Miro a través de la ventana de mi cocina. Espero verte salir camino al autobús para ir a trabajar.
Me apresuro en mi desayuno cuando veo que la hora se acerca. Deseo sentarme en frente tuyo, como hago cada mañana.
Dedicarte una sonrisa me hace feliz aunque desearía mucho más poder mantener una conversación, a pesar de que apenas consigo mantener tu mirada.
Miro la hora impaciente al ver que solo quedan un par de minutos y tú todavía no has llegado a la parada.
El transporte se detiene con un ruido seco. Miro a mi alrededor, suplicando verte aparecer.
“Vamos. Quiero verte ¿Dónde estás?”
Me siento junto a la ventana con expresión triste mientras el autobús arranca.
Mis ojos se fijan en tu figura, que aparece corriendo y haciendo señales al conductor para que pare.
Te subes, resoplando por el esfuerzo y con el pelo revuelto de la carrera, pero ante mis ojos no puedes estar más guapo.
Noto que buscas a alguien con la mirada, y me sorprendo al descubrir que es a mí.
Tu sonrisa crece a medida que te acercas. Señalas el asiento a mi lado, como pidiendo permiso para sentarte a mi lado. Asiento con nerviosismo y mi cerebro se bloquea cuando un “Hola” sale de tus labios.
Tanto tiempo deseando hablarte y nunca imaginé que serías tú quien diese el primer paso.