POR QUE no había estado mas atenta?¿por que no se había dado cuenta de lo que pasaba al oír el crujir de los pasos en la grava? De no haber estado pensando en pendientes de plata, de esos que lanzaban destellos cuando la luz se reflejaba en ellos, quizá no hubiera ido a abrir la puerta al oír el timbre. Pero distraída como estaba, abrió y se encontró delante de su marido, del que estaba separada. La presencia de él era inamovible .Parecía absorber toda la luz a su alrededor, cual papel secante chupando la oscura tinta derramada. A Aldana el dolor le encogió el corazón. La ultima vez que lo había visto, él estaba haciendo el nudo de la corbata con los dedos temblando de ira. Una corbata azul, igual que los ojos de él. Aldana sintió la llama cobalto en esos ojos recorriéndole el cuerpo. La estaba desnudando con la mirada. ¿No le había dicho él en una ocasión que cuando un hombre miraba así a una mujer se estaba imaginando como seria hacer el amor con ella? y ella le había creído, porque por aquel entonces era inexperta y Alessandro Soto, un mago de la seducción. ¿Por que había ido a verla?, se pregunto con el pulso acelerado. Le peso no haberse cepillado el cabello. No por que quisiera impresionarle, sino por amor propio. Pensó que, Alessandro Soto parecía sorprendido. Desde luego ella no era la misma que cuando se caso con él. En la actualidad, vestía como la mayoría de las mujeres, hacia lo que la mayoría de las mujeres. Nada de salones de belleza para ricos. Mientras que él, por supuesto, presentaba el aspecto de siempre. Un metro ochenta y siete de estatura y ojos azules. Alessandro Soto. Un hombre moreno y poderoso cuyo nombre conocía toda Grecia. Un hombre con un rostro de una belleza dura y morena. Un hombre al que no quería volver a ver. -Alessandro-dijo Aldana con un esfuerzo. -Vaya, menos mal, creía que habías olvidado quién soy. Aldana estuvo a punto de echarse a reír. ¿Olvidarle? Le seria mas fácil olvidar su propio nombre. Cierto que ya no pensaba en él las veinticuatro horas del día los siete días de la semana, como le había ocurrido los primeros tiempos de la separación, antes de darse cuenta de que así, obsesionada con él de esa manera, no podía seguir. Al final se había recuperado. Y había pasado y superando cosas peores que un matrimonio que, fundamentalmente, no debería haber tenido lugar. -No eres un hombre fácil de olvidar, Alessandro- declaró ella-.Una pena. Alessandro lanzó una carcajada, un sonido extraño. Quizás fuera porque ya no estaba acostumbrada a la risa de un hombre. Ni a que un hombre llamara a la puerta de su pequeña casa de campo. Los ojos azules de él la atravesaron. -¿Es que no me vas a invitar a entrar? -¿Para que? -¿No tienes curiosidad por saber que es lo que me ha hecho venir aquí?-Alessandro, por encima del hombro de ella, dirigió la mirada hacia el acogedor interior de la casa-.¿No quieres saber qué es lo que me ha hecho salir de Londres para venir a este remoto lugar al que te has venido a vivir? -Supongo que porque de alguna manera te interesa a ti-contestó ella-.Y, en ese caso, a mí no. No tengo nada que decirte que no te haya dicho ya. -Eso ya lo veremos, Aldana -No me amenaces, Alessandro-Aldana sonrió tensamente-.Te has negado a concederme el divorcio repetidamente. Así que, a menos que traigas contigo los papeles firmados, hola y adiós. Siento que no hayas venido aquí sino a perder el tiempo. Aldana fue a cerrar la puerta, pero él interpuso un pie entre la puerta y el marco, impidiéndoselo. Se miraron a los ojos y Aldana se dio cuenta de que no iba a librarse de él por la fuerza. -Esta bien, pasa- dijo ella sin ceremonias. Por encima del hombro de él vio la limusina, aparcada en la parte baja de la estrecha carretera, a la vista de todos sus vecinos. Rezó por que no estuvieran en sus casa. Estaba cansada de la fama de la que había gozado en el pasado y de la que había tratado de deshacerse. Se esforzaba por llevar una vida normal, por integrarse en la pequeña comunidad en la que vivía y por demostrar que era una más. Lo último que necesitaba era que Alessandro apareciera y pusiera patas arriba su vida con aquella exhibición de riqueza. -Tu coche ocupa demasiado espacio. -¿Quieres que le diga a la chofer que aparque en otro sitio?