El lugar de una reina

Una corona de oro adorna su cabeza. Elegantes ropas que bailan al son de su rápido caminar.

Su sola presencia desprende respeto y hace enmudecer al resto que comparten estancia con ella, haciendo que giren la cabeza y aparten la mirada de ella.

Camina regia, con seguridad y autoridad. Sus pasos resuenan en el silencioso pasillo de piedra.

Nadie se atreve a frenarla, pues saben el castigo que recibirían si osaran cometer tal imprudencia, sobre todo al ver la expresión que adorna su rostro.

Está furiosa. En sus ojos, habitualmente fríos con el hielo, arde una llama de fuego incontrolable que está a punto de desatarse.

Lleva años aguantando los desaires que su esposo, permitiendo que busque en otras mujeres el calor que asegura no encontrar en ella. Pero esa noche se ha atrevido a cruzar una línea que ambos prometieron no traspasar. 

Ha comprometido el futuro de sus hijos con sus tonterías y eso es algo que ella no piensa permitir. A sus pequeños no los insulta nadie, y mucho menos el despojo que tienen por padre, por mucho que sea el rey.

Siempre le toca a ella arreglar los desastres de su marido y esa noche no es la excepción, solo que esta vez piensa acabar con el problema de raíz.

Saca el cuchillo que traía escondido entre sus faldas y entra en los aposentos de su marido, mirando con asco como este duerme, desnudo y con dos de sus amantes en brazos, que la miran con temor.

Les hace un gesto con la cabeza, indicándoles que salgan de la habitación, después de todo, ellas no tienen la culpa. Solo siguen órdenes de su rey. Algo que ella ya se ha cansado de hacer.

Es una reina, y va a tomar su lugar como tal.