Entrar en la casa se siente como volver a su infancia. Los mismos muebles de madera oscura en el salón que escondían preciados tesoros con los que se entretenía jugando durante horas. El rico aroma de las galletas recién horneadas que inunda el ambiente y hace que la palabra "hogar" cobre sentido. El viejo sillón, ahora descolorido, sobre el que su abuelo lo aupaba y le contaba sus historias de juventud. La puerta trasera, desde la que su abuela, mediante susurros poco disimulados, comentaba los últimos chismes del pueblo con la vecina.
Aunque ahora todo eso sean recuerdos reproducidos por su mente y los objetos inanimados ya no tengan en quién cumplir su función, la esencia de todo lo que prevaleció continúa allí, tan viva como años atrás, esperando que alguien se anime a encender la chispa que sigue latiendo dentro de ella.