Rechazada por mi alpha

CAPITULO 36

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La Última Lección

El eco de la batalla retumbaba en la memoria de todos. Con el aire pesado y las sombras alargándose, el centro comunitario había visto la devastación de un conflicto que reflejaba la lucha interna de cada individuo. Mientras la comunidad intentaba empezar a sanarse, surgió un nuevo golpe devastador: el abuelo sabio, quien había sido una fuente inagotable de luz y guía, había caído herido durante la confrontación.

Su lección de unidad lo había acompañado hasta el último momento, pero una traición oscura había echado a perder ese legado. En la confusión de la pelea, un intruso, un guerrero de una manada enemiga, había apuñalado al anciano con un cuchillo envenenado, tejido en magia negra. Su cuerpo había colapsado en el suelo, y el grito de desesperación de todos resonó como un eco de lo inevitable.

María llegó corriendo al lugar donde el anciano yacía. La escena era desoladora; el suelo estaba empapado con el rojo de su sangre. Las lágrimas brotaron involuntariamente de sus ojos mientras tomaba su mano arrugada y cálida.

—No, por favor... —murmuró, su voz temblando como una hoja al viento—. No te vayas.

El abuelo sebastian sonrió débilmente, pero sus ojos estaban enrojecidos por el dolor y la profundidad de lo que sabía que estaba por venir.

—María —susurró—, la vida se mide no en la duración de nuestros días, sino en la grandeza de nuestro legado. Tienes que ser fuerte... por todos nosotros. La verdadera lucha no es solo contra el enemigo, sino también dentro de nosotros mismos.

Los corazones de todos aquellos que rodeaban al anciano se partieron. Aaron, que había estado a su lado en las peores batallas de su vida, sintió una punzada de impotencia. El valor que había sentido en el campo de batalla se desvaneció en un instante, dejando solo un vacío que amenazaba con engullirlo.

—¡No! —gritó, su voz resonando como un trueno, cuando vio la agonía dibujada en el rostro del anciano—. ¡No te puedes ir así! ¡No puedes dejarnos!

Ulrik, que había estado observando con un gesto grave, sintió que una sombra oscura se cernía sobre su espíritu. Era un líder, y tuvo que recordar su deber incluso en medio del dolor. Su voz tembló mientras habló.

—Debemos buscar el antídoto. Hay que tratar de revertir lo que se hizo.

Pero era demasiado tarde. El abuelo llevó su mano a su pecho, la luz en su mirada comenzaba a desvanecerse.

—Mis queridos… —habló con una voz quebradiza—. La magia negra no puede ser destruida por la fuerza. Debes aprender a enfrentar las sombras con la luz que llevas dentro. No permitas que la oscuridad tome el control.

Mientras sus palabras resonaban en el aire, María supo que lo estaba perdiendo. Se sentía como si una gran parte de ella se estuviera desmoronando, llevándose consigo la esperanza, la confianza, e incluso la fe en lo que habían construido juntos.

El abuelo susurró su último consejo:

—La paz solo se alcanza cuando aprendemos a perdonar y a ser más grandes que el odio. Siempre hay luz, incluso en las noches más oscuras.

Con un último suspiro, el abuelo cerró los ojos, una calma serena remplazó su agonía. La tristeza se apoderó del grupo, y el aire se volvió denso, cargado de luto y desesperanza.

María se dejó caer de rodillas, con lágrimas corriendo por su rostro. El peso de su pérdida era abrumador, y la sombra de la traición la envolvía como una manta oscura. Se sintió vacía y asustada.

Aaron, a su lado, comenzaba a darse cuenta de que debía ser el fuerte ahora. La ira que había sentido en la batalla se convirtió en determinación.

—No podemos dejar que su muerte sea en vano. Vamos a honrar su legado —dijo, la voz firme, pero quebrada por el dolor.

Ulrik, con un dolor visible, sintió que el viejo era su guía espiritual, un faro que les había enseñado a vivir en unidad. La mezcla de ira y tristeza era un abismo, pero encontró fuerzas en esas lecciones.

—Haré lo que sea necesario —afirmó—. No dejaremos que la oscuridad venza. Su sacrificio nos obligará a luchar de manera diferente, a encontrar la verdadera paz.

A medida que el sol se ponía en el horizonte, la comunidad se unió una vez más en torno al legado del anciano, prometiendo llevar adelante su mensaje de luz y unidad. Aunque el duelo era palpable y las cicatrices permanecían, las palabras que el abuelo había dicho comenzaban a vibrar en sus corazones, encendiendo una nueva chispa de esperanza. La lucha no había terminado; de hecho, ahora era más necesaria que nunca.

Mientras se preparaban para la batalla final, entendieron que el verdadero enemigo no era solo el que llevaban enfrentando, sino también el miedo y el odio que amenazaba con dividirlos. Juntos, decidieron que la próxima confrontación no sería solo un campo de batalla, sino también un crisol donde la luz podría desafiar a la oscuridad.

María, Aaron, Ulrik y todos los demás en la manada sabían que el camino hacia la paz sería difícil, pero estaban listos para enfrentar las sombras, armados con la última lección del abuelo: el amor y la unidad eran más poderosos que cualquier cuchillo envenenado.

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