Receta para conquistar al chef

Capítulo 3: Chile Naga

El chile naga es uno de los chiles más picantes del mundo. Incluso su tacto puede causar irritación en los ojos, secreción de mucosas y enrojecimiento de la piel.Tan solo una pequeña cantidad de aquel diminuto chile puede alterar todos tus sentidos a puntos bastante significativos del ardor.

Rebeca sintió que se había comido un recipiente hasta el tope de chiles Naga.

Lord Keppel, en cambio, sonreía como si estuviera saboreando las mejores de las mieles.

Ella esbozó una sonrisa. No le pasó desapercibido el milisegundo en el que los ojos de Orlando se mostraron desconcertados de su reacción, pero no tardó en recomponerse.

—Lord Keppel —dijo, mirándolo de arriba hacia abajo—. Pero qué grato y encantador encuentro. ¿A qué se debe el honor de un chef tan renombrado en las humildes costas de Cornualles?

—Vamos, Catalano, ¿realmente va a fingir que le caigo bien? —inquirió, incrédulo.

—Ya que usted está fingiendo poseer decencia, no veo por qué no —replicó, venenosa..

—Mi padre murió. Por eso volví a Inglaterra.

La sonrisa de Rebeca se borró. Sus manos temblaron un poco.

—¿Cómo…? —dijo, devastada—. ¿Cómo no pude haberme enterado? Yo misma hubiera cavado el hueco.

A Lord Kappel no parecieron sorprenderle las palabras crueles de Rebeca.

—Quemamos sus cenizas.

—Entonces me hubiera encargado de calentar el horno —dijo, despreocupada—. Y le agradecería que me dijera en qué playa fue, para no volver a ir a ella jamás. Ya sabe, sería desagradable.

—¿Ya terminó de profanar la memoria de mi padre? —cuestionó, aburrido—. Aunque no me sorprende, está acostumbrada a eso. Después de todo, lleva…, ¿qué? ¿quince años profanando la memoria de su madre con ese intento de restaurante?

Abalanzandose sobre él y atragantándolo con el brownie, así se lo imaginó.

En cambio, respiró profundo y comenzó a carcajearse hasta que el estómago le dolió y unas cuantas lágrimas salieron de sus ojos.

—Oye —dijo, recuperándose. Dio un paso hacia él y lo miró fijamente a los ojos, amenazante—. ¿Quieres que te entierre en el mismo hueco de tu padre? Porque puedo apartar la tierra fresca con mis propias manos y plantarte como una palmera de coco.

—Y no tardaste ni diez minutos en mostrar tu verdadero yo —se burló él—. No deberías tratar asi a quien será el comisario y futuro socio del faro.

—¿De qué cara…? —Calló. Le habia prometido a su hija que no diría malas palabras. Ahora era una mujer nueva. Debía controlarse.

Cindy.

Al pensar en su hija, un escalofrío le recorrió el cuerpo.

Él estaba demasiado cerca.

Y no se refería a la cercanía a la que estaban en ese preciso momento, sino a la cercanía con su hija.

»Veo que la sangre azul ya se te subió a la cabeza —escupió—. Mi restaurante no busca socios y te aseguro que tú serías la última persona, en este mundo y en cualquier otro, que elegiría para ello.

—¿Eso crees?

—Es un hecho.

—Pues no debería dar por hecho, los hechos, Catalano —dijo, inmutable—. Recuerde muy bien bajo qué condición le cedieron ese faro a su familia.

Antes de que Rebeca pudiera darle un puñetazo en la cara, el señor Davis irrumpió en su oficina con una jarra llena de jugo de mora y tres vasos.

—Noticia buena; el jugo está delicioso. Le pusieron hierbabuena. La mala, es que no está fermentado —dijo, sonriente. Sin embargo, el ambiente pesado se posó sobre sus hombros, haciéndolo caminar más lento—. Santo Cielo, ¿acaso mi esposa pasó por aquí o qué ? Siento como si me hubiera caído un elefante embarazado en toda la nuca.

—Estaba comentándole a la señorita Catalano que hay una gran probabilidad de volverme su socio.

—Ya veo. Por eso sentí que estaba entrando al lugar de mi sepelio —comentó Davis, nervioso—. Pequeña, toma asiento por favor. Te serviré zumo de mora.

—Ningún “pequeña” y ningún “zumo” —espetó ella—. Explíqueme ahora lo que este Lord acaba de decir.

—Antes de decírtelo, me gustaría recordarte que hiciste una promesa en la que asegurabas que tu pasado delictivo había llegado a su fin—puntualizó—. Dicho esto… Lord Keppel tiene razón. Se suponía que él te daría la noticia cuando yo me encontrara a salvo, quiero decir, ya jubilado —aclaró, nervioso—. Por el creciente turismo en Cornualles, la corona tomó la decisión de aprovechar al máximo el faro. Creyeron que era conveniente que una persona con más experiencia en el terreno pudiera colaborar con usted y… asociarse. Sin lugar a dudas sería beneficioso, financieramente hablando, para usted, señorita Catalano.

Rebeca no podía creer lo que estaba escuchando.

Aquello tenía que ser una repugnante, molesta e insignificante…

—¡Pesadilla! —exclamó, para no decir otro improperio que rogaba por lanzarle letalmente al hombre detrás del señor Davis—. ¿Considera que no tengo la experiencia suficiente para lidiar con la creciente ola de turistas? Incluso…, le dije que estaba —calló. No quiso seguir hablando mientras aquel cabeza de chorlito estuviera presente. No quería que se enterara de ningún proyecto, aspiración o idea que tuviera—. ¿Qué tiene Lord Kappel que no tenga yo? Dejando de lado su pene, por supuesto.

—¡Señorita Catalano!

—¿Acaso así no se llama?

Davis se lamentó internamente. Sabía que aquel encuentro sería un completo caos. Por esa razón quería estar a miles de kilómetros cuando pasara. Sentía un poco de lástima por el conde Keppel, no cualquiera podía lidiar con el carácter de las Catalano. Eran como una manada de Leonas . Ahora solo quedaba la pequeña Rebeca en esa manada. Quizá por eso se había vuelto menos agresiva y más cautelosa. O quizá fueron los años los que apaciguaron un poco su personalidad. Aun recordaba como Cindy, su madre se desahogaba con él porque creía que su hija no tendría ningún remedio y dejaría el faro a la deriva.

Ahora se encontraba defendiéndolo con uñas y dientes. Como una leona sin manada; acorralada.




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