Sentada en el sofá, pienso en nosotros. En cómo llegamos hasta el día de hoy. En todas las situaciones que abordamos como un equipo.
Sin darnos cuenta, nos convertimos en el refugio del otro. Contándonos nuestras preocupaciones y encontrando consuelo en las palabras de ánimo que nos dedicábamos.
Sé que no debería ser tan egoísta, pero pensar que tenemos algo que los demás envidian me da ganas presumirte ante el mundo entero, de mostrar nuestra felicidad.
Pero, a veces, no puedo evitar pensar en qué ocurriría si todo esto acabase. En cuál sería ese detonante que nos separase. En cómo nos sentiríamos tras todos estos años. O en cuán distinta sería la manera de tratarnos.
Pienso que es inevitable que la felicidad venga acompañada por ese miedo a perderlo todo.