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MARÍA:
Me levanto de la cama y, aun con el rostro medio dormido, me dirijo directo a la ducha. Me gusta la sensación del agua caliente en mi piel. Después de unos 15 minutos, finalmente salgo con el cabello aún goteando. Miro el reloj y me apresuro a bajar corriendo las escaleras. En mi prisa, casi me golpeo con la mesa del comedor, una constante odisea para mis mañanas aceleradas.
Al llegar al piso de abajo, puedo escuchar el suave murmullo de mi madre en la cocina. El aroma a café recién hecho y el delicioso olor de algo que se está cocinando llenan el aire, y me hace sentir como si todo estuviera en su lugar. Con una sonrisa, me acerco hacia ella.
—Hola, mamá —le digo al darle un beso suave en la mejilla—. ¿Cómo amaneciste?
Ella gira hacia mí, y su rostro se ilumina con una de esas hermosas sonrisas que siempre saben cómo hacerme sentir especial.
—Bien —me responde, su voz suave como terciopelo—. ¿Y tú, cómo amaneciste, cariño?
Miro la mesa y veo un hermoso desayuno preparado: tostadas doradas, huevos revueltos, frutas frescas y un tazón de yogurt. Mientras me siento a la mesa, no puedo evitar recordar que hace unos días, justo antes de que empezara la semana, mi madre me dijo que tenía algo importante que contarme. Hoy es sábado, así que puede tomarse todo el tiempo que necesite para decírmelo.
—Mamá —la llamo, intentando captar su atención, mientras saboreo la tostada—. ¿Qué era eso que querías decirme el otro día, pero te interrumpí porque llegaba tarde a la universidad?
Ella se queda en silencio por un momento, como si sopesara sus palabras. Finalmente, su rostro se torna serio, y veo cómo su hermosa sonrisa se desvanece, dejando lugar a una expresión cargada de preocupación.
—María, eso es un poco difícil de explicar —me dice Luna, usando su tono habitual que siempre suena tan maternal y protector—. Cuando te cuente la verdad, por favor, no odies a Marta.
Su mención de Marta me sorprende. ¿Qué tiene que ver ella en esta conversación? Mi mente comienza a llenarse de dudas y preguntas.
—Está bien, pero tú también me debes una explicación. ¿Acaso soy una loca, enferma que está hablando con su mente? —le digo un poco confundida, tratando de encajar todas esas piezas.
—Ahora no puedo decirte demasiado, pero pronto sabrás lo que en verdad eres... o lo que somos —me responde. Sus palabras se quedan flotando en el aire, como un enigma sin resolver. Me dejo llevar por el desconcierto. ¿Qué quiere decir con eso? ¿Acaso me estoy volviendo loca?
Un peso en mi pecho se siente más fuerte mientras la sigo hasta su despacho. La luz entra a raudales por la ventana, pero en su rostro veo una sombra de tristeza que me inquieta. Normalmente, mi madre siempre es feliz, compartiendo risas y ese característico optimismo que me ha contagiado toda la vida. Pero en este momento, su mirada es más seria, parece luchadora contra una tristeza profunda, casi como la melancólica tristeza que se siente al ver la película "Intensamente".
—María... —comienza a decir, su voz temblando ligeramente—. Vamos a sentarnos; tengo que decirte y enseñarte algo.
Mi corazón late más rápido. Hay una intensidad en su mirada que me hace sentir que, de una forma u otra, mi vida está a punto de cambiar.
—Mamá, ¿qué sucede? —le pregunto, sintiéndome cada vez más inquieta por un peso que parece crecer en la habitación—. ¿Por qué escucho una vocecita en mi cabeza?
Ella me mira con preocupación, y en su mirada veo reflejada una mezcla de amor y un dolor que no puedo descifrar. Entonces, como si respirara profundamente para reunir valor, nos acomodamos en sus sillas de oficina.
—María, lo que voy a decirte es muy importante. —Hace una pausa, y sus ojos se llenan de lágrimas—. Tú... eres... —Sus palabras se entrecortan, y el silencio que queda es ensordecedor.
—Adoptada, mi amor. —Finalmente, la verdad escapa de sus labios, como un pájaro que ha estado atrapado demasiado tiempo. Y, a medida que esas palabras realmente se asientan en mi mente, una ola de incredulidad me paraliza.
—¿Yo soy qué? —pregunto, intentando procesar lo que acabo de escuchar. La idea parece tan absurda que apenas puedo asimilarlo. Mis pensamientos son un torbellino de confusión y traumas latentes. Adopción... No podía ser cierto. ¿Qué significa eso para mí?
El llanto de mi madre se intensifica, y yo me quedo ahí, completamente paralizada, sintiéndome como un rompecabezas cuyas piezas acaban de ser desparramadas sin cuidado. El mundo que conocía se tambalea, y no puedo evitar preguntarme: ¿qué más hay que no sé?
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Editado: 03.08.2024