-Alessandro arqueo las cejas-.Puedo decirle que se vaya a dar una vuelta y que vuelva en un par de horas. -¿Tu chófer es una mujer?-pregunto ella, sorprendida por la punzada de celos que sintió de repente. -¿Por qué no?-Alessandro se encogió de hombros-. ¿No me decías que las mujeres conducían mu mal? No dejabas de quejarte de cómo conducía yo. -Eso era diferente-Alessandro cerro la puerta tras él y esbozo una sonrisa paternalista-.Por tu temperamento, Aldana , no eres apta para sentarse al volante. Tal vez se deba tu naturaleza artística. Solo llevaba con él cinco minutos, pero Aldana ya tenía ganas de gritar. Bien, enfadarse era buena señal , le subía la adrenalina, le impedía desearle. Y eso era lo peor , que aun lo deseaba. -Bueno, dime, ¿a que has venido?¿ A recordarme la suerte que tengo de no tener que soportar tu actitud machista?¿O se trata de otra cosa?Alessandro no contestó al instante. Se limitó a pasear la mirada por
su cuerpo, despacio, reencontrándose con la mujer a la que en otro tiempo había conocido mejor que a nadie. Pero lo cierto era que el aspecto de Aldana le había sorprendido.
La Aldana de la que se había enamorado tiempo atrás era una famosa estrella del pop, una mujer famosa de la que el público no parecía poder saciarse. Sexy Aldana, como solían llamarla los medios de
comunicación. Todo el mundo le había advertido que no debía casarse con ella, que esa mujer no era apropiada para un griego que abrazaba los valores tradicionales. Incluso después de que ella abandonara su carrera de cantante y se esforzara por asumir el papel de buena esposa, la gente seguía mirándola con recelo, y los acontecimientos posteriores parecieron confirmar que estaban en lo cierto.
No obstante, la Aldana que tenía delante era una versión edulcorada de la mujer que había hecho volver las cabezas de todos a su paso. El brillante pelo rojo, por el que se la había reconocido, había
desaparecido. Seguía llevándolo largo, pero con su color natural, rubio rojizo. Se había despojado de las lentes de contacto, que siempre había estado perdiendo, y ahora sus ojos verdes con matices grises se
veían tras los cristales de unas gafas de montura oscura. No creía haberla visto nunca con gafas, que le conferían un aspecto serio y sorprendentemente sexy. La única joya que lucía eran unos pendientes de plata. Aldana llevaba unos vaqueros y una camisa de algodón, una vestimenta en dramático contraste con la sofisticada ropa que vestía la mujer con la que se había casado. Pero con Aldana no se sabía nunca.Era una mujer complicada, reservada y veleidosa que le había cautivado desde el principio.–Has cambiado –declaró él.
Aldana se encogió de hombros, aunque no pudo evitar sentirse herida en su orgullo. Porque no se le había escapado la expresión de los ojos de él y sabía lo que había querido decir: la había juzgado y le
había defraudado. Y eso le dolió. De haber sabido que Alessandro iba a ir, se habría maquillado y se
habría puesto otra ropa. A pesar de ir en contra de sus principios, se habría esforzado por presentar mejor aspecto. ¿Qué mujer no lo haría a sabiendas de ir a encontrarse delante de uno de los hombres más
atractivos del mundo?
–Casi todos cambiamos, Alessandro –respondió ella–, de eso no hay duda.
Pero Aldama pensó que, como de costumbre, Alessandro se había salvado, estaba igual que siempre. El mismo denso pelo negro, indomable. La misma elegancia natural, fácil para un hombre de
musculatura perfecta. Cuando estaba en Inglaterra siempre vestía con traje y ese día no era una excepción. La única concesión a la calidez del verano había sido ir sin corbata y con los dos botones de la camisa
desabrochados. Le clavó una mirada interrogante, consciente de que debíadeshacerse de él lo antes posible.
–Bueno, ¿vas a decirme a qué has venido? Tal vez sea mi día de suerte y hayas traído los papeles del divorcio. ¿O sigues sin decidirte?
