Cuando Grimhilder despertó, se encontraba en una habitación lúgubre, en lo más profundo de un siniestro sótano del palacio. Era un lugar oscuro y frío, con paredes húmedas y una cama vieja en una esquina. Un espejo, colocado en la pared, capturaba la imagen triste del rostro de Grimhilder, donde sería recluida hasta el almuerzo con el rey, cuando lo vería por primera vez, ya que había habido una boda.
—De ahora en adelante, esta será tu habitación —dijo una de las hechiceras, con una risa siniestra.
—Espero que te guste. Conseguimos este espejo especialmente para ti —agregó la otra, mostrando un brillo malévolo en sus ojos.
Grimhilder, sentada en la cama, miraba hacia abajo con el corazón roto y la esperanza desvanecida.
«¿Por qué tuvo que pasar esto? ¿Por qué tuve que ser vendida como un objeto?», sus pensamientos eran un torbellino de dolor y desesperación. De repente, una voz resonó en la habitación, y Grimhilder se sorprendió al escucharla.
—¿Quién dijo eso? —preguntó, buscando el origen del sonido.
—Yo —respondió el espejo en la pared, su voz melódica llenando la habitación. La joven se desconcertó, sin poder creer que un espejo pudiera hablar.
—¿Cómo es posible que un espejo hable? ¿Quién eres? —inquirió Grimhilder, con una mezcla de sorpresa y confusión.
—Soy tu padre —respondió la voz del espejo, y la joven sintió un escalofrío recorrer su espalda.
Grimhilder, con la voz entrecortada por las lágrimas que brotaban nuevamente, balbuceó:
—Papá, ¿eres tú?... ¿Está mintiendo?
Grimhilder dudó, preguntándose si aquellas palabras eran ciertas o simplemente un engaño. Sin embargo, el recuerdo de las palabras de su padre resonó en su mente, recordándole la magia y el poder del espejo.
—El espejo es capaz de atrapar el alma de una persona, y una vez que lo haga, se convertirá en tu sirviente fiel, incapaz de mentirte. A este hechizo se le llama "Esclavo del espejo" —recordó las palabras de su padre, tratando de discernir la verdad.
—Ya lo recuerdo, eres el esclavo del espejo —murmuró Grimhilder —¿las brujas te enceraron? ¿Ahora eres su esclavo?
—No, ellas no me encerraron y tampoco soy si esclavo soy el tuyo.
—¿Qué? ¿Por qué?
—Una vez el dueño del espejo muera este lo atrapará y lo convertirá esclavo de la persona más cercano.
En los labios de Grimhilder se formó una risa siniestras tantos años de maltratos y abuso para que ahora su padre estuviera a su ordenes —Vaya, así que ahora me perteneces, ¿eh? —dijo con una voz gélida, disfrutando el hecho de tener el control sobre aquel ser místico—. ¿En serio soy un desastre en la magia?
El espejo, sin titubear, respondió con sinceridad.
—No tienes un talento innato para la magia, pero eres una prodigio en el arte de las pociones.
Grimhilder asintió, aceptando las palabras sin resentimiento. Era consciente de sus limitaciones.
—¿Soy fea? —inquirió, mostrando la vulnerabilidad que se escondía bajo su actitud desafiante.—Eres la mujer más hermosa de la tierra, casi un ser celestial.
El elogio inesperado hizo que Grimhilder se sorprendiera. Por años, solo había escuchado palabras hirientes y despectivas.
—¿Por qué me trataban tan mal? —preguntó, dejando ver la angustia que la carcomía por dentro.
El espejo emitió un suspiro cargado de tristeza. —Siempre que te veía, solo podía recordar a tu madre. Ella era todo para mí, la mujer de mi vida, y al final, murió dándote a luz.
—¿Por esa estupidez me hiciste la vida imposible? —estalló Grimhilder, con los ojos brillantes por la furia—. ¿Sabes cuántas noches lloré por tu culpa? ¿Cómo llegué a odiar cada parte de mi ser? ¿Los días que pasé esforzándome para poder agradarte? ¡Todo por algo que yo no tengo la culpa!
Las palabras resonaron en la estancia, cargadas de dolor y decepción. La expresión de Grimhilder reflejaba una mezcla de ira y tristeza, mientras miraba con desprecio al espejo que la había atormentado durante tanto tiempo.
—¡Estoy feliz de que ahora solo serás un estúpido espejo que solo sigue órdenes! —continuó la joven, con un tono de desprecio y satisfacción—. Cada mañana me levantaré solo para preguntar quién es la más bella del reino, y para escucharte decir una y otra vez mi nombre.
El espejo permanecía inmóvil, incapaz de contestar, y Grimhilder se sintió liberada al expresar todas las emociones que había guardado durante tanto tiempo. En ese momento, la silueta del espejo desapareció, y Grimhilder fue llamada para cenar por las hechiceras. Mientras caminaba por los oscuros pasillos del palacio, una pequeña niña se cruzó en su camino y tropezaron, causando una risa tímida en la niña.
—¡Oh! Hola, pequeñita —dijo Grimhilder con ternura.
—H-hola —respondió la niña tímidamente.
—Perdón por empujarte, no quería lastimarte.
—No te preocupes, eso no fue nada. Me preocupa más que tú resultaras herida —dijo Grimhilder, tratando de reconfortar a la pequeña.
La niña sonrió, mostrando una dentadura llena de dientes de leche.—No soy muy fuerte, ya tengo 6 años —dijo con orgullo.
Grimhilder quedó sorprendida, pues la niña parecía tan diminuta y frágil que apenas parecía tener 3 años. Sin embargo, la pequeña irradiaba una dulzura y una inocencia que no podían pasar desapercibidas.
—¿Cómo te llamas? —preguntó Grimhilder.
—Blancanieves.
Grimhilder le sonrió a la niña antes de irse por recomendaciones de la sirvienta.Al llegar a la sala real visualizo a un hombre mayor sentado comiendo grandes mangares mientras en su lado de la mesa había un pan y un vaso de agua.
—Buenas tardes su alteza.
El rey, un hombre mayor con una mirada fría y despiadada, levantó la vista y clavó sus ojos en Grimhilder. Un escalofrío recorrió la espalda de la joven al encontrarse con esa mirada sombría.
—Ah, la nueva reina —dijo el rey con un tono de desprecio—. Siéntate.