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**STEVE**
Recojo a Valeria, mi novia, y nos dirigimos al instituto. La brisa de la mañana es fresca, un suave respiro de otoño que da la bienvenida a un nuevo día. El sol brilla con fuerza, arrojando su luz dorada a nuestro alrededor. Ella ríe, una melodía que hace latir mi corazón con fuerza y me hace sentir afortunado, como si el mundo entero girara a nuestro alrededor.
—¿Qué te pasa, cariño? —me pregunta entre risas, su sonrisa ilumina todo lo que hay a nuestro alrededor. Sus labios, pintados con un tono suave y natural, la hacen aún más atractiva. Es imposible resistirse a esa aura de felicidad que irradia.
—Nada, preciosa —respondo, intentando proyectar una actitud despreocupada mientras por dentro me lucha una ansiedad inexplicable que no puedo definir.
A medida que nos acercamos a la entrada del instituto, no puedo evitar la tentación de besarla. Mis labios encuentran los suyos, y como siempre, me pierdo en ese momento. Es como si el tiempo se detuviera, y todo lo demás se desvaneciera. Coloco mis manos en su cintura, acercándola a mí mientras ella se sube a mi regazo. La intensidad del beso aumenta, y Valeria siempre sabe cómo responder a mis caricias, encendiendo una chispa que recorre mi cuerpo. Todo es perfecto, o al menos, eso creía.
Sin embargo, al abrir los ojos un momento, algo cambia. Mis ojos se encuentran con otra figura en el patio: la chica nueva, creo que se llama María. La observo y me detengo. Una lágrima solitaria se desliza por su mejilla, su mirada está cristalizada por una tristeza que me incomoda. Aunque debería sentirme desapegado, hay un nudo en mi pecho que se apreta con fuerza. La idea de que ella esté sufriendo me sorprende y me inquieta. No quiero que haya nada entre nosotros; rechazo la idea de formar un lazo con ella.
María parece tan frágil en ese instante, y mientras tengo a Valeria a mi lado, la necesidad de proteger lo que tenemos crece. Pero hay algo en la tristeza de María que me llama, como un eco distante que no puedo ignorar del todo.
**MARÍA**
El día en la universidad había comenzado con una energía estimulante, llena de promesas y nuevas experiencias. Sin embargo, todo cambió al salir al estacionamiento. La soleada tarde se tornó sombría en un instante al verlos juntos: Steve y Valeria, la pareja que todos admiran. Ellos son lo que siempre he querido, un amor que resplandece con la luz de mil estrellas, solo que yo no soy parte de ese mundo.
El simple acto de sus manos entrelazadas, la conexión visible en sus miradas, me hace recordar lo que nunca tendré. Una punzada en el pecho se convierte en un dolor punzante que me corta la respiración. Intento controlar mis emociones, pero mis ojos comienzan a humedecerse, y me siento impotente al ver cómo celebran su amor. Estoy tan absorta en su felicidad que no me doy cuenta de que Steve me está mirando. Su mirada es una mezcla de desprecio y compasión que me hiere aún más, como si fuera un recordatorio constante de mi lugar en este mundo.
—Tranquila, no llores por ese idiota que no vale la pena —una voz resuena en mi mente, y me pregunto si estoy alucinando.
—¿Quién eres? —le pregunto, sintiendo la confusión apoderarse de mí.
—Soy Luna, tu amiga interior. —No sé cómo interpretar eso, pero el tono de su voz suena sincero.
—Bien, Luna, necesito más respuestas, pero ahora mismo debo irme —le contesto, tratando de recuperar la calma.
—Ok, te contaré toda la verdad más tarde —me dice antes de cerrar la conexión.
Sin pensarlo, salgo corriendo hacia el baño. Me mojo la cara, intentando aclarar mis pensamientos, pero la angustia sigue acechándome. Tras un breve momento de tranquilidad, me dirijo a clase, tratando de seguir con mi rutina habitual.
Me siento en la última fila, el lugar más alejado y seguro, pero mi paz se ve interrumpida al ver entrar a la pareja "perfecta". Mis pensamientos se convierten en un monólogo interno donde el sarcasmo toma el control, protegiéndome de la herida abierta que siento. Ellos parecen irradiar una felicidad inalcanzable, mientras que yo solo tengo mis auriculares para ahogar el ruido que invade mi mente.
El profesor entra y presenta la clase, pero mi atención está en otro lugar. La jornada avanza, pero el tiempo se siente como una pesada carga. Las palabras del profesor se pierden entre mis pensamientos, haciendo que cada segundo se estire como si fuera una eternidad.
Finalmente, cuando el timbre suena, la rutina diaria se disipa, dando paso al receso. Es hora de que todos se dispersen y entrelacen sus vidas en un torbellino de risas y conversaciones.
—¡Hola! —una voz me sobresalta mientras reviso mi móvil—. Me llamo Cielo, y él es mi mejor amigo, Jabier.
Eso me hace sonreír a pesar de todo.
—Hola —contesto tímidamente—, mi nombre es María, encantada de conocerlos.
A medida que comenzamos a conversar, me doy cuenta de que este lugar está lleno de personas excepcionales, cada una con su propia historia, sus alegrías y tristezas. Me siento atrapada en una película donde todos parecen brillar con luz propia. Aunque físicamente son atractivos, puedo sentir que hay más en ellos de lo que se muestra a simple vista. Con cada nueva interacción, siento que tengo una oportunidad para escapar del dolor que me ha acompañado. A pesar de que el recuerdo de Steve persiste, como un eco que reverbera en cada momento feliz que intento vivir, disfruto de esta nueva amistad que parece prometedora. Mi corazón, aún herido, comienza a florecer en un entorno lleno de posibilidades.
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Editado: 03.08.2024