Escribe una historia en la que pierde un objeto. Cuenta lo que le pasa hasta que lo recupera.
Tiene la respiración agitada, siente calambres en las piernas de tanto correr y los pulmones están a punto de estallarle.
Se detiene durante unos segundos para recuperar el aliento, momento en el que oye los sonidos de las sirenas de los coches de policía detrás de él. Retoma su carrera soltando una maldición, ¿cómo demonios ha acabado en esa situación?
Más temprano, ese mismo día...
Como cada mañana, se levanta a las seis y se prepara para ir a trabajar. Se ducha, se viste y desayuna, como todos los días. Es una mañana normal, sin nada que perturbe su aburrida rutina
Justo antes de salir de casa, agarra la chaqueta, la bufanda, el gorro y los guantes, y se lo coloca todo meticulosamente. La nevada de la noche anterior enfría el ambiente matutino y no quiere que su sensible piel sufra las inclemencias del tiempo.
El trayecto hasta su trabajo es como siempre: aburrido y sin incidencias. La mujer que cada mañana en el tren se duerme sobre su hombro tampoco, así como ese pobre hombre desaliñado que le pide una limosna en la puerta del edificio en el que trabaja. Sus compañeros hablan sobre sus aburridas vidas a la hora del café.
Sí, todo es tan mortalmente aburrido, habitual y rutinario como siempre.
Tras volver del almuerzo, comprueba que alguien ha desordenado su mesa, lo que le enfada. ¿Cómo se atreven? Toda la oficina sabe que detesta que toquen sus cosas. Siempre les está reprendiendo con que no le devuelven los bolígrafos, o que la grapadora está vacía. Todos odian sus broncas, así que hace tiempo que han desistido y se van a pedirle a otro compañero con mejor carácter. Entonces, ¿quién demonios ha sido?
Mirando a su alrededor, descubre que también han movido el perchero y que la chaqueta, la bufanda y el resto de ropa de abrigo está esparcidos por el suelo. La furia le invade al ver que, no solo nadie lo ha recogido, sino que lo han pisoteado al pasar por allí.
Un poco más adelante ve que uno de sus preciados guantes ha sido arrastrado hasta la otra punta de la oficina, así que, soltando un resoplido, recoge sus cosas y vuelve a colocarlas como estaban antes de ir en busca del guante perdido.
Se dirige al lugar donde lo ha visto por última vez, pero allí ya no hay rastro del guante. Se gira, mirando con detenimiento todos los rincones y esquinas, incluso se tumba en el suelo para buscar por debajo de las mesas de sus compañeros, pero es inútil, su guante ha desaparecido.
Malhumorado, regresa a su mesa y observa el guante desparejado, tan solitario que hasta da pena. Levanta la mirada, porque mirarlo le oprime el pecho.
Sus ojos se posan en un repartidor que trae algunos paquetes para sus compañeros. Se queja internamente de la poca vergüenza que tienen algunos. ¿Cómo se atreven a poner la dirección de la oficina para que les entreguen sus caprichitos comprados por internet?
Aun así es incapaz de apartar la mirada celosa que le dedica a su compañera mientras esta abre feliz su paquete y comprueba su contenido. Rueda los ojos y su mirada vuelve a posarse en el repartidor.
Se levanta de la silla de un salto, mirando al hombre con los ojos desorbitados. Este se despedía y giraba hacia el ascensor para continuar con los repartos.
Ese hombre... ¡Ese hombre es un ladrón! Puede ver cómo en una de sus manos sujeta con fuerza su guarte perdido. No. No solo lo sujeta. Se lo está llevando.
Sin detenerse a pensar en nada más, sale corriendo tras él para atraparle, pero las puertas de ascensor se cierran antes de que pudiese llegar a ellas, por lo que, de un empujón, abre la puerta de las escaleras y comienza a bajarlas lo más rápido que puede.
En el vestíbulo se detiene a mirar a su alrededor, viendo cómo el repartido ya se está subiendo a su furgoneta. Vuelve a apretar el paso, incluso grita un potente "¡DETENTE!" que asusta a las personas que pasaban por la calle, pero no le importa. El repartidor arranca la furgoneta y se marcha de allí sin dedicarse siquiera una mirada.
Empieza a correr como un loco detrás del vehículo. La gente se aparta de su camino en cuanto lo ven y se lo quedan mirando en cuanto pasa por su lado, pero a él no le importa. Solo quiere recuperar su preciado guante, y va a conseguirlo a toda costa.
Persigue a la furgoneta por toda la ciudad, aprovechando los semáforos para ganar ventaja que luego pierde cuando estos se ponen en verde y la transportista avanza por la carretera sin saber que es perseguido.
No sabe durante cuando tiempo continúa tras la furgoneta hasta que finalmente la pierde.
Se gira sobre sí mismo, posicionándose en mitad de un cruce y entorpeciendo el tráfico. Los coches se apartan para no atropellarle mientras aprietan el claxon con enfado. Algunos incluso se detienen y bajan a ayudarle, pues con la mirada demente de su rostro creen que se ha escapado de algún centro. Los viandantes le observan desde la lejanía mientras agarran sus móviles y llaman a las autoridades, temerosos.
Él, por su parte, continúa mirando en todas direcciones, ajeno a las miradas que le lanza, buscando desesperado alguna furgoneta con el logo de la empresa transportista.