Reclamada l Trilogía reclamada, libro 1

19. Grace y Dominic

Grace

 

Normalmente Nic era rápido y no le costaba demasiado tiempo alcanzarme, ahora que sabía la verdad sobre él debía admitir que muy en el fondo esperé que me cogiera de vuelta al restaurant, y sin embargo esta vez no lo vi persiguiéndome cuando salí. Crucé la calle y caminé en dirección contraria al camino por el que Nic condujo.

Hoy el pueblo estaba lleno de gente comprando y enormes camiones con cargas en las calles, la fecha de noche buena se acercaba. También estaban las maquinas quita nieve en las avenidas y algunos hombres quitando el hielo atascado en la orilla de las aceras. Hacía frío, en la huida dejé mi bufanda, guantes y abrigo. Pero no me arrepentiría todavía, no de eso. Grace Eveline Beckham se arrepentía de venir a Telluride. 

No recuerdo haber tomado una sola decisión en mi vida en la que mis abuelos u otras personas estuvieran envueltas para dar sus opiniones e intentar persuadirme para hacer lo que ellos quisieran, pero ahora que había decidido venir por mí misma a Telluride con Ahron me encontraba con toda esta locura ficciosa. ¿Cómo sería capaz de dar otro paso en falso?

Las lágrimas se me congelaban sobre la piel pero no dejé de caminar, y cuando creí que por fin me había librado de Nic sentí este escalofrío que comprendía mucho más que el crudo frío. Éste me avisaba que había un lugar al que podía volver, alguien cálido con el cual podía descansar.

Me resistí y no quise voltear a ningún lado para cerciorarme. Así que me precipité a cruzar la avenida principal antes de que pudiera atraparme de nuevo.

—¡Grace! —lo escuché gritar, la necesidad de verlo me cayó como balde de agua fría, pero no lo hice, cerré mis ojos y continué caminando—. ¡Espera, no cruces!

Me detuve cuando escuché la ensordecedora bocina de un vehículo que correspondía a uno de cargas pesadas. Abrí mis ojos y giré mi rostro contrario al semáforo; una enorme gandola azul se aproximaba a mí. La luz estaba en rojo, debía detenerse. Pero las ruedas rodaron estrepitosamente por el asfalto congelado, el chofer perdió el control.

Siempre critiqué a los personajes que salían en la televisión, esos que se dejaban atropellar por el auto que aparecía de repente, incluso me burlé de los que sufrían de dichos accidentes en la vida real. Pero cuando se está en el momento, a veces, olvidas todo lo demás, te congelas. Y si por tu mente pasa algún inoportuno recuerdo triste, se te ocurre que… todos tus problemas se terminan cuando pasas la luz blanca.

Pero la luz blanca al final del túnel era un mito, y yo no creía en ello. Así como tampoco creía que los hombres lobo existieran. Sin embargo, había una diferencia entre ambos, el enorme hombre lobo que aseguraba quererme sí apareció, me levantó en sus brazos y detuvo con su mano la gandola como si ésta se tratase de un carro de juguete. El metal del capó y el parachoques crujió ante el impacto, pero Nic no se movió de su sitio.

Fue alucinante verlo de cerca, sentí pánico y aun así una extraña parte de mí estaba maravillada por lo que estaba viendo.

Después todo pasó tan rápido que me mareé. Nic desapareció conmigo de la escena antes de que los peatones se acercaran para cerciorarse de lo que habían visto.

En algún momento me dejé vencer por la inconsciencia. Más tarde abrí mis ojos, estaba sentada sobre el asiento de copiloto en la camioneta de Nic con el cinturón puesto. Mi cuerpo temblaba levemente bajo la gran chaqueta de cuero marrón que me cubría del cuello para abajo, no podía mover mis manos o pies, había perdido por completo la coordinación de ambos. Sentía esta enorme confusión en mi cabeza, como si todo lo que acabó de suceder hubiera sido un sueño.

Miré por la ventana, estábamos andando por la carreta de vuelta a la reserva, reconocí las curvas serpenteantes del camino.

Nic sabía que yo desperté y sin embargo no dijo ni una palabra, tampoco me atreví a decir algo. El resto del camino fue silencioso y… extrañamente doloroso e incómodo. Ya ni me reconocía a mí misma, antes hubiera sido feliz de no escucharlo replicar o enojarse conmigo, estar en silencio y fingir como que no estaba ahí… ahora mismo anhelaba que me abrazara.

Y otra vez me hallaba resistiéndome, aunque ya no tenía en claro qué es lo que intentaba resistir, o a quien intentaba engañar.

En vez de detenerse en su casa Nic condujo hasta la casa de Ahron. Todavía estaba mareada, deduje que era a causa de la falta de comida en mi estómago. Con todo y que tenía cientos de cosas en la cabeza me sentía más inconsciente que consiente. Nic me cargó en sus brazos y entró sin llamar a nadie. Aun así escuché a Helen.

—¿Qué le ha pasado a Grace? Sus labios están…

—Hablaremos después de que la lleve a su cuarto—cortó Nic irreflexivamente—. Prepárale algo caliente. 

No podía ni respirar correctamente, sentía agonía de sólo pensarlo. Me estremecí un poco cuando la mano femenina de Helen se posó sobre mi frente momentáneamente.

—Santo cielos, está temblando. Llévala a su cuarto, yo iré a la cocina.

—¿Dónde está Ahron? —preguntó Nic.

—Está con tu padre, están organizando lo de esta noche. Ahron volverá pronto.

—Tía…—murmuró Nic, y por primera vez lo sentí realmente vulnerable cerca de mí. Escuché su corazón latir irregularmente en mi oído—, quizá las estrellas se equivocaron y Ahron tenía razón, Grace y yo no…

—Nic—cortó Helen severamente—. Sin ti no hay un ella, y sin ella no hay un tú. Así son las cosas, y son perfectas porque es la única manera en la que ambos pueden vivir felices.

—Mírala cómo está. Pienso que, si no he podido cuidar de ella, ¿cómo se supone que dirija la manada? Ahora mismo no sé si sea correcto estar con Grace.

—No cariño. Recuerda algo importante, la razón por la que conociste a Grace es porque no eres humano, recuerda siempre quien eres y sabrás qué hacer a continuación. Siempre he estado de tu lado y he esperado que tomes las mejores decisiones por los dos. Te amo, y sé que ella sabrá amarte también. Llévala a su habitación, llamaré a Lauren para que la revise.




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