Escribe la historia de una casa abandonada y de la familia que vivía en ella.
El número dos de la calle Robles llama la atención de todos los viandantes que pasan por allí, y no es para menos, pues rodeada por altos y modernos edificios de metal y cristal, una pequeña casa todavía mantiene la apariencia de épocas pasadas.
Protagonista de cientos de fotos, a primera vista no pareciera que tiene nada en especial. Lo único destacable es que todavía se mantenga en pie, o que la pintura resquebrajada de la fachada siga con el mismo tono azul con el que fue construida.
Los vecinos han protestado en innumerables ocasiones, unos pidiendo su restauración, y otros, en cambio, su derrumbe. Está de más decir que nadie toma una decisión al respecto, por lo que la residencia continúa en su sitio, día tras día, impasible ante el paso del tiempo.
¿Y qué pasa con los dueños? ¿No son capaces de ocuparse de su propiedad como corresponde? ¿No se dan cuenta del mal aspecto que le da al resto del barrio? Estas son algunas de las preguntas que se hace la mayoría de ciudadanos. Y tienen razón, ¿por qué no se hacen cargo?
Lo que ocurre es que muchas veces la realidad es más complicada de lo que uno piensa y primero hay que conocer toda la historia para comprender el por qué de algo.
Según se cuenta, hace muchos años la casa estuvo habitada por un joven matrimonio. Él era pintor, ella escultora. El éxito de sus obras contrastaba de manera significativa con el caos que reinaba en sus vidas tras las puertas de su vivienda.
Como buenos artistas, la única armonía existente en sus vidas era la que proyectaban en sus trabajos, dejando que en el resto reinase la desorganización y el casi abandono.
Se dice que su fuente de inspiración provenía de unos exóticos polvos de origen desconocido que uno de sus mecenas les proporcionaba cuando estaban en sus horas más flojas. En los periódicos de la época incluso se menciona que en la casa no se apagan las luces durante varias noches seguidas tras la cata de estos.
Sea como fuere, la fama y el prestigio llegaron a la vida de este matrimonio de artistas, celebrando exposiciones en las más importantes ciudades del momento, llegando a recorrer toda Europa y logrando que sus nombres alcanzasen el otro extremo del charco en poco tiempo.
Por desgracia, sus cuerpos no consiguieron adaptarse al exceso que su nueva y excéntrica vida les exigía y sus cuerpos fueron hallados sin vida en el taller de un magnífico palacete de París al que se había mudado hacía poco tiempo.
Una imagen completamente caricaturesca si se la compara con la visión del mundo que plasmaban en sus obras, resultado sin duda de las necesidades sufridas durante tantos y tantos años.
Y así, con sus obras como único legado, pues nunca tuvieron hijos, su mecenas quiso honrar la memoria de sus dos protegidos, manteniendo en pie la casa en la que todo había empezado, pero, al mismo tiempo, siendo incapaz de restaurarla, pues según mencionó alguna vez: "perdería la esencia de los que allí habitaron".