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No puedo pensar en otra cosa. Cada vez que cierro los ojos, su imagen se dibuja ante mí, tan guapo que mi corazón parece querer salirse del pecho solo con imaginar qué sería despertar a su lado todos los días. Pero al mismo tiempo, una sombra de temor se cierne sobre mí, una preocupación que no puedo ignorar. Recuerdo cómo Steve, el idiota que creía que me amaba, destrozó mi corazón sin pensarlo dos veces. Ahora, en este nuevo camino que estoy recorriendo, siento que él tiene mi corazón en sus manos también. ¿Qué pasaría si decidiera hacer lo mismo?
—Luna, ¿realmente crees que él no nos rechazará como lo hizo Steve? —pregunto, con la tristeza pesando en mi voz.
—No lo sé, Mari —responde ella, su expresión es una mezcla de angustia y tranquilizadora confianza—. Pero en esta vida hay que arriesgarse. Lo que hizo Steve fue horrible, sí, pero también tenemos la opción de rechazarlo si no estamos seguras. Míralo de esta forma: tenemos a un mate que nos protege. Hablé con su lobo, Eros, y dice que los dos nos aman. Eso es algo bueno, ¿no crees?
Las palabras de Luna reverberan en mi mente y una chispa de esperanza brota en mi corazón. Puede que esta vez todo sea diferente.
De repente, siento que alguien me abraza, y en un instante me doy cuenta de que es él, mi otro mate, quien me envuelve con su calidez. Su abrazo me atrae hacia un mar de sensaciones que apenas puedo describir. Es como si el tiempo se detuviera y el mundo desapareciera a nuestro alrededor.
Levanto lentamente la mirada, y nuestros ojos se encuentran. En esos momentos, encuentro en los suyos un brillo que me atrapa. Poco a poco, nuestros rostros se acercan, siento cómo nuestros corazones laten al unísono, ambos desesperados por ese primer contacto.
Quiero que sus labios toquen los míos, pero, de repente, se retira, desvió su mirada hacia mi cuello. Comienza a absorber mi esencia, y el susurro de su voz resuena en mi piel como un eco:
—Mía, mía, mía, solo mía.
Una descarga de energía eléctrica recorre mi cuerpo al escuchar esas palabras. Mi pecho se siente ligero, como si estuviera flotando en un océano de emociones.
Sin poder resistir la atracción, acerco mi rostro al suyo, buscando su calor, y le devuelvo el susurro:
—Mío, mío, mío, solo mío.
La sonrisa que se dibuja en su rostro ilumina todo a nuestro alrededor. Me sujeta de la cintura con firmeza y me lleva hacia el lago que he estado observando con anhelo.
—Este lugar es hermoso, ¿no? —le digo, mis ojos reflejando la serenidad del agua que brilla bajo la luz del sol.
—Sí, mi luna, es perfecto para nosotros —responde, su voz suave y profunda.
Nos quedamos en silencio, contemplando el lago, cada uno inmerso en sus pensamientos, pero unidos en ese instante tan mágico. La tranquilidad se siente tan pura que me cuesta creer que todo sea real.
De repente, una luz brillante aparece ante nosotros, interrumpiendo nuestra paz. Es una figura etérea, una hermosa mujer con cabello plateado que flota alrededor de ella como un halo. Su vestido radiante resplandece a la luz, y su belleza es abrumadora.
—Hola, hijos míos —dice, su voz es melodiosa, como un canto que embriaga mis sentidos—. Estoy aquí para darles un mensaje.
Mis ojos se abren grandes, la sorpresa me inmoviliza mientras escucho atentamente.
—Pasaréis por muchas cosas, pero deben permanecer juntos para superarlas. No desconfíen el uno del otro. Hijo mío, debes proteger a tu luna; ella es muy importante y querrán herirte a través de ella. Cuídala de su pasado y reclama lo que es tuyo.
Mis pensamientos giran, cada palabra que ella dice resuena en mi cabeza como un eco. Todo esto me es tan ajeno y a la vez tan familiar.
—Hija—continúa, dirigiéndose a mí—, como decía, eres muy importante en este mundo. Eres la única que puede traer paz en estos tiempos convulsos. Pasarán cosas que te harán dudar de ti misma, pero para eso debes contar con tu alma gemela. Sé que recién has descubierto tu naturaleza licántropa, pero es esencial que te entrenes para poder protegerte de aquellos que estén en tu contra.
—¿Quién eres? —logro preguntar, el temor y la curiosidad se entrelazan en mi corazón.
—Bueno, hijos míos, os dejo. Cuídense y protéjanse mutuamente. Adiós.
Y con un destello de luz, ella desaparece, dejándome llena de preguntas. La confusión me embarga. ¿Quién era realmente? ¿Por qué me llamó hija? ¿Cuál es esta misión que me han encomendado?
Nos queda un silencio pesado entre nosotros. Mirando a Aaron encuentro algo de calma en su presencia, y siento que puedo enfrentar lo indecible cuando estamos juntos.
—Ella es la diosa Luna, María —me explica Luna, con una mezcla de asombro y respeto en su voz.
—¿Diosa Luna? ¿Qué quiere de mí? ¿Cuál es mi misión aquí? —pregunto, sin poder contener mi incertidumbre.
La carga de sus palabras se siente abrumadora, pero también me llena de curiosidad y propósito.
—Voy a casa, Aaron —le anuncio, sintiendo que necesito procesar todo lo que acaba de ocurrir. Él se vuelve para mirarme y me sonríe con calidez.
—¿Te puedo acompañar? —pregunta, y yo asiento.
Ambos comenzamos a caminar hacia mi casa, el camino es tranquilo y la oscuridad comienza a apoderarse del cielo. Al llegar a mi puerta, me detengo y me vuelvo hacia él, sintiendo una oleada de ternura. Me inclina suavemente y me da un beso en la frente.
—Nos vemos mañana, Mari —dice, y una oleada de optimismo recorre mi ser mientras él se despide.
Al entrar a casa, mi mente está llena de pensamientos. Ha pasado tanto en un solo día, y siento que mi vida ha cambiado para siempre. Dejo escapar un suspiro mientras me tumbo en la cama. Cierro los ojos, y mientras la oscuridad me envuelve, me quedo dormida con una sola imagen en mi mente: mi guapo mate y las infinitas posibilidades que se ciernen ante nosotros.
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Editado: 03.08.2024