Alessandro se puso tenso, el impertinente tono de ella le recordó sus diferencias. «Piensa en eso», se ordenó a sí mismo.
–No es una cuestión de decidirme o no, sino de dejar que las aguas sigan su cauce. Ya sabes lo que opino del divorcio, Aldana–dijo él–. La mitad de los problemas del mundo se deben a la ruptura del matrimonio.–Cuando dos personas no pueden vivir juntas, ¿cuál es la alternativa? –preguntó ella–. ¿Destrozarse la vida por no romper una relación que es una pesadilla? Esa no puede ser la solución. Alessandro ignoró el comentario.
–¿No vas a invitarme a sentarme? –Alessandro deslizó la mirada por la abarrotada estancia–. ¿Es que no vas a mostrar un cierto grado de hospitalidad y a ofrecerme un café? Mal, muy mal, Aldana. ¿Se te ha olvidado lo que aprendiste siendo mi esposa? ¿Has olvidado lo que te enseñé? Era un ataque a la educación de ella, Aldana lo sabía. Había tocado su punto más vulnerable. Pero no iba a morder el anzuelo porque nadie podía cambiar su procedencia. Lo único importante era la persona en la que se había convertido y a esa persona ya no le deslumbraba la arrogancia de ese multimillonario griego ni su intachable familia.
–No, no se me ha olvidado que vienes de una privilegiada familia, miembro de la alta sociedad –contestó ella con frialdad–. Pero, en fin, comportémonos civilizadamente... aunque los dos sabemos que es algo superficial.
–Dios mío, Aldana, te has vuelto muy cínica.
–He tenido al mejor de los profesores –le espetó ella, dejándole de pie en mitad del cuarto de estar mientras se iba a la cocina para preparar café.Los dedos le temblaban mientras ponía el café. ¿A qué había ido Alessandro allí, ahora que ella había conseguido normalizar su vida?
No había sido fácil pasar de ser una famosa cantante de pop a ser la esposa de un magnate. Después, el fracaso de su matrimonio le había resultado insoportablemente doloroso, pero lo había superado. Había sobrevivido. Pero ahora todo afloraba de nuevo, dolor y temor: la expresión de Alessandro, con la mirada dura como el pedernal, al llegar al hospital tras enterarse de que ella había tenido un aborto natural. El mismo resultado con el segundo embarazo. El sufrimiento que ese segundo aborto le había provocado...
Por fin, Aldana volvió al cuarto de estar y dejó la bandeja con el café. Alessandro estaba en una silla que parecía demasiado pequeña para él.
–Bueno... –dijo Aldana, ofreciéndole una taza.Pero no se sentó con él. Se apoyó en el alféizar de la ventana
con el propósito de que la altura le diera cierta ventaja psicológica.–Bueno... –dijo él apartando unos folletos que había encima de la mesa de centro con el fin de hacer sitio para dejar su taza–. Has ido a menos, ¿no?
Aldana no pudo disimular su indignación. –Esta es mi casa y me encanta –declaró ella–. Al menos, al final
del día puedo cerrar la puerta sabiendo que encontraré paz y tranquilidad dentro.
–Pero es pequeña, sorprendentemente pequeña –Alessandro clavó
los ojos en los dos peces que había en una pequeña pecera. ¿Desde
cuando le gustaban los peces a su esposa?–. Sé que todavía no hemos establecido la pensión...
–¡Te he dicho mil veces que no necesito tu dinero!
–Lo que no es verdad, teniendo en cuenta cómo vives.
–¡Me gusta vivir así!
–¿En serio? Sigo sin entender por qué dejaste una vida en la que tenías casas por todo el mundo, casas preciosas.
–Esas casas eran tuyas, Alessandro, no mías.
–Y ahora, según me han dicho, te dedicas a diseñar joyas.
–¿Según te han dicho? –Aldana alzó una ceja–. No creo necesario preguntarte cómo te has enterado. Supongo que has contratado a algún investigador privado para que me espíe.
–Y yo no creo que enterarme de qué hace con su vida mi esposa sea espiar –respondió él–. Lo que pasa es que no comprendo por qué has elegido el tipo de vida que has elegido. Ganaste una fortuna con
tu grupo de música. ¿Qué ha pasado con todo ese dinero? Aldana respiró hondo, conteniendo las ganas de decirle que no se metiera en asuntos que no eran de su incumbencia. Pero sabía lo
insistente que él era, cómo necesitaba estar enterado de todo. Además, se enteraba de todo lo que le interesaba, porque un hombrecomo Alessandro Soto podía hacerlo.
