Las paredes de mi habitación están repletas de recuerdos de otros tiempos donde lo más nimio me parecía un mundo entero.
No sabría decir cuánto tiempo he pasado aquí encerrada, aislándome del mundo, con la nariz metida en los libros que hoy descansan sobre las estanterías polvorientas.
Cuando todo iba mal, eran mi escape y mi salvación. Una ventana a una nueva realidad donde todo tenía solución, por inexplicable y precipitada que fuese.
Hoy abandono este cuarto para siempre, dejando atrás momentos que me llenan de nostalgia.
Una despedida que la emoción ante la perspectiva de nuevas aventuras no hace menos dolorosa, pero sí más llevadera.
Observo el armario vacío antes de agarrar la maleta y cerrar la puerta por última vez.