Recién Cazados

CAPÍTULO 5

David

—Aquí están tus malditos tampones —riño golpeando la puerta del baño y despegando el celular de mi oreja para que los del banco no puedan escucharme. Ella abre y sostiene con ambas manos una toalla para tapar su cuerpo.

—Te envié un mensaje. ¿Por qué no contestaste? —pregunta, me llevo el dedo índice a los labios para indicar silencio y le señalo el teléfono celular, ella toma la pequeña bolsa y mira mi calzado, hace una mueca de asco y yo ruedo los ojos al cielo. Vuelve a cerrar y me comienzo a quitar los malditos zapatos.

—Señor Schmitt. —Escucho del otro lado de la línea, de inmediato vuelvo mi celular a mi oreja para seguir escuchando—. Hemos hecho todas las verificaciones, la tarjeta fue bloqueada por petición de su persona, pero usted llamó el día de ayer diciendo que autorizáramos los cincuenta mil dólares para pagar un ascensor y que luego bloqueáramos la cuenta…

—¿Qué? —interrumpo—. Espere… señor de servicio al cliente. —Llevo la mano a mi cabeza... ¿Cincuenta mil dólares? ¡Dios mío!—. ¿Un ascensor? ¿Dónde compré un ascensor?

—Señor Schmitt, según informes en nuestro sistema usted dijo que quería disfrutar su luna de miel con su esposa en un ascensor bajando desde el piso cincuenta y que autorizaba la transacción de cincuenta mil dólares porque le recordaba a la película 50 sombras de Prey.

—¿50 de qué…? ¿Qué carajo es eso? —Frunzo el ceño mientras me siento en el filo de la cama, puta mierda, no vuelvo a tomar.

—Supongo que se refería a la película 50 sombras de Grey.

—¿Qué? ¡Oh, por Dios! ¿Qué pu…? —En ese preciso instante siento que arrebatan el teléfono celular y llevo la vista en dirección a Natalie, que está apagándolo y lo tira sobre la cama.

—¿Qué rayos te pasa, Natalie? —Me pongo de pie a la defensiva—. No puedes tomar mi celular, cortar la llamada y tirarlo sobre la cama.

—Pues ya lo hice… —En ese preciso instante deja caer la toalla de su cuerpo quedándose solo en ropa interior. ¡Me muero!

Hormonas, cálmense.

Comienza a buscar algo de ropa en una maleta de espaldas hacia mí. ¡Como que me da algo!

—Na… Natalie, vístete, por favor —balbuceo como un idiota, ella de inmediato voltea hacia mí.

—¿Qué? O sea… ¿Tú si puedes pasearte por ahí en ropa interior y yo no? —Sostiene en las manos un pequeño vestido de flores y comienza a vestirse con él frente al espejo.

—Es... es... —Trago saliva—. Diferente. —Me siento en el borde de la cama y veo cómo su pequeño vestido se va deslizando por su piel hasta quedarse completamente ajustado a toda su silueta.

—Estamos casados, así que… a la mierda. —¡A la mierda mi vida! Continúo recorriendo su cuerpo con la vista, esas curvas son las causantes de que yo esté aquí, casado, con una terrible resaca, caca de perro en mis zapatos caros y sin cincuenta mil putos dólares.

Tengo ganas de tirarme por el balcón.

—¿Entonces yo puedo caminar desnudo por aquí porque estamos casados? ¡Qué considerada! —No dice nada, solo se encoje de hombros y yo observo cada uno de sus movimientos. Se pone los zapatos, bastantes altos. ¿Cómo puede andar con esas cosas? ¿Y todo el día? Comienza a ponerse miles de cosas en el rostro, lo que significa que no iba maquillada, y a decir verdad no se notaba la diferencia, comienza a hacer rulos en su cabello con un aparato que no conozco, y ahí me percato de que ya ni de broma llego a Nueva York temprano, solo espero que el caga-billetes no me llame antes.

Me dejo caer de espaldas sobre el colchón deseando tener padrinos mágicos para desear poder volver al día de ayer y no cometer esta tremenda tontería. Intento recordar, aunque sea una mínima parte de lo acontecido, pero no, nada. Yo no sirvo para ser un alcohólico y siempre lo hago.

—Natalie… —digo, incorporándome nuevamente de un salto cuando recuerdo que hoy estábamos desnudos, lo que significa que…—. ¿Recuerdas si nos protegimos? Porque si no fue así estamos a tiempo de ir por una pastilla del día después o no sé qué, porque para eso fueron creadas esas benditas pastillas, ¿no? Para el día después, para cagadas como la que cometimos ayer, y no hablo precisamente de tener relaciones sexuales, porque es muy normal tener relaciones…

—David...

—Pero casarnos... ¡Por Dios! Si nos casamos borrachos no quiero pensar qué más hicimos irresponsablemente, y ya tengo suficientes líos en la cabeza como estar ahora pensando que tenemos que hacernos cargo de un niño…

—David —me grita—, sí, hay cinco preservativos en la papelera, así que supongo que sí, y ya deja de inventarte tonterías que me voy a poner histérica pensando que me haya podido embarazar justo ahora.

—¿Qué? —pregunto perplejo—. ¿Cinco? ¿Cinco? —digo con más fuerza—. ¡A la mierda! ¡Me exprimiste! ¿Es eso siquiera legal?

—¿Yo? ¿Quién fue que dijo que su King Kong era todo un orangután?

Me llevo las manos a la cara y muevo los dedos hasta mi cabello. ¿Por qué mejor no bailé solo en una mesa como los borrachos normales?

—Bien, acabemos con este jodido matrimonio y finjamos que nunca nos conocimos —dice tomando sus cosas, frunzo el entrecejo.

—¡Por fin una mujer con la que me entiendo! —Suspiro y me levanto de la cama—. Mujer, choca esos cinco. —Extiendo la palma frente a ella y casi de inmediato la choca con la suya—. Espera, necesito lavar estos zapatos, son los únicos que traje.

Un día antes

David

Estoy sentado frente a mi computadora, solo cuando Oliver no está me doy estos gustos, estiro los pies y los pongo sobre el escritorio comiendo palomitas de maíz mientras miro no sé qué película. ¡Qué hijos de puta más tontos! ¿Cómo vas a dejar a un tipo perdido en Tailandia? Qué idiotas, siento comezón en los vecinos de mi King Kong, llevo la mano por debajo de mi pantalón. ¡Ah! ¡Qué alivio! Mi celular suena y me hace estremecer, regando las palomitas por todos lados. ¡Ah! ¡Joder! Saco la mano del pantalón y tomo el celular, que está cerca de la computadora.




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