–Gran parte del dinero fue a parar a mi... familia.
–Ah, sí, tu familia.
Aldana agarró la taza y bebió, e hizo una mueca de disgusto por lo aguado del café. La familia de ella había sido un obstáculo más en sus relaciones. Aldana procedía de una familia disfuncional, ajena a la experiencia de él. La madre de Aldana había tenido tres hijos con distintos hombres de los que no se conocía el paradero, el hogar en el que Aldana se había criado le había desagradado profundamente, pero no lo suficiente como para mermar su deseo por ella. Al final, haciendo caso omiso de las advertencias sobre la incompatibilidad de su procedencia social, se había casado con ella.
–¿Cómo están todos? Aldana achicó los ojos, alarmada por la nota extraña que había creído detectar en la voz de Alessandro. Él no le preguntaba por su familia y, desde luego, no había conducido trescientos kilómetros para eso.
–Están bien –contestó ella.
–¿En serio?
Aldana le miró a los ojos y suspiró con resignación.
–Bueno, está claro que te traes algo entre manos, así que di lo que tengas que decir.
–He visto a tu hermano –respondió él tras una pausa.
–¿A mi hermano? –repitió ella alarmada, porque eso solo podía significar problemas.
Jason no había causado más que problemas desde el momento en que nació. No obstante, Aldana consiguió evitar que le temblara la voz al preguntar:
–¿Qué quería mi hermano? Alessandro dejó la taza y la miró con cierta exasperación.
–Deja de hacerte la inocente, ¿te parece? No eres tonta, Aldana.¿Qué crees que quería? A Aldana se le encogió el corazón.
–Dinero, supongo.
–¡Eso es, dinero! –corroboró Alessandro–. Lo que siempre necesita.Un dinero que jamás se ha molestado en ganar por sí mismo a lo largo de su infructuosa vida.
–Por favor, no le insultes.
–Vamos, Aldana, ¿no te parece que exageras en tu papel de hermana leal? ¿Desde cuándo decir la verdad es un insulto? ¿O es que llevas tanto tiempo esquivándola que no la reconoces? Y otra cosa, ¿no crees que darle tantos caprichos ha contribuido a que sea como es?
Furiosa, Aldana sacudió la cabeza y le miró. ¿Cómo podía comprenderlo una persona como Alessandro? Alessandro, que solo había conocido una vida privilegiada. Alessandro, que no sabía lo que era llegar a casa del colegio y encontrar el frigorífico vacío. Alessandro, que nunca había tenido que hacer un agujero en la punta de los zapatos para sacar los dedos porque le quedaban pequeños.
En la vida de Alessandro había habido parientes, demasiados en opinión de ella, y sirvientes dedicados a su bienestar. Él nunca había tenido que ir a una comisaría con dinero para pagar la fianza que permitiría a su alcohólica madre salir del calabozo, que nunca había
tenido que mentir a los de los servicios sociales por miedo a que les separasen si la verdad salía a la luz. Alessandro nunca había tenido en sus brazos a un niño llorando tras despertarse de una pesadilla y descubrir que el mundo real era infinitamente peor.
–No lo comprendes –dijo ella.
–Creo que sí –dijo Alessandro fríamente–. Jason se ha encontrado con que la mina de oro que tú eras se ha agotado. Así que... ¿a quién recurrir sino a su rico cuñado?
–¿Para qué necesita el dinero? –preguntó ella, con el corazón golpeándole las costillas.
–¿Para qué crees tú? Para salir de los apuros que su ludopatía le ha creado.
Aldana cerró los ojos. Había hecho lo imposible por ayudar a Jason a que dejara el juego. Al principio, había hablado con él repetidamente y Jason, todas las veces, había mentido y le había dicho que iba adejarlo. Ella le había creído, tras firmar un cheque más con el que,supuestamente, Jason iba a rehacer su vida. Tal vez solo había querido creerle. Después, había cubierto los gastos de ingreso en clínicas de rehabilitación, hasta la última de la que Jason fue expulsado por montar allí partidas de póquer.Abrió los ojos y sorprendió a Alessandro mirándola fijamente.
–Espero que le hayas dicho que no y que le hayas mandado a su casa –dijo ella–. No se le debe dar dinero, debe responsabilizarse de sí mismo si quiere cambiar de vida.
–No le mandé a su casa.
–Pero no le habrás dado dinero, ¿verdad? –Aldana alzó la voz,alarmada. Según el psicólogo, debe hacerse cargo de sí mismo.
–¡Me importa un comino lo que diga el psicólogo! –le espetó él–.Me preocupan mucho las consecuencias de sus actos. Aldana se vio presa de un súbito temor.
–¿Qué quieres decir?
–Jason ha tomado prestado mucho dinero. Mucho. Y nos ha puesto como avales, a ti y a mí, porque seguimos casados –Alessandro ignoró la expresión de horror de ella–. Ha acumulado tantas deudas que la cantidad me ha dejado atónito, y eso que estoy acostumbrado a manejar grandes sumas de dinero.
–¿De cuánto estamos hablando? Alessandro se lo dijo y ella estuvo a punto de desmayarse, porque no tenía semejante cantidad de dinero. Ya no.–Y la gente que le ha prestado el dinero es la clase de gente
que... se enfada bastante cuando no le devuelven lo que le deben – añadió Alessandro.
Aldana se tapó la boca con la mano.
–¿Qué vamos a hacer?
Alessandro asintió sin poder evitar la satisfacción, lo que había dicho Aldana era lo que más sentido había tenido de todo lo que había dicho hasta el momento porque les incluía a los dos, a ellos dos.
–No me va a quedar más remedio que pagar sus deudas.
–Pero...
–No hay alternativa, a menos que tú tengas ese dinero... o que no te importe que le rompan la cara. Esa gente es peligrosa.Aldana sabía lo que era el peligro, lo había vivido de pequeña. Y eso había sido lo mejor de ser famosa, escapar de esa vida oscura y tenebrosa. Lo que menos quería en el mundo era que Jason volviera a esa clase de mundo, a un mundo en el que no había seguridad. Miró a Alessandro y, por su expresión, se dio cuenta de que él estaba ofreciéndose a ayudar.
–Gracias.
–No me las des hasta no haber oído mis condiciones –contestó él–. Pagaré sus deudas; pero esta vez, me aseguraré de que no vuelve a cometer los mismos errores de siempre. Y tampoco va a ir a una de esas clínicas caras en las que utiliza su encanto para engatusar a los psicólogos.
–Entonces... ¿qué propones tú que haga? –preguntó ella–. ¿Que solicite un trasplante de personalidad?
–No, nada de eso. Lo que propongo es muy sencillo: tiene que cambiar sus hábitos de vida. Que se levante temprano y se acueste por la noche como todo el mundo en vez de pasarse las noches en los casinos –Alessandro la atravesó con la mirada–. Tal vez quiera cambiar, ya que ha aceptado ir a Grecia a trabajar en la empresa de uno de mis primos.
–¿Lo dices en serio?
–Sí, va a trabajar en uno de los viñedos de la familia. Tu querido hermano ha accedido a realizar un trabajo físico por primera vez en su vida.Aldana le miró con incredulidad.
–¿Ha dicho que sí?
–La verdad es que no le he dado otra opción –contestó él–. Ha sido la condición que le he puesto por pagar sus deudas.–En ese caso... En fin, dime, ¿has venido solo para contarmeeso? –preguntó ella.
Alessandro le dedicó una fría y dura sonrisa.
–¿No se te ocurre nada mejor, Aldana? ¿Tan bueno crees que soy como para ayudar a tu hermano a cambio de nada?
Ella le sostuvo la mirada mientras el temor le erizaba la piel.
–Hay un precio, ¿verdad?
–Siempre hay un precio que pagar –respondió él con voz suave–.Y el precio es que quiero que vuelvas conmigo, como mi mujer. Aldana abrió los labios para hablar, pero de su garganta no salió ningún sonido. El corazón le latía con fuerza. Una súbita excitación se apoderó de ella porque, quizá en lo más profundo de su ser, llevaba mucho tiempo esperando ese momento. El momento en que Alessandro le pidiera que volviera con él, que estuviera dispuesto a perdonarla por haberle dejado. Pero inmediatamente contuvo el atisbo de esperanza. Sabía que no podrían salvar su matrimonio. El pasado era demasiado triste y no había un futuro para los dos juntos. Quizá pudieran reconciliarse, pero no olvidar.
–¿Tu mujer? –repitió ella.
–No veo por qué tiene que horrorizarte –comentó Alessandro endureciendo el gesto–. Será solo por un tiempo, no mucho.
Aldana se amonestó por haberse atrevido a albergar esperanzas.¿Cómo se le podía haber ocurrido que Alessandro, tan orgulloso como era y con el poder que tenía, querría empezar de nuevo y olvidar la humillación que le había causado la deserción de ella?
–¿Por qué? –preguntó Aldana–. ¿Por qué quieres resucitar nuestro matrimonio?
–Pronto va a ser el bautizo de la hija que ha tenido mi hermana y quiero que estés a mi lado en la celebración.Las palabras de Alessandro se le clavaron como puñales en el corazón. Le dolió enterarse de que la hermana de Alessandro hubiera dado a la familia el primer vástago. No debiera dolerle, pero así era. La hermana de Alessandro había logrado lo que ella no había podido conseguir.
–Sí, había oído que Kyra se había casado y que estaba embarazada –logró decir ella–. Es solo que... parece que ha pasado muy rápido.
Alessandro lanzó una carcajada.–Cierto, ha sido un noviazgo corto. De todos modos, tú nos dejaste hace ya dos años, Aldana. ¿Acaso pensabas que el mundo iba a detenerse al marcharte tú?
Aldana respiró hondo. Se sentía casi mareada. «Limítate a los hechos», se ordenó a sí misma. «Intenta hacerle ver que lo que propone es una locura».
–Estamos separados y vamos a divorciarnos, ¿cómo es posible que quieras que vaya? Mi presencia allí solo servirá para provocar rumores –le lanzó una mirada suplicante–. No es posible que quieras
que ocurra eso, Alessandro.
–No se trata solo del bautizo –respondió él con gravedad–. Mi abuela está enferma. Muy enferma. Por eso han adelantado el bautizo a pesar de que no va a poder asistir.
A pesar de las circunstancias, a Aldana le dio un vuelco el corazón.
–Lo siento de verdad, sé lo mucho que quieres a tu abuela –dijo ella–. Pero a tu familia no le va a gustar que vaya, Alessandro, y mucho menos en semejantes circunstancias. A tu madre nunca le he gustado
y eres consciente de ello. Mi presencia sería un engorro para todos, especialmente para Kyra. ¿Te imaginas lo que dirían si de repente aparezco en Rodas contigo?
–Mi familia acatará mi decisión –declaró él–. Y yo quiero que vengas conmigo.
Aldana le miró furiosa. ¿Cómo se le había ocurrido olvidar lo autoritario que era él? Alessandro esperaba que todos hicieran lo que él quería.
–Todavía no has contestado a mi pregunta, Alessandro. ¿Por qué quieres que vaya después de todo lo que ha pasado? Podrías ir con cualquier otra mujer. Nunca te han faltado.
–Eres tú la mujer con la que me casé. Y mi matrimonio es lo único en la vida que se puede decir que me ha fallado –los ojos de él se tornaron fríos como el hielo–. No me gusta fracasar; además, a mi abuela le alegrará vernos juntos. Mi abuela cree en el matrimonio. Se pondrá muy contenta de ver que su nieto preferido ha vuelto con su esposa.
–Eso es... mentir.
–Más lo es prometer, como tú hiciste, amarme y permanecer a mi lado hasta que la muerte nos separase. Y tú rompiste esa promesa.
Para Aldana aquello era manipular y tergiversar los hechos, pero no lo dijo. ¿De qué serviría tratar de razonar sabiendo que alessandro, con sus inteligentes argumentos, acabaría echando los suyos por tierra?
Pero debía mostrarse fuerte.–No voy a hacerlo, Alesssandro –declaró ella en voz baja.
–No tienes alternativa. Si quieres salvarle el pellejo a tu hermano tendrás que venir conmigo –Alessandro se puso en pie–. Te daré hasta mañana al mediodía para decidir.
Aldana le siguió con la mirada hasta la puerta.
–¿Qué harás si no voy contigo?
Alessandro volvió el rostro y la miró fríamente.–Echaré a tu hermano a los perros.