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Aaron
María y yo continuamos nuestro paseo, la noche se envolvía a nuestro alrededor como una manta suave, igual a un abrazo protector. El aire era fresco, llevándose las preocupaciones del día mientras nos sumergíamos en el entorno que nos abrazaba, iluminado por un manto estrellado. Cada sonido del bosque nocturno parecía amplificar la magia del momento, un concierto de la naturaleza que se unía a la sinfonía de nuestras vidas.
La larga conversación que habíamos tenido minutos atrás resonaba en mi mente, no solo por el mensaje inquietante que habíamos recibido, sino por lo que significaba para nosotros. Recorríamos juntos un sendero que estaba lleno de incertidumbres, pero también de un propósito que nos unía. Supe en ese instante que debíamos prepararnos para lo que estaba por venir, aun cuando las sombras se cernían sobre nosotros.
Al llegar al lago, la luna brillaba intensamente, como un faro en la oscuridad, reflejándose en la superficie del agua. Su luminosidad parecía reforzar la conexión entre nosotros, dibujando destellos en el agua que danzaban a su ritmo. Era como si ese instante fuera una promesa, un recordatorio de que, aunque el futuro era incierto, teníamos la fuerza y la luz necesaria para enfrentar la tempestad.
María se sentó en la orilla, dejando que el frío acariciara sus pies, mientras sus ojos seguían la danza de las olas. Se volvió hacia mí con una mezcla de curiosidad y ansiedad, su expresión reflejando las dudas que invadían su mente.
—Aaron, ¿crees que lo que dijo la mujer significa que estamos en peligro? —preguntó, su voz era suave como un susurro que se perdía en la brisa, pero podía sentir la tensión en su tono, como un hilo tenso a punto de romperse.
—No lo sé, María. Pero lo que sí sé es que somos más fuertes juntos. —Le aseguré, apretando suavemente su mano entre las mías, en un gesto que buscaba transmitir toda mi confianza y cariño.
Su sonrisa fue débil, como un destello de luz en medio de la tormenta. La luz de la luna iluminaba su rostro, resaltando sus ojos verdes que ahora brillaban con esperanzas y dudas al mismo tiempo. Era un reflejo de su esencia; su fragilidad combinada con una fuerza indomable.
—¿Y si eso que viene es demasiado para nosotros? —murmuró, su mirada se desvió hacia el agua, como si buscara respuestas en su profundidad.
—Nos entrenaremos, aprenderemos lo que necesitemos saber. Nunca te dejaré sola. —le dije, sintiendo un impulso protector desgarrador en mi pecho, como si el mundo entero dependiera de nuestra unión.
En ese instante, me sentí más decidido que nunca. Quería protegerla, no solo de lo exterior, sino también de sus propias inseguridades. Sabía que cualquier sombra del pasado debía desvanecerse frente a la luz que era nuestra conexión, un lazo irrompible en el que encontraríamos apoyo mutuo.
—Tendremos que aprender sobre nuestras habilidades, sobre ser licántropos. —dijo María, su voz ahora más firme, una anotación de resolución que me llenó de esperanza.
—Sí, y puedo enseñarte lo que sé. No estoy seguro de cómo, pero haré lo que sea necesario. Primero, tenemos que hablar con mi padre. Tal vez él tenga respuestas que nos ayuden a comprender esto. —le propuse, imaginando la voz de mi padre, el Rey Alpha, resonando con sabiduría y valentía, y cómo su liderazgo sería vital en este momento decisivo.
—Eso suena bien. También quiero entender mejor lo que soy, lo que significa ser una Alpha. —respondió María, la determinación brillando en sus ojos, transformando la incertidumbre en un fuego ardiente.
La abrazé de inmediato, sintiendo su cuerpo templado contra el mío, la conexión entre nosotros tan palpable como la brisa que nos rodeaba. Su aliento, casi errático por la mezcla de emociones, me recordaba que estábamos formando algo más grande que nosotros. Algo cuya raíz se extendía hacia lo desconocido y que, sin embargo, requería que avanzáramos.
Antes de despedirnos esa noche, sentí un impulso de proteger cualquier rastro de incertidumbre que pudiera quedarse en su mente. Le hice prometer que me mantendría informada sobre cualquier cosa que descubriera en el camino. También le di el amuleto que había recibido de la guardiana.
—Llévalo siempre contigo. Es un recordatorio de nuestra conexión y de la fuerza que tenemos juntos. —le dije, mientras le entregaba el pequeño objeto, notando la seriedad de mi intención y la esperanza que aquel gesto representaba.
María sonrió mientras lo aceptaba, mirándolo como si fuera un tesoro, un vínculo tangible entre nuestros corazones.
—Lo llevaré siempre. —afirmó, sus ojos reflejaban una mezcla de emoción y desafío, como si se estuviera armando para la batalla que se avecinaba.
Bajamos la colina juntos, cada paso resonando en el suelo como un eco de nuestro compromiso. A medida que la luna brillaba más intensamente sobre nosotros, la noche parecía ser una promesa de grandes cambios, un preludio de lo que vendría. Con cada latido, sentía que la emoción y la determinación se entrelazaban, preparándonos para lo que queda por venir.
Ya nada podía separarnos, pues éramos un equipo, listos para enfrentar la oscuridad, sosteniéndonos el uno al otro, sabiendo que juntos podríamos lidiar con cualquier amenaza que se presentara en nuestro camino.
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Editado: 03.08.2024