Recopilación de relatos cortos

Carta a un Desdichado

Él es el mal encarnado. Si tuviera una etiqueta, esta diría “hecho en el infierno”. Cada una de sus descabelladas y suicidas ideas, roba varias vidas todos los días. Ordena que los más ancianos se lancen por el borde del edificio más alto; que los niños, al nacer, se les haga un corte diagonal en la mejilla derecha, para así saber quién nació en s territorio y quién no. Si ve a alguien sin el corte especial, lo manda a fusilar, así de sencillo. Todo lo prohíbe: los libros, los computadores, celulares, juegos. No hay mesas ni sillas: nos obliga a comer de pie. No hay camas ni mantas o almohadas: dormimos en el frío suelo. No hay sanitarios: tenemos que escondernos detrás de algún árbol. No podemos tener cuadros, esculturas u otro adorno: son considerados inútiles.

Si Él se entera de este escrito, me matará. Lo hará porque está prohibido escribir, hablar mal de su sociedad. Espero que este trozo de papel dentro de la pequeña botella, logre cruzar la empedrada y armada muralla que rodea su territorio. Que llegue a mundos mejores es mi mayor anhelo, para que esos seres que viven bien (si es que los hay) nos salven de la tiranía.

Escribo en el suelo mientras como la única porción de alimento diaria que nos es permitida: un trozo de pan duro y agua de río. Me asquea el pan, me da náuseas, pero no tengo opción. Si no lo como Él se entera, si se entera, no me dará más comida, entonces moriré y me cadáver se pudrirá y será devorado por los gusanos, que se retorcerán de placer mientras les dure el corto festín: no podrán obtener de mí mucha carne.

Tratando de olvidar a los gusanos; miro por la única ventana de mi pequeña casa. La calle está desierta, claro. No se puede salir después de las 6:00pm o antes de las 6:00am; sólo salimos cuando el sol ilumina; la noche es de Él, para que haga cosas terribles que nunca sabremos, porque no podemos preguntar. Cuando podemos salir, debemos llevar el mismo vestuario; hay uno para cada día. Lunes traje negro, martes traje gris, miércoles traje gris claro, jueves traje azul oscuro y viernes traje verde oscuro. Los sábados y domingos no podemos salir, pues se recogen los cadáveres de la semana.

Recuerdo cuando escribí una carta a Él, que decía más o menos así:

Señor,

Me dirijo a usted de forma respetuosa, pues lo idolatro, como todos nosotros. El motivo de la presente carta es para informarle sobre un grupo de rebeldes en la zona sur. He oído que lo van a matar. Quise avisarle para salvar su vida.

Con respeto, un ciudadano que no importa”

Una carta hipócrita, sí. Quería alejarlo a Él, junto con su séquito, de la zona norte, donde está la salida. En esa época no estaba prohibido escribir ciertas cosas (todo pasaba por un control), pero cuando descubrieron la farsa me buscaron para matarme, pero no supieron quién era, ya que no dejé firma, y avisaron a todos los ciudadanos que quien escribiese algo, sería decapitado.

No intenté escapar otra vez. Sé que Él sabe que fui yo, que Él sabe que estoy escribiendo en este momento. Lo que no sé, es cuándo piensa detenerme. ¿Dejará que lance la carta al otro lado del muro? ¿Entrará ya a mi casa, me disparará en la cabeza, y dejará que las hojas se manchen de sangre?

Quisiera compartir esto con alguien antes de enviarlo, pero está prohibido hablar. ¿Por qué Él es así? ¿Qué le han hecho? ¿Su pasado acaso es tan trágico? No, nada de pasados tristes y desgraciados. Él nació así, y fue hecho con fuego del infierno; por lo que intentar acabar con su tiranía, sería como atravesar los siete mares sin barco, avión o animal que ayude.

Cabe mencionar, que un día un hombre cargado de valentía se acercó a Él con un cuchillo, para matarlo, pero no lo logró. El intento le costó su vida. Lo colgaron en la plaza, muerto, con un cartel que decía “traidor”. Nadie más se ha querido atrever siquiera a acercarse a Él, y mucho menos a matarlo.

Con cada que pasa me nuevo, más loco. ¡Loco! Veo peces volando en el gris cielo, y hermosas águilas cabalgado al horizonte. Me hablan, sí, me hablan. Las vocecitas de miles de niños me susurran que Él los mató con crueldad. Pero no, no es cierto. Nadie me habla, las águilas no cabalgan y los peces no vuelan. Él está provocando esto; ahora mezclo la realidad con la fantasía. Pero, tal vez, sólo tal vez sea mejor así. Dejaré que todo eso entre en mí, que me consuma. Quiero morir cabalgando sobre un águila, volando sobre un pez o conversando con todos los niñitos muertos. Quiero morir feliz en mi distópica sociedad.

 



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En el texto hay: cuento, ficcion, misterio

Editado: 09.03.2019

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