Reclamada l Trilogía reclamada, libro 1

5. Phoebe

No me había dado cuenta de que Ahron desapareció el resto del día luego de traerme, hasta ahora, el momento en el que este extraño grupo compuesto de tres musculosos y enorme sujetos con cerebros de chicos de 14 años, junto con la chica rubia más hermosa que había visto en mi vida, pedían permiso a mi tío para dejarme ir a una fiesta que no quería ir. Se suponía que yo tenía 21 años y podía ir a donde quisiera sin el permiso de un tío-abuelo que nunca estuvo presente en mi vida. Sin embargo, yo no quería ir a ninguna fiesta.

Estaba Helen también, por su expresión quise creer que no se sentía muy convencida de dicha propuesta.

—La cuidaremos bien, tío Ahron—prosiguió Dany, la que había comenzado la conversación—. Sabes que ella no estará mejor protegida que con nosotros.

Ahron observó inquisitivamente al grupo que me acompañaba. Me preocupaba un poco el hecho de que Nic no se me hubiera despegado desde que la fiesta en casa de mi tío comenzó, pero estaba más pendiente de que Ahron diera una buena respuesta para no tener que ir con ellos.

—No si están ebrios como camioneros.

—Eso no pasará—cortó Nic a mi lado—. Sabes que eso no va conmigo, Ahron.

Esto no va bien.

Y había pensado que Nic estaba de mi lado cuando dijo que yo no soportaría el frío de Mountain Village, creo que me adelanté a los eventos.

—Saben que a altas horas de la noche hace mucho frío en la cima de la montaña—intervino Helen, sentada junto a Ahron con los brazos cruzados—. Ella es pequeña y delicada.

—Vaya que lo sé—dijo el moreno de cabello oscuro.

Ahron suspiró pesadamente y se reacomodó en su sillón, ellos esperaron a que la fiesta terminara y todos se fueran.

—Lo siento, pero ella acaba de llegar—prosiguió Ahron—, no está tan acostumbrada a pasar constantemente por temperaturas tan bajas, tiene que acostumbrarse, quizá en otra oportunidad. Ahora mismo, es Grace mi más grande prioridad.

 

 

 

 

 

 

Cuando recordaba que estuve a punto de irme a una fiesta de extraños en la cima de la montaña más fría a la que nunca he ido, suspiraba aliviadamente porque Ahron no lo permitió. Quizá esto podría funcionar, mientras más me mantuviera alejada de todos mejor sería. No los conocía, no los comprendía, no encajaba con ellos y no quería hacerlo.

En la mañana del viernes me levanté muy temprano como era de costumbre con mis abuelos. Leí mi libro favorito y escuché un poco de música antes de asearme y bajar.

Solo estaba Helen, ella lavaba calmadamente las interminables cantidades de platos y otras vajillas en el fregadero de espaldas a mí.

—Buenos días, cariño—me saludó.

Me sorprendí un poco, creí haber hecho el mínimo de silencio al detenerme bajo el marco.

—Me gustas, te levantas temprano, pero puedes seguir durmiendo, es tu segundo día e imagino que debes estar muy agotada todavía.

No tenía planes de contestar, pero lo hice.

—Está bien.

—¿Quieres desayunar?

—Quisiera ayudarte con los platos—dije.

Ella se giró hacia mí y enarcó una ceja divertida.

—Ah, cariño, eso no es necesario.

—Sólo me gusta fregar—mentí, pero lo siguiente no era una mentira en su totalidad—. Trabajé en muchos restaurantes, es lo único que podía hacer, era eso o les quemaba la cocina.

Ella sonrió verosímil.

—Bueno, tener un par de manos más por aquí no estaría mal. Yo prepararé el desayuno—concedió finalmente—. Ahron es un maniático de la buena alimentación. Ya sabes, desayuna como un rey, almuerza como un rey, y cena como un rey.

Sonreí levemente, sonaba como algo que dirían los hombres de este lugar.

—Creo que…está mal dicho.

Ella se echó a reír y se movió hacia la estufa, la encendió para colocar una enorme sartén sobre el fuego. No sólo las personas de aquí eran enormes, sino que también lo que usaban.

—Yo se lo dije también.

Me acerqué al fregadero con la idea de lavar los platos en silencio, pero Helen habló a continuación.

—Supongo que debes pensar algunas cosas no muy buenas sobre mí.

Sólo giré un poco mi rostro para verla momentáneamente y continuar fregando. Imaginé que se ofendería si no le preguntaba.

—¿Como qué?

—Bueno, Ahron me dijo que su familia se enojó mucho cuando decidió mudarse a las montañas y no volver nunca a Denver—ella se oía culpable por eso.

Durante años escuché a mis tíos, padres, abuelos y demás quejándose sobre la misteriosa mujer que Ahron nunca les presentó, hasta donde recuerdo, ningún comentario fue positivo pero todavía la incomodaría, por lo que eso no tenía por qué saberlo ella ahora, y tampoco tenía por qué afecta mi juicio sobre lo que creía de ella.

—Sé que estuvo mal—continuó—. Yo quise que…

—No deberías sentirte culpable por eso—intervine sin mirarla—. No sé cuáles fueron las razones por la cual tío Ahron te mantuvo oculta de la familia, pero no tengo por qué juzgarte, esas cosas sucedieron antes de que yo tuviera consciencia, por lo que no afecta lo que pienso de ti. Además, Ahron sólo es mi tío-abuelo, muchos ni siquiera tienen la oportunidad de conocer a su tío-abuelo. Él no tiene ninguna responsabilidad conmigo.

Reinó el silencio por un momento más y yo intenté concentrarme severamente en la enorme cacerola que estaba limpiando, era vergonzosa la imagen de mi flacucho brazo extendiéndose hacia el interior de la cacerola.

—Ahron te quiere, siempre lo ha hecho—dijo Helen—. Desde que te vio nacer, en lo que volvió aquí me dijo lo hermosos que eran tus ojos y lo pequeña que eras, y que le preocupaba que no…

Sabía lo que quería decir, cuando nací tuve algunos problemas de salud, nada importante por lo qué preocuparse ahora, me consideraba físicamente sana a pesar de lo pequeña y flacucha que era, no era una cuestión de mala alimentación, mis abuelos creían que tenía una hueco negro que desaparecía la comida.




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