Sus ojos me robaron el corazón, y su labia la razón.
Sus manos eliminaron mi ropa, y su tacto mi vergüenza.
Sus labios borraron mis lágrimas, y sus actos mi dignidad.
Me quitó tantas cosas que formaban parte de mí, incluida mi libertad.
Cuando acabó, apenas pude reconocer en el espejo a la persona que me miraba.
Pero hay algo de lo que no pudo deshacerse: La voz de mi interior que
me decía que aquello no era para nada lo que me merecía.