Marzo de 1996
Yo nací en septiembre de 1995 y claro, “él” también, pero en marzo, solo unos cuantos meses mayor que yo. Nuestros padres se conocían de toda la vida, ambas parejas eran jóvenes y recién empezaban a formar sus familias. En mi caso, yo ya tenía un hermano mayor, Adrián, tenía tres años cuando yo nací.
En realidad, la primera vez que nos vimos fue en su primer cumpleaños. Mi madre siempre cuenta que era una niña muy tranquila, así que, no tengo la menor idea, de por qué, ella asegura que lo mordí en su fiesta de cumpleaños. Estoy segura, que debió hacerme algo para ganarse esa reacción de mí; y lo que no termino de entender, es cómo esa situación no fue un presagio de lo que podía suceder por sus decisiones intransigentes
Hasta mi abuela se emociona al contar esa historia, es tanto el afán de ellos por recordar ese día, que conservan una foto en la biblioteca de la casa. En ella, aparecemos ambos cargados por nuestras respectivas madres, ambas, luciendo mucho más jóvenes. Ahora, se puede notar en sus rostros y cabellos — cuando el maquillaje no es profesional y el tinte se les agota — el pasar de los años.
Abril de 2000
Era un día tranquilo, lleno de nuevas experiencias. El tener que levantarme temprano, vestirme y, en definitiva, peinar mi cabello, no era lo que más me gustaba. Ir al colegio a las seis de la mañana, volver a casa al mediodía, y regresar a las dos de la tarde hasta las cinco, fue una real tortura para una niña de mi edad.
La verdad, todo esto, lo recuerdo de forma vaga, más por lo que me cuenta mi madre, que por lo que yo recuerde. Tenía cinco años, y era mi primer día de escuela; pero en realidad, ahora que lo pienso mejor, no era la primera vez que entraba a una escuela, ya que mis padres, muy astutamente, me enviaron desde los dos años y medio a un kínder cerca de casa — a veces pienso que esa es la razón por la que me aburrí tan rápido de la escuela y no puse un empeño constante.
Bueno, podría decirse, que era mi primer día en una escuela de prestigio, que auguraba un futuro brillante para quienes asistían y en la cual habían estudiado varios tíos míos, incluido mi padre — y sí, por supuesto que sentía mucha presión por el legado de mi familia.
El colegio era grande con varias entradas, según el nivel en que te encontraras, sea, inicial, primaria o secundaria. Tenía muchos salones, se caracterizaba por tener todas sus paredes pintadas de color naranja y marfil. Realmente tenía una infraestructura imponente, con su propio coliseo, canchas deportivas, piscinas, patios y hasta capilla.
Cuando era niña, me gustaba mucho pintar y dibujar, por lo que andaba metida en estos talleres desde muy pequeña. También probé el ballet, ahí conocí a mi amiga Alice; que quien diría, años más tarde, terminaríamos estudiando la misma carrera.
Tenía tres amigas en mi salón, pero la verdad, con ellas no logre tener la misma conexión que con mi mejor amigo, Zander. Él, realmente se ganó toda mi confianza, igual que Alice — actualmente, por los tiempos y trabajos, no nos vemos con la frecuencia que quisiéramos, pero igual siempre estamos en contacto.
En este colegio, donde conocí, a dos de mis mejores amigos, es donde tuve mi primer encuentro consciente con “él”. Mi madre cuenta, que no solo coincidimos en el mismo colegio, sino que también en la misma movilidad. Ella se emociona, cada vez que recuerda, como “íbamos de la manito hacia nuestros respectivos salones”, en los cuales, afortunadamente y gracias a todos los santos, no coincidimos; pero eso sí, los salones, desgraciadamente, estaban uno al lado del otro.
Hasta en la movilidad nos molestaban. Había una chica odiosa con la que íbamos, siempre nos hacía los viajes a casa imposibles, tenía que molestarnos o no estaría tranquila el resto del día. Se sentaba al lado de nosotros y siempre buscaba la forma de disminuir el espacio entre los dos, abría más las piernas, de tal manera, que él y yo estábamos apretados contra un lado de la movilidad. Era realmente incómodo y molesto. Así fue hasta el tercer grado de primaria.
En cuarto grado me cambiaron de movilidad, pero seguíamos viéndonos de lejos, yo sabía quién era él y él sabía quién era yo, siempre de lejos. Hasta que mis padres se dieron cuenta que no era una eminencia como estudiante, así que decidieron cambiarme a un colegio más pequeños de mujeres.
PDT: Olvide mencionar lo molesto que era que nos involucraran como parejita desde el Kínder
Junio de 2015
Ya en el colegio de mujeres, seguí en contacto con Zander y Alice, pero también hice nuevas amigas. Creo que me fue mejor en este colegio, conocí gente más real. No estaba en el mismo mundo que antes, donde todos los niños sin excepciones pertenecían a un nivel socioeconómico bastante acomodado.
Sofía fue mi mejor amiga durante este tiempo, compartíamos el gusto por la pintura. Este colegio me llenó de cosas mucho más valiosas a pesar de no ser tan notable. Tenía un guía espiritual, que me ayudaba con mis tantas indecisiones y me orientaba a siempre ir por el buen camino.
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Editado: 26.01.2021