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Maria:
—Encantada de conocerlos —dije un poco nerviosa, sintiendo cómo el calor subía a mis mejillas. La emoción de conocer a nuevos amigos siempre me había hecho sentir así, una mezcla de ansiedad y alegría que me burbujeaba en el estómago.
Javier solo me sonrió de una forma agradable. Su sonrisa era cálida y auténtica, como un rayo de sol que abría las persianas de un día nublado. Aquella expresión me hizo sentir a gusto en un instante, disminuyendo mis inquietudes.
Ese sentimiento de conexión que me transmitió era como un hilo invisible que nos unía a todos en ese momento. A pesar de ser desconocidos, había algo en el ambiente que sugería complicidad y entendimiento. Quizás eran las risas de Cielo, o la manera en que los tres compartimos un instante de silencio cargado de posibilidades.
—Hola, María, encantado —me dijo suavemente, aún con esa sonrisa que parecía abrazar el aire. Me tendió la mano y, al tocarla, sentí una paz que no sabía describir, como si su simple gesto tuviera el poder de calmar todas mis inquietudes. La calidez de su palma se trasladó al resto de mi cuerpo, haciéndome sentir que todo iba a estar bien.
—Hola, Javi, ¿te puedo llamar así? —le pregunté, mientras intentaba controlar el temblor en mi voz, un poco nerviosa por su cercanía, pero también emocionada por la posibilidad de una nueva amistad.
Él sonrió de nuevo, y esa mirada llena de complicidad me hizo sentir más a gusto, como si me diera la bienvenida a su mundo.
—Claro que puedes llamarme así, Mar. —Su tono era relajado y amistoso, y eso sólo me animó aún más.
Sonreí amablemente y sentí el cosquilleo de la aventura en el aire, casi como si estuviéramos a punto de escribir el primer capítulo de una historia conjunta. En ese instante, miré a Cielo, que nos estaba observando con esa expresión burlona, como si conociera un secreto que solo ella compartía.
Cielo, siempre lista para romper la tensión, tosió de manera exagerada, llevándose una mano al pecho, y habló con un tono teatral:
—¡Chicos, estoy aquí! No os olvidéis de la preciosa, inigualable ¡CIELO! —Dijo, moviendo las manos de modo divertido, como si se estuviera presentando en el escenario de un teatro.
Nos reímos al unísono, disfrutando de su humor y la forma en que iluminaba nuestra conversación. Era un momento de libertad y alegría, justo lo que necesitaba en medio de la rutina del instituto.
—¡Jajajaja! —La risa fue contagiosa, y pronto estábamos todos riendo por su ingenioso discurso, un momento sincero que dejó una agradable calidez en el aire.
Después de nuestras risas, decidimos ir juntos a la cafetería del instituto. Allí, el aroma del café recién hecho y las galletas horneadas llenaban el aire, mientras la atmósfera vibraba con voces de estudiantes socializando. Hablábamos sobre nuestras asignaturas favoritas, los planes para el fin de semana, y compartíamos anécdotas divertidas de nuestras vidas que nos hicieron sentir más cercanos.
Las clases que siguieron, sin embargo, fueron una prueba de paciencia. Cada minuto se alargaba en el aula, el tiempo parecía estar estancado entre las paredes grises, y en lugar de prestar atención, mi mente vagaba, tratando de recordar esa chispa de conexión que había empezado a florecer con Javier y Cielo. De reojo, observaba a Javier, que parecía perdido en sus pensamientos a veces, y a Cielo, quien siempre estaba riendo y haciéndonos reír. Me preguntaba si podía incluirme de lleno en esa amistad despreocupada que parecía tan natural.
Finalmente, al salir de clases, nos dirigimos juntos a la salida, y la emoción de ese pequeño tramo compartido hacía que todo pareciera más divertido. Durante ese trayecto, descubrimos que vivíamos muy cerca unos de otros; eso trajo incluso más entusiasmo y nuevas ideas para juntarnos después de clase. Compartimos algunas risas más, hablando sobre la posibilidad de encontrarnos durante el fin de semana, lo que hizo que la tarde se tornara aún más brillante.
Al llegar a casa, noté que mi madre no estaba, lo cual era inusual. Mi corazón se sintió un poco ligero, porque eso significaba que tendría tiempo para mí sola y la posibilidad de disfrutar de una pausa después de un día tan emocionante. Así que me dirigí a la cocina, donde el sonido del frigorífico encendido y el aroma de la comida que había preparado mi madre la semana pasada me dieron una cálida bienvenida. Cogí una fruta, una deliciosa manzana roja que brillaba como si estuviera esperando ser mordida, y me fui hacia mi cuarto.
Subí las escaleras rápidamente, emocionada por contarle a mi madre sobre mi día, pero al no encontrarla, decidí relajarme un poco. Me di una rápida ducha, dejando que el agua caliente cayera sobre mí como una suave caricia, limpiando no solo mi cuerpo, sino también despejando cualquier rastro de preocupación. La frescura renovada en mi piel me hizo sentir lista para abrazar lo que quedaba del día. Me senté en mi escritorio, revisé mis libros y empecé a hacer mis deberes, sumergiéndome en la tranquilidad que me proporcionaba la rutina.
Sin embargo, antes de darme cuenta del paso del tiempo, caí en la trampa de la fatiga y me quedé dormida viendo una serie que había atrapado mi atención, una que me había hecho reír en tantas ocasiones. Las luces de mi cuarto parpadeaban suavemente, y el viento movía las cortinas, aportándole un toque mágico al ambiente.
Fue un día largo para mí, lleno de nuevos encuentros, risas contagiosas y la promesa de amistades que apenas comenzaban a florecer. Me desperté un poco más tarde, con una sonrisa en el rostro, atesorando recuerdos de cada momento vivido. La vida me parecía un poco más brillante aquel día, y tenía la sensación de que era solo el comienzo de algo grandioso.
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Editado: 03.08.2024