como si estuviera pensando en algo o pensando en qué decirme.
—¿Qué fue todo eso?
—Mi declaratoria de oposición ante lo que estás haciendo Pierre, ya lo sé todo y en este mismo momento soltarás a la chica o me veré-
—Dime lo que vas a hacer entonces, miedo no te tengo y este es mi reino —digo casi gritando—. Voy a hacer lo que quiera porque es mi forma de enseñarle una lección que nunca olvidará en su vida.
Cuando estoy por acercarme a la puerta, la alquimista lanza una de sus flecha dando en la puerta, cerca de mi cabeza y sin emitir algún ruido.
—Quiero ver ahora mismo a la muchacha. O me la enseñas para ver su estado o hago que tu imagen ante el pueblo se caiga como un espejo que ha sido roto.
Dalena se acerca de nuevo, como hace unos minutos y parece que no tiene intenciones de bajar la flecha.