Llegué a un punto en el que no lo pude soportar más.
Tenía que escapar y alejarme de todo aquello.
Nuestras vidas eran un desastre desde hace tiempo.
Uno que nos negábamos a ver y, por lo tanto, a ponerle remedio.
Ninguno de los dos tuvo palabras para dedicarle al otro.
Fue el sonido de la puerta al cerrarse la que habló por nosotros.