Rechazada por mi alpha

CAPITULO 35

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Sombras de Guerra y Resistencia

La primavera dio paso al verano, pero las vibrantes flores y el canto de los pájaros no podían ocultar la tensión que se asentaba en el aire. A medida que el centro comunitario comenzó a cobrar vida, las manadas se comunicaban, pero pronto las antiguas heridas y resentimientos comenzaron a susurrar su veneno. A pesar de los lazos que habían tejido, el mundo exterior se llenaba de rumores y amenazas. Los ecos de la guerra resonaban nuevamente.

Una mañana, mientras María y Aaron revisaban el progreso del centro, Ulrik llegó con una expresión grave.

—Ha habido un ataque en los límites de nuestras tierras —anunció, la voz tensa—. Otras manadas han visto nuestra cercanía y lo interpretan como debilidad. Ellos creen que es el momento de recuperar lo que perdieron.

María sintió que su corazón se detenía. La reciente paz que habían forjado parecía tambalearse ante la inevitable sombra de la guerra.

—¿Y qué se ha decidido? —preguntó, intentando ocultar su creciente ansiedad.

—Están exigiendo que rompamos los lazos que hemos construido y que nos dividamos nuevamente—respondió Ulrik—. No pueden tolerar vernos unidos.

Aaron pegó un puñetazo sobre la mesa, una mezcla de frustración y desesperación en su rostro.

—No podemos dejar que nos dividan así. Hemos luchado demasiado por este momento. —Su voz se rompió, pero la determinación brillaba en sus ojos—. Si esta guerra se desata, debemos estar listos.

María sintió que se le apagaba el aliento. Sabía que el camino a seguir sería difícil, pero en su interior surgía una chispa de resolución.

—No podemos conformarnos con la idea de que la guerra es la única opción —dijo, buscando el contacto visual de ambos—. Hemos aprendido a escuchar y trabajar juntos. Debemos llevar ese mismo propósito y unidad a esta crisis.

Esa noche, se convocó a una reunión de emergencia. Los líderes y miembros de ambas manadas se reunieron en el nuevo centro comunitario, un refugio que ahora debía servir no solo como símbolo de paz, sino también como fortaleza ante la adversidad.

El ambiente era tenso, y el miedo se palpaba en el aire. Mientras se sentaban en círculo, María se puso de pie, esforzándose por proyectar fortaleza.

—Hoy enfrentamos no solo a aquellos que nos amenazan, sino también a nuestros propios miedos. Pero aquí, en este lugar que construimos juntos, hemos creado algo hermoso. Si permitimos que el miedo nos divida, habremos fallado no solo a nosotros, sino a cada historia que colocamos en estos cimientos.

Los murmullos de aprobación comenzaron a crecer. La voz del anciano que había expresado dudas antes resonó nuevamente.

—No podemos ignorar el peligro que enfrentamos. Es cierto que hemos progresado, pero la guerra siempre deja cicatrices profundas —advirtió.

—Cada guerra se libra en dos frentes: el físico y el del espíritu —intervino Aaron—. No solo debemos prepararnos para luchar si es necesario, sino también esforzarnos por mantener nuestro espíritu fuerte. Unirme a la lucha no significa abandonar nuestras convicciones.

A medida que la reunión avanzaba, las manadas comenzaron a compartir ideas sobre cómo defenderse sin perder el hilo de la paz que habían tejido. Mientras algunos propusieron construir estrategias defensivas, otros sugirieron crear un consejo de mediación que pudiera seguir trabajando incluso en tiempos de tensión.

Las ideas fluyeron como un río, alimentando la determinación y a la vez el entendimiento. Con cada argumento y discusión, las manadas demostraron su unión, reflejando la fortaleza que había germinado en el centro comunitario.

Los días siguientes estuvieron marcados por la preparación. Aunque la amenaza de la guerra aún acechaba, se decidió que, además de las defensas físicas, se le daría más peso a las iniciativas de paz.

María y sus aliados organizaron patrullas, pero también alcanzaron a las manadas vecinas, intentando crear diálogos y buscar alternativas a la confrontación directa. En esos momentos difíciles, sus visiones, valores y esperanzas se entrelazaron para mantener viva la luz de la paz.

Sin embargo, a medida que las tensiones aumentaban, el día del ataque llegó. Hombres y mujeres de diferentes manadas se alinearon en la colina, observando en grupos dispersos como el enemigo se acercaba. A pesar de la desolación palpable, María miró a su alrededor a los rostros decididos de sus aliados. En la adversidad, la unidad se había vuelto un bastión de resistencia.

El conflicto se desató en el crepúsculo. El sonido de los cuernos y el grito de batalla resonaron mientras las manadas se defendían, luchando no solo por su tierra, sino por la esperanza de un futuro donde la guerra no fuera la respuesta.

A pesar del caos, María mantuvo la calma. Se movió entre las líneas, recordando las historias de unión, el trabajo que habían hecho, y las razones por las que estaban allí. Incluso en los momentos más oscuros, les hablaba de recordar quiénes eran.

Cuando la batalla terminó, no se llevó a cabo una victoria fácil, pero sobrevivieron juntos. Aunque quedaron cicatrices, tanto físicas como emocionales, la esencia de su lucha no fue en vano.

Mirando hacia el horizonte, mientras la bruma del duelo comenzaba a disiparse, María sabía que había un camino hacia la curación. Ellos, como manadas, habían enfrentado la tormenta y emerge con una fuerza renovada: sabían que, aunque la guerra pudiera ser inevitable, su deseo de paz y colaboración perduraría.

Las voces que habían compartido sus historias y la voluntad de levantarse juntas en un momento de dificultad seguirían resonando. Era un recordatorio de que, incluso en la oscuridad, los lazos que habían tejido seguirían iluminando su camino hacia un futuro compartido